Quizá como atávico mecanismo de supervivencia, el ser humano tiene tendencia a domesticar sus miedos y a contemporizar las amenazas hasta diluirlas en su ritmo cotidiano. Lo mismo, presumiblemente por las mismas razones, pasa con el dolor vivido: las cicatrices permanecen e incluso a veces supuran pero, de tanto verlas y tocarlas, se acaba por no reparar en ellas al mirarse al espejo o se mimetizan con el resto de la piel en las caricias.
Ni el coronavirus ha desparecido ni tampoco se han secado las lágrimas que por él derramamos. Pero el año pasado Cuenca eligió su Semana Santa para izar otra vez la bandera de la normalidad, recosida a patir de los jirones de unas mascarillas que se iban arrinconando. Aun en la euforia del regreso tras dos años sin procesiones -cinco sin recorido completo en Camino del Calvario por el recargo de la lluvia- permanecían en la primavera de 2022 restricciones y recelos. La salud mental y la física ejecutando su coreografía en el trapecio. Y mucha de esa prudencia en stock -o de esos temores, según se quiera mirar- se había reservado precisamente para el desfile que inicia el Viernes Santo. Seguramente por asociarse este cortejo con aglomeración y rostros sin velar, las cifras récord de participación encontraron su excepción entre una turba no raquítica pero sí mermada en número respecto a las anteriores precedentes, que ya habían experimentado un relevante descenso en comparación con el inicio del siglo o las décadas previas. Pero la ciudad ha recuperado este 7 de abril una turba multitudinaria, abrumadora y mayoritaria, casi kilométrica en algunos tramos. Ha vuelto a ser la teatral muchedumbre que parecía habíamos olvidado, marcando entre clamores el discurrir de un Jesús apesadumbrado e injuriado cargado con su cruz de ofensas rumbo al monte Gólgota.
Aunque ha sido en la segunda parte del recorrido cuando mejor se ha percibido ese incremento participativo, desde antes del comienzo ya se notaba que iba a ser distinto. Como ha confirmado este periódico, se ha permitido un aforo mayor que el del año pasado en la Plaza de El Salvador donde, no obstante, se ha cortado el acceso poco después de las cuatro de la madrugada.
Un comienzo que no ha sido fácil ni feliz
El comienzo -a las 5:32 horas- no ha sido fácil ni feliz. La cicatriz por sucesos como 2002 y 2007 que parecía un capricho en la epidermis ha supurado otra vez. Un grupúsculo de pseudturbos lo ha puesto especialmente complicado para que se abriese el espacio necesario para que saliese y avanzase el guión y el propio Jesús Nazareno de El Salvador. A los efectivos de orden procesional y la policía ya ahí ubicada se han tenido que sumar rápidamente más miembros de la Unidad de Intervención Policial (UIP) que había en la zona e incluso algunos turbos, por iniciativa propia, han invitado a irse a alguno de los elementos que estaban contaminando el rito. El espacio despejado ha sido finalmente superior al de otras veces y las operaciones también se han adelantado. El trance se ha pasado sin excesivas consecuencias (después banceros de La Caída también recibían algunos improperios respondidos verbalmente por uno de ellos, sin que fuera a más el asunto) pero ha sido un spoiler de lo que iba a venir: unos cuantos, no muchos pero pertinaces en su molestia, se han empleado a fondo a lo largo del cortejo por dificultar su discurrir.
Quizá fuese un peaje por la alta participación, pero lo cierto es que, en número y en todo lo demás, representaban un sector marginal de una Turba mayoritaria que mayoritariamente ha estado a lo que había que estar. A lo que la historia y la propia conciencia reclamaba: a tocar el tambón según el ritmo heredado y a destilar con su clarín lamentos que son oración y éxtasis. A cumplir, desde el respeto, la misión encomendada. A agitar su alma y la de los demás en primaveral ceremonia. Este año no había Cruz Parroquial pero sí que por segunda ocasión consecutiva desfiló el guión de Las Turbas. Lo portaba una turba, Noelia, rodeada de niños: todo un símbolo de que precisamente han sido las mujeres y los menores los que más altas han protagonizado. La configuración del grupo está experimentado un cambio gradual pero significativo en el que están puestas muchas esperanzas de seguir mejorando en el desfile y extirpar comportamientos que roban espacio a lo importante.
Versallesco, valiente, vertical y vivificante
Tras Jesús y la Verónica salió de la iglesia San Juan Evangelista versallesco, valiente, vertical, vivificante. Bailó, con B, ya primero ante unos cuantos turbos que habían querido esperarle. El silencio que se reserva para la Soledad de San Agustín se adelantó otra vez, en esta ocasión aún más, generando un cierto desconcierto e idas y venidas entre la percusión desaforada y el mutismo. Cuando La Asociación Musical La Concepción, la banda de Horcajo, empezó a interpretar la marcha que Nicolás Cabañas dedicó al leal apóstol, se mezclaban unos y otros sonidos. Los tímpanos, como las papilas gustatvas de un sumiller, se esforzaban en reconocer unos y otros.
