F. Javier Moya del Pozo
( A Mar, cuya sonrisa permanece en nuestros corazones).
No hay falsas risas baratas
ni abrazos de cartón piedra;
como niego que existiera
mejor sonrisa que arranca
de tu ser, y que me atrapa.
Ayer sábado escuché en un programa de radio a un escritor sostener que el pasado es un cementerio de recuerdos; y, ante la proximidad de estas fechas tan especiales de noviembre, y mi completo desacuerdo con aquella afirmación, me pongo a escribir.
Creo que cada uno de los que procedemos con el ritual de visitar a nuestros seres queridos que descansan en el cementerio lo haremos con distinta disposición de ánimo, pero siempre con la misma y sincera voluntad de demostrarles nuestro cariño. Unos, cuando la pérdida es muy reciente, con la herida aún abierta en canal, y otros, cuando el tiempo se ha convertido en venda que va taponando la sangría del alma, con la cicatriz que siempre permanecerá.
Y también pienso que de la actitud con la que realicemos este acto de amor, dependerá de que salgamos tan tristes y melancólicos como estos días de finales de octubre, o podamos volver a nuestros hogares habiendo depositado una flores sobre las frías piedras del eterno reposo, pero llevando con nosotros un espléndido ramo, lleno de la fragancia que desprendan los recuerdos de cada uno de los cotidianos, pero al mismo tiempo, maravillosos momentos vividos con aquéllos que, aún no estando físicamente con nosotros, nos siguen acompañando para siempre.
Y ese pensamiento, esa gratitud sin límites hacia los que tanto nos dieron, es lo que hace que salgamos reconfortados en nuestro dolor, y eternamente agradecidos por ese pasado compartido que no será nunca borrado, salvo que nos mantengamos en una actitud de negación que nos impida saborear lo que nadie podrá robarnos: la magia de ir al campo de la mano de nuestros padres, del aroma de los juegos infantiles con nuestros hermanos, o de la maravillosa sensación de que tu vida se transformó cuando encontraste a tu pareja.
Cuando tú has amado tanto,
cuando has tenido la suerte
que Ella pudiera quererte
tanta vida, tantos años…
cada día es un milagro.
Yo la sombra, Ella el astro;
yo la nube, Ella la luna;
yo ruido, Ella canción.
Jamás me cupo la duda
que su amor es mi fortuna.
Porque no podemos dejar que su sonrisa, la que nos regalaron cada día que compartieron con nosotros, se marchite por la simple razón de que no supimos cómo mantenerla viva en nuestra alma. Ya que , sólo entonces , el escritor cuyas palabras menciono al comienzo de estas líneas, llevará razón.
Si somos capaces de tornar las frases de melancolía y dolor por las de agradecimiento, estima y amor, éstas serán la mejor medicina para nuestro espíritu; pues las palabras dichas con afecto reconfortan y llevan hacia una esperanza de reunión eterna con nuestros seres queridos.
Se lo debemos a quienes tan generosos fueron con nosotros; y también, a todos los que, con su amor, en el presente, nos dan motivos más que sobrados para que ese inigualable regalo lo sepamos conservar en nuestro corazón.