Hay gente que prefiere estar en otro lugar del mundo un Viernes Santo pudiendo estar en Cuenca. No será este cronista quien se oponga al regalo divino del libre albedrío ni al constitucional derecho a la libertad de circulación y residencia, pero sí el que parafrasee al crucificado pidiendo al Padre que los perdone, porque no saben lo que hacen. Si alguien aún insistía en que esta es una fecha más del calendario, que da igual aquí o allá o que “bueno, bien, pero tampoco es para tanto”, ha llegado este Camino del Calvario de 2025 para desmentirle, corregirle y conmoverle. A él, a la ciudad, al planeta y al cosmos. La procesión de la madrugada ha regresado después de dos años y once días en una de sus mejores versiones convirtiendo otra vez este olvidado pedazo del atlas en la capital de la redención. En ningún otro sitio como en esta ciudad se siente y se sabe que Dios carga con una cruz de ofensa y pecado hacia su destino gloriosamente trágico.
Había ganas de procesión. Más que ganas, ansia. Tras la cancelación del año pasado, esta vez la meteorología tuvo la deferencia de ni siquiera preocuparnos. Las nubes hurtaron las estrellas, pero dejaron ver a ratos fragmentos de luna. Y hacia la luna -como antes hicieron en estas sierras otros pueblos y otros credos que acertaban aun estando equivocados- sonaron los tambores de Las Turbas como un fragor bíblico y los clarines con su salmodia de agudos. Desde las dos de la madrugada ya había público y turbos esperando en la Plaza de El Salvador. Alrededor de las cuatro se había completado el aforo establecido por seguridad y ya no pudo acceder nadie más, aunque fuera acreditado con el brazalete que este año era verde y amarillo, un guiño al Grupo ONCE.
El frescor inesperadamente suave de la noche, que llenó de nombres propios el parte de excesivamente abrigados, ayudó a soportar la espera. Al menos en lo físico, otro tema fue la impaciencia espiritual. Los decibelios empellaron las manillas del reloj hasta las 5:20 horas cuando, con más antelación que otras veces, los efectivos de la Policía Nacional y del grupo de orden procesional, abrieron hueco para preparar la salida de la hermandad del Jesús Nazareno de El Salvador. Fue una acción más temprana y también más intensa: el espacio reservado superó en algunos metros al de ocasiones anteriores, hasta el número 3 de la Plaza aproximadamente. La operación no estuvo exenta de algo de tensión por ciertos elementos de la turba obcecados en entorpecer, pero se resolvió sin demasiados problemas. También hubo luego momentos complicados por este motivo en la bajada por la calle de El Peso -con alguna caída que afortunadamente se detectó y resolvió pronto- y en la llegada a la Plaza Mayor, pero tampoco llegaron a mayores.
A las 5:31 las puertas diseñadas por Miguel Zapata se abrieron y con ellas la iglesia de El Salvador. Se siguió la pauta ritual: primero el guión y luego la imagen. El Jesús de las Seis, alumbrado tenue y eficazmente, atrajo el clamor de la oración percutida de la turba y ofreció así la primera entrega del coleccionable de éxtasis que desgranaría la jornada. Participación de récord en las filas de tulipas: fue flanqueado por muchas túnicas y capuces morados: esos hábitos de escudo en brazo que son unos de los más auténticos y contundentes de la Semana Santa conquense. La pacificación creciente del desfile y los benignos termómetros espolearon además la tendencia ya observada en ediciones precedentes: muchos niños.
El Jesús salía en procesión por primera vez tras los trabajos de mantenimiento a los que fue sometido en el taller del sevillano Juan Manuel Miñarro, quien también ha diseñado sus nuevas potencias, ejecutadas por Pedro Joyeros.
Ya con el grueso de la turba calle abajo, aunque con algunos integrantes repartidos en los laterales de la plaza, salió el paso de ‘La Caída’. Dos novedades postergadas por la lluvia de 2024 tenían al fin su momento: el sudario obra de Javier Viver (escultor de la Virgen de Hakuna) que refleja al hombre de la Sábana Santa y la indumentaria de La Verónica, diseñada por Eduardo Ortega (Señorito Ortega).
Poco a poco salieron los pasos
Poco a poco, con un ritmo más pausado que el de otras veces, fue componiéndose la procesión con el resto de hermandades. A las seis de la mañana los verdes, rojos y morados de San Juan Apóstol Evangelista inundaban de fidelidad y valentía el recoleto pero inmenso espacio. Emergió la escultura de Luis Marco Pérez. Sin caer en chovinismos, pero tampoco en complejos de inferioridad impostados: puede hablarle de tú a tú a las representaciones del Discípulo Amado de grandes de este arte como Martínez Montañés o Salzillo por presencia escénica, unción y belleza. “Busque, compare y si encuentra algo mejor…”, como decían los anuncios ochenteros de detergente. La AM La Concepción de Horcajo de Santiago tocó para él -o más bien para cada uno de nosotros- el San Juan de Nicolás Cabañas, que nos enfermó de nostalgia y primavera. Recibió también clarinás y el rítmico batir del tambor, aunque con él aún presente hubo silencio antes de tiempo, antes de que se marchara: unas veces no llegamos y otras nos pasamos.
El silencio sí que fue plenamente oportuno cuando los capuces negros de la Soledad de San Agustín iniciaron su caminar. A las 6:13 horas apareció El Encuentro y a las 6:24 La Madre. Clavel morado jaspeado y statice morado en el primero; cañas, rosas, orquídeas y lisianthus blanco, e hypericum rosa en la segunda. La Juventud Filarmónica de Villamayor de Santiago tocó para ella ‘La Madrugá’ al comenzar un descenso que tenía una meta volante más inmediata el sonido y el calor de la fragua de la calle General Santa Coloma: allí sus hermanos cantaron lo que dicen que es un motete, pero que se palpa como una caricia de ardiente devoción. Es uno de esos milagros sinestésicos tan frecuentes por estos lares en estos días.
Multitudinaria y accesible turba
Que la turba iba a ser este Viernes Santo más que multitudinaria se intuyó por la Puerta de Valencia y Aguirre, pero se confirmó por Carretería. Cuando el Jesús estaba por la Plaza de la Hispanidad, Las Turbas tenían ya tapizada casi toda la calle principal, con su guión a la altura de Ruiz. El grupo que cobija esta manifestación suma 2.800 miembros con derecho a recibir credencial y más de 2.400 la habían retirado, en un dato de plusmarca. Pero, además de los oficiales, hubo un buen número de alegales u oficiosos que llenaron la ciudad con su caleidoscopio de túnicas y su partitura sin pentagramas. Plural y popular, la masa que precedió a Jesús gana año a año presencia femenina, ha recuperado la presencia infantil y tuvo vocación de accesible. Varias personas con discapacidad visual pertenecientes a la ONCE hicieron el recorrido entre la Diputación y el Puente de la Trinidad acompañados por miembros del Grupo. “Ha sido una experiencia maravillosa. Tenía un poco de nerviosismo al principio, pero ha puesto los pelos de punta porque es algo que no esperaba que fuera así. A mí siempre me ha gustado vivir la procesión desde fuera, pero con mi poca visión no pensaba yo que pudiera un día participar y ha sido genial. El Grupo nos ha estado acompañando y cuidando y hemos decidido unos cuantos seguir adelante más allá del trayecto previsto”, relataba a este periódico Pilar López, consejera territorial de la ONCE en Castilla-La Mancha.
A pesar de la cuantía de ese paso vivo que le precedía, el Jesús de las Seis demostró que agilidad y solemnidad no son antónimos, sino complementarios: avanzó raudo y enérgico sin dejar de cumplir con todo lo que de él se necesitaba. Giró, al igual que La Caída, por los ausentes – en Carretería, en memoria de la suegra del hermano mayor, fallecida en 2023- y llegó puntualísima a la cita que tiene al inicio de Palafox. Allí, en el espacio que desde marzo se llama Plaza de la Turba, recibió los alfilerazos de decenas de clarines cómplices y, cómplice también, se movió para ellos, adelante y atrás. Un baile, si se le quiere llamar. Una manera de escenificar fraternidad y de ser sin dejar de ser.
Santificar los repechos
La clariná de Palafox es uno de los momentos justificadamente mainstream del cortejo pero al ascenso inmediatamente posterior por las Curvas de la Audiencia no le faltan argumentos para concitar admiraciones masivas. Qué manera de santificar los repechos. Que cadencia de horquillas. Generoso en estímulos sensoriales, es sobre todo un lugar privilegiado para mirar de tú a tú al nazareno con la cruz a cuestas que pide socorro y lo concede, que hipnotiza y dinamita los secretos.
Cada hermandad, o incluso cada paso de esta procesión, rezuma personalidad propia y una particularísima forma de desfilar. Ahí reside gran parte de su grandeza pero, junto a otras circunstancias, a veces provoca que sea complicado ahormar y compactar todo el conjunto. Este año, aunque no tan acusados como otras veces, hubo algunos cortes en la parte inicial de la procesión. A veces entre cierre y cabecera y otras, aunque las cabeceras estuvieran más próximas, sí que se notó demasiado distancia entre las imágenes, aunque nada inédito ni exagerado. Y más teniendo en cuenta que también San Juan y la Soledad presentaron una participación apabullante. El Jesús llegó a la Plaza Mayor sobre las 8:41 y a las 9:19 la cabecera de la Soledad.
No llegó a las cifras del Domingo de Ramos (hablan de más de 8.000 espectadores), pero la Plaza Mayor fue también este Viernes sinónimo de gentío, especialmente cuando turbos y nazarenos se asentaron también en ella. Aunque es verdad que muchos tramos de la subida no habían acumulado excesivo público. La llegada de cada una de las imágenes fue de esas que se guardan con mimo en el baúl de los recuerdos. Un derroche de fervor popular y canónico, íntimo y tribal. Cómo sonó la marcha ‘Pasa la Soledad’ entre el silencio casi absoluto -lástima de vías adyacentes- para consolar a la Madre.
El descenso, aunque trabajoso para unos banceros con muchas horas ya de musculosa contracción acumulada, fue algo más compacto y también se desarrolló según el mejor guión previsto sin que decayera, más bien al contrario, la cantidad de participantes.
Las aceras en torno a San Felipe Neri llevaban llenas horas antes del Miserere y los servicios de seguridad, además de cortar accesos, obligaron a moverse al público que no tenía plaza asegurada en las aceras. El canto del salmo fue una catarsis de contrastes, como siempre, un silencio audible en gran parte del Casco Antiguo y un trueno de reminiscencias apocalípticas.
San Juan bajó maduro y niño, ascensional y humano, movido como solo saben hacerlo sus banceros y estrenando un camisón confeccionado por la camarera. Su palma fue un cordón umbilical para el cielo. Por eso cada año deposita otra en el Monumento al Nazareno.
Orfandad
Elegante en su dolor, Nuestra Señora de la Soledad Nuestra Señora desfiló por primera vez en Semana Santa con su aureola engrandecida y vistió como tocado un centro de mantilla goyesca en color marfil y perimetrado por una mantilla negra bordada en dorado. Esta mantilla es propiedad de una familia de cuarta generación en la cofradía: una de sus integrantes se casará este año y se usará la prenda en el rito del sacramento.
Además, estrenó una medalla de filigrana de plata del siglo XVIII con la imagen de San Antonio donada por una hermana y un encaje para las mangas donado por un hermano. Portaba también la Madre que tan certeramente talló Coullaut Valera un rosario de azabache y plata cedido para el desfile por una hermana que contraerá matrimonio y que portará este rosario en su ramo de novia.
Prendido en la cintura llevó un rosario de plata y nácar dorada en memoria del fallecido Fernando Dávila Nielfa, quien fuera secretario, capataz de banceros y representante. En su itinerario recordó también a Ricardo Fernández Palomo, Bernabé Aguilar Manuel Amigo Garrido y Jesús Mateo Navalón.
Porque esta advocación mariana, aun en el más doloroso de sus trances y sus días, es sobre todo una maternal certeza. Nadie que la haya mirado a unos centímetros, tal vez en la calle de El Peso, se sentirá ya nunca del todo huérfano.
Las cuatro asociaciones públicas de fieles y los cinco pasos alcanzaron pletóricos el final de su recorrido. Un fervor poliédrico y casi orgánico había llenado la ciudad y hasta, sin pasarse, pudo sintetizarse vitamina D porque había salido el sol. En un aquelarre de sonido y lágrimas, de silencios y detalles, El Salvador poco a poco otra vez atrajo a su matriz esta manifestación de penitencia y belleza. A las 11:38 entró el Jesús, a las 12:33 la Soledad. Entre medias un San Juan que provocó el delirio de la turba. Sonó el Himno de España para la Virgen y hubo quien empezó a aplaudir pero el intento fue frustrado. No hacía falta: lo que es de por sí grande, no necesita ser exagerado.
GALERÍA MULTIMEDIA