Un Miércoles Santo de película

Como si de una gran producción cinematográfica se tratase, el desfile usó todos sus recursos al servicio de la narración de la historia de las primeras horas del tormeto de Jesús

Tiene el Miércoles Santo de Cuenca algo de gran producción cinematográfica hollywoodiense con su soldadesca de época, sus marchas épicas de banda sonora y su guión de amor y traición repleto de escenas de acción y heroísmo. Hay un protagonista carismático, un elenco de secundarios de lujo y un antagonista bien identificado. Las imágenes aguantan bien los primeros planos: no parecen estatuas inertes -aunque lo sean- ni bobaliconas. No tienen la pátina inexpresiva de los animatronic o los muñecos de cartón piedra. Están llenas de verdad, de matices: diálogan, miran, hablan, transmiten. Existe unción, pero no les resta humanidad. El conjunto de los pasos y la puesta en escena es narración, vida, belleza, movimiento. Una escenografía al servicio del relato de la más bella historia jamás contada. Y todo en un decorado que ya quisieran para sí los grandes estudios.

La película rodada y proyectada este 5 de abril en Cuenca ha sido otra vez un largometraje, aunque con un montaje de duración reducida respecto a las anteriores entregas de la saga. El Huerto salió de  San Esteban un par de minutos después de las siete de la tarde y el Ecce-Homo se guardaba en San Andrés a las tres y diez de la madrugada. Fue 40 minutos antes que en 2022, cuando la amenaza de lluvia y algunos chubascos lentificaron el ritmo del desfile.

Sin escatimar en iluminación

Para el comienzo de este año los productores no escatimaron en iluminación. Un sol radiante y calefactor deslumbraba a los espectadores mientras miles de capuces ayudaban a calibrar el balance de blancos. Entre el trueno de los tambores de la banda de la Junta de Cofradías, aparecía el paso de Jesús Orando en el Huerto siguiendo la estela de unos estandartes de cabecera sometidos a un proceso especial de limpieza cono paso previo a sus restauración. La hortelana cofradía se convierte en centenaria en diciembre y, aunque el grueso de los actos conmemoraticos se reserva para la próxima Cuaresma y Semana Santa, los hermanos adelantaron la celebración de la efeméride con una participación masiva. Carlos Martínez, nuevo secretario, destacaba esta Cuaresma que son una de las corporaciones con más porcentaje de inscritos que acuden a la procesión. Y, de acuerdo a los datos del año pasado facilitados por las propias hermandades para un reportaje en Gólgota, la que más niños pone en la calle, 400. Lo volvieron a celebrar.

También en el céntrico templo se inició el desfile de El Prendimiento. El paso del Beso de Judas estuvo escoltado por los soldados de la Pasión Viviente de Tarancón, más que unos extras muy experimentados. Un nuevo incensario de la casa ciudadrealeña Orovio de la Torre llenaba de aroma sacro el discurrir de dos imágenes que han pasado por el taller de restauración de Mar Brox para tareas de mantenimiento.

Bailó elegante el frondoso olivo sobre los hombros de unos banceros que contaban con almohadillas nuevas. Las horquillas como recurso favorito en el catálogo de efectos de sonido, fusionándose con la Asociación Musical La Concepción de Horcajo de Santiago y marchas como  ‘Al compás mi cera llora’. 

La siguiente pantalla estaba en El Salvador, enmarcada por centenares de túnicas  inmaculadas e inmaculistas de los devotos de Nuestra Señora de la Amargura con San Juan Apóstol, que se sumaron al cortejo en el último lugar. Contenido, sencillo y hermoso exorno floral donde dominaron los blancos. También contenidos, sencillos y hermosos sus ropajes, tan clásicos en su conquensismo como elocuentes en su iconografía. La hermandad estrenaba dos centros fabricados con plata dorada por los hermanos y el conjunto volvía a su sistema de iluminación tradicional después de que no convencieran las velas artificiales que simulaban la candelería natural. Para ellos tocó la Agrupación Musical San Clemente de La Mancha. La primera del repetorio, el Himno Nacional.

El ascenso y acceso a la calle de El Peso permitió que los jefes de banceros añadiesen más galones a la colección y que los exuberantes olivos envolviesen, cual planta carnívora, a los inquilinos de los balcones. La procesión y el cine es un juego de formas y geometría.

Sin excesivo público -se notaba el inminente comienzo de un clásico futbolístico en el que también ganaron los blancos- las tres hermandades continuaron con su subida, respetada en general con mucho de El Silencio que da nombre a la procesión. Menos mutismo, aunque más que otras veces, en la Plaza Mayor. La cabecera alcanzaba el emblemático espacio a las 20:46 horas. Tres cuartos de hora después pasaban por los Arcos del Ayuntamiento San Juan y la Virgen para que la Banda de la JdC le interpretase la Marchas de Infantes. La misma agrupación antes había actuado para El Huerto, que regaló el primero de sus grandes bamboleos.

Las diez de la noche coincidieron con la aparición de la Santa Cena en la Catedral. Varios músicos de la banda municipal convirtieron las escaleras superiores en su escenario y con músical protocolo interpretaron el himno nacional. 

Moteños en la Cena

La imagen principal lucía una nueva corona regalada por la familia Celada Ayllón y realizada en la orfebrería valenciana David El misterio eucarístico tenía compañía provincial, ya que desfiló enmarcado por sus filas participó un numeroso grupo de miembros de la Sagrada Cena y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora de la Aurora de Mota del Cuervo.

Tras la Cena se colocaron, obligando a pequeñas reordenaciones de los flujos de público, El Huerto y El Prendimiento. El primero ya unido a la Banda Muinicipal de Cuenca, que destiló con sus alambiques de viento madera y viento metal Nuestro Padre Jesús de Emilio Cebrián. Música ideada para Jaén pero que bien parecería compuesta exactamente para un rincón concreto de Cuenca. El Arco central de la Casa Consistorial donde el bamboleo se hizo plegaria y el movimiento catequesis. Un baile sosegado y enérgico, contagioso.

También aprovechó las notas El Beso de Judas, ya sin la Banda de Horcajo, que haora correspondía al siguiente actor en entrar en escena.  Sin parar ni esperar en la Plaza se incorporó la hermandad de San Pedro Apóstol, procedente de su templo homónimo metros arriba. Voluminosa y prodigiosa joya de la imaginería procesional conquense, firmada por Luis Marco Pérez, quien, como el mejor director de Vestuario, se documentó con mucho rigor sobre la indumentaria de los romanos. Única excepción cromática en los capuces (son rojos), capas para todos y velones eléctricos que propician la curiosa imagen de un cerero sin mecheros, navajas o cirios, pero con destornillador en ristre. 

Frondoso planteamiento vegetal también el suyo, hasta el punto de tapar parcialmente uno de los rostros de los soldados. Al pasar por delante de la Catedral ya se había amortiguado o casi extinguido el bullicio que suele acompañar las entradas a las Plaza junto a algunas decepciones.Servidumbres de un descanso que, eso sí, es un fenómeno que haría las delicias de cualquier buen antropólogo. Una fábrica de recuerdos. 

También desde San Pedro se había sumado La Negación, con algunas mejoras instrumentales. De esas que se notan más hacia dentro que hacia fuera, pero que a veces marcan el detalle que decanta hacia un buen desfile. Horquillas barnizadas y restauradas, mejoría del soporte interno de los banzos con las andas y lacado de estos.

Señor del Miércoles Santo

No hubo aplausos, porque aquí ni gustan ni se necesitan, como los de las sitcom al ver al protagonista, cuando apareció en escena el Ecce Homo de San Miguel. Pero sí reaccionó contundente en su respeto el público, que no puede, ni sabe ni quiere esquivar su pena. Inerme y regio al mismo tiempo iba iluminado con los velones creados adrede para el sistema de iluminación natutal estrenado el año pasado. La Asociación Musical Moteña interpretó para él la marcha de estreno ‘Señor del Miércoles Santo’ compuesta por Pablo Martínez Vicente. Y, desde la lejanía del camino de Nohales, en la fértil clausura del Convento de Nohales, rezaría por los frutos de su caminar la superiora del convento, Elena Borja, la madre Elena, hermana mayor de este año.

La Virgen y el Apóstol iniciaron la bajada con el aliento del obispo, José María Yanguas, acompañándole en el itinerario entre el Palacio Episcopal y la Plaza Mayor, un gesto con sabor a despedida tras la presentación de su renuncia ante el Papa. Faltaban cuatro minutos para las once y media de la noche.

El descenso fue recuperando adeptos para la causa en las aceras, mermándolos menos que otras veces en las filas y regalando fotogramas de una Pasión menos gore que la de Mel Gibson; eminentemente psicólogica en estas primeras horas. Música desde San Felipe Neri con el Coro del Conservatorio y examen de exámenes en la Audiencia en un día con pasos muy complicados de llevar, que exige buenos directores.

Público expectante para La Saeta

A las doce y cuarto, cuando la cabecera acorazonada se veía entrar en Carretería ya había público cogiendo sitio en la calle Aguirre, ese parque temático de las despedidas. Habría que esperar 45 minutos para que tambores y trompetas abriesen la sucesión de momentos. La Santa Cena se quedó en los Jardines de la Diputación Provincial con ganas de estrenar su nuevo sistema de carro;  el Huerto se adentró, otra vez con Nuestro Padre Jesús, en su iglesia fundacional mientras que El Beso de Judas quedó fuera para ir cumplimentando hermanamientos. 

Mientras, sonaba La Muerte no es el Final para San Pedro para el Monumento a los Soldados Conquenses caídos en África. Después sería La Saeta paradójicamente indisoluble ya al conjunto y a su baile delante la Diputación en medio de una masa cautivada y arrobada y de una expectación creciente. 

Títulos de crédito

La Negación se quedó junto al Prendimiento y, juntos pero cada uno a su manera, se mecieron con lealtad ante el Ecce Homo y San Juan de la Virgen, quien aún tenían tarea antes de que la pantalla se fundiera a negro. Un ascenso íntimo pero no solitario donde ya el sol vespertino era un recuerdo remoto y casi legendario. A las tres el paso mariano y juanista decía su adiós y poco después lo haría en San Andrés, como un héroe de tecnicolor de viejos carteles, la talla del Jesús doliente.

Era el Fin o, más bien, el Continuará. Porque aquí solo se entiende la película del primero al último, de Ramos a Pascuas. Además este capítulo tuvo su material extra tras los títulos de crédito. La tramoya a veces es bella; como la de los afanes para regresar pasos y banceros a los templos; los autobuses aguardando a las bandas o los gastos que añorarían los comensales de los cócteles de las premieres.