La entidad musical está hermanda con la corporación juanista: una amistad vieja y cada vez más intensa y visible en detalles como los cubretambores que estrenaba con el escudo antiguo, un regalo que evoca los grupos de judíos que marcaban el paso del Evangelista en tiempos sin menos bandas. También estrenaba el paso nuevas cantoneras para los banzos realizadas por la casa sevillana Industrias Élite.
Una, dos y tres…
La hermandad de Nuestra Señora de la Soledad de San Agustín completó el cuadro procesional. Primero con el paso de El Encuentro con la luz de sus hachones rasgando la oscuridad nocturna y permitiendo ver el adorno floral formado por alium, alhelíes, rosa y clavel morado.
Despúes, con la Madre. «Una, dos y tres…al brazo. Una, dos y tres… al hombro», guió sin histrionismos ni alharacas el capataz en una de las salidas más elegantes que se le recuerdan. Se puso a prueba con buen resultado la restaurada estructura de andias y palio. Apareció hermoseada con un exorno de rosas ramificadas blancas, cimbidium blanco, lisianthus blancos jaspeados en morado y flor de cera. Y olió a incienso, intenso en su forma y en su fondo.
Estrenaba la talla mariana en procesión la saya que se realizó por el 75º aniversario de su hechura, diseñada por Eva María Gómez -hija de Encarnación Román, bordadora del manto procesional- y ejecutada por el taller de bordado en oro San Julián. Portaba un corazón flamígero traspasado por una daga, en oro, brillantes, diamantes y rubíes, rematando la daga una perla australiana.
El rosario, de oro y plata dorada y cuentas de granates, fue donado por un grupo de hermanos por el IV centenario de la procesión, en 2016. Lleva un trozo del antiguo manto procesional y una imagen central pintada de la advocación de la Soledad en el siglo XVII (de época). El pañuelo fue donado por una familia que ha sufrido este año el fallecimiento de uno de sus miembros, Ángel Ferrer.
Ya completa la procesión siguió su discurrir rumbo a la parte baja de Cuenca, con hitos como la ya imprescindible parada en La Herrería para que la Soledad escuchase el motete. Y para que el frío, que comenzaba a estallar con el amanecer, fuera menos frío con el calor de la fragua. Música de sus hermanos que no fue la única que tuvo, la banda de Villamayor de Santiago desgranó una hermosa colección de solos y marchas, desafiando al cansancio.
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Las tres hermandades apuntalaron la tendencia de elevada participación en sus filas, incluyendo incluso desde buena mañana niños, que serían más numerosoa al final. Ya va dejando de ser noticia por la reiteración, pero conviene recordarlo porque da buena cuenta de la pacificación de la madrugada.
Un cortejo muy ágil y escrupuloso con los tiempos
A pesar de la gran cantidad de turbos y de la actitud de unos cuantos de ellos, el desfile avanzó con fluidez y rapidez. De hecho ese el otro gran titular de la jornada: la agilidad conseguida. A modo de Metas Volantes de la devoción, la cabecera llegaba por Notario a las 6:35 horas y a las 7:35 por las Curvas de la Audiencia; luego acabaría su recorrido en El Salvador un cuarto de hora antes del mediodía, poco después Jesús Caído y La Verónica. A las 12:08 diría adiós San Juan ante la impaciencia de la turba y, demasiado sola pero menos que en otras ocasiones, a las 12:33 se guardaban casi simultáneamente el Encuentro y la Soledad. Esta hora final mejoraba en 17 minutos la de 2022 y en el caso del Jesús la holgura era aún superior. Muy escrupulosos con los tiempos, de doctor en Ciencias Exactas.
Hubo algunas separaciones entre hermandades, pero menos acusadas que en años anteriores, salvo al final. Es verdad también que hubo menos distancias entre guiones que entre imágenes. La evacuación de una persona que había sufrido un desmayo en la Plaza Mayor, de la que informó a los medios el alcalde, Darío Dolz, obligó a alterar e interrumpir brevemente el tránsito procesional. Las primeras informaciones difundidas por Radio Castilla-La Mancha apuntaban a un posible ataque epiléptico en unas horas sin apenas incidentes reseñables.
Desvío y restricciones para el público
La gestión de los grandes flujos de público fue uno de los grandes retos de los servicios de emergencia y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Además de en la salida, hubos policias protegiendo el perímetro del itinerario de la procesión en la Anteplaza y, ya en la bajada, se desvió al público desde Alfonso VIII hacia la Cuesta de Santa Catalina para impedir que el gentío en torno al Miserere del Coro del Conservatorio en San Felipe Neri fuese aún más acusado. Por el mismo motivo se limitó el acceso de subida. También con cordón policial se separaría al final a las imágenes de los turbos y a estos de los espectadores.
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Porque, