Maestros hasta el fin

    F. Javier Moya del Pozo

    Qué generoso en la entrega/qué infantil en sus afectos/qué maduro en los momentos/

    en que la vida se cierra/te hace dudar y te quiebras.

    Tomo el título de las páginas del libro “ Martes con mi viejo profesor” de M. Albom;  quien relata sus conversaciones sobre diversos temas con un entrañable profesor gravemente enfermo. En una de aquéllas visitas al domicilio del maestro, éste le dijo “ No me olvidarás cuando me haya ido. Piensa en mi voz y yo estaré allí”. Creo que los que hemos tenido la inmensa suerte de enriquecer nuestra vida con alguno de esos “viejos profesores” ( en mi caso, con mi padre, recientemente fallecido, y con  mi preparador de oposición) tan humanos como generosos, sólo deberíamos esforzarnos por devolver un mínimo de lo recibido.nerosos anos como gerador de opoemente fallecido, mi preparador de opisici con alguno de esos viejos profesores o. En una de aqune

    Sin embargo,  pienso que hemos pasado de una sociedad que respetaba a la persona de edad a la  cultura del reinado de  la juventud; actualmente, se tiende a considerar que  una persona mayor de nada sirve  y  tan sólo es una carga.

    Es importante resaltar   que, junto a la violencia de género y de menores, hay un grupo de elevado riesgo de sufrir malos tratos, constituido por las personas ancianas; malos tratos que van desde los golpes y abandono en la alimentación o en el aseo, hasta el maltrato psíquico o el abuso económico. Y lo más sangrante es que los autores de tales delitos suelen ser los propios hijos, personas que, en su  vida cotidiana pasarán por los más civilizados ciudadanos y ejemplares padres de familia. Ni siquiera diversas resoluciones de la Asamblea General de las Naciones, como los Principios en favor de las personas de edad (1991), pueden evitar tales prácticas; hasta el punto de que bastantes de los internamientos judiciales (no voluntarios) en Centros de salud mental tiene mucho más que ver con el abandono emocional  en el que han sido dejados los mayores por sus propios vástagos  que con causas patológicas.

    Es injusto, moralmente condenable, aunque socialmente parezca estar consentido, el romper los lazos afectivos con los padres, entendiendo que nada pueden aportarnos cuando son mayores; ignorando el enorme capital humano, la riqueza espiritual, que aportan a la vida familiar. Todos estos padres, tan caducos desde la nueva perspectiva sociológica, son, con su esfuerzo y dedicación, dignos cantores del poema de Nicolás Guillén: “Ardió el sol en mis manos/ que es mucho decir /ardió el sol en mis manos /y lo repartí/ que es mucho decir.” Son esta generación de padres, ya abuelos, generosos repartidores a sus hijos y nietos de los dones recibidos en la vida; deseosos, tan sólo, de una llamada, de cinco minutos de nuestro tiempo,…; y que, sin embargo, han necesitado de una ley de dependencia  para que sus necesidades más básicas hayan sido reconocidas y satisfechas legalmente.

    Frente  un padre que te enseña que en la vida lo  importante es hacer lo correcto en cada momento; que el sacrificio es digno elemento de nuestra existencia, y que la familia es consustancial con el ser humano, la figura del televisivo padre “metrosexual” que aparece en tantos anuncios, en una cocina perfectamente equipada, con un corte de pelo a la moda , dando la papilla a su hijo  mientras se conecta a Internet en el portátil; el padre que es colega de su hijo adolescente y que, si es necesario, se tatúa o se coloca un piercing para integrarse en la movida de su hijo; el que no pone pautas en la conducta ni límites en los horarios de sus descendientes, tal figura, digo, no deja de ser una caricatura de padre. Porque ese padre tan molón, tan enrollado, luego no será capaz de renunciar a sus viajes de ocio, al tiempo dedicado a sus amigos, por hacer los deberes con los hijos, a entrevistarse con sus tutores en la escuela, a acompañarle a la biblioteca a buscar libros…

    No tienen tiempo para sus hijos, como no están dispuestos dedicárselo a sus padres.

    Por eso, tal vez, lo que recibirán son hijos de caricatura; porque quien no sabe comportarse como hijo, difícilmente sabrá ser padre;  y, como dijo Tales de Mileto, “Espera de tu hijo lo mismo que has hecho con tu padre”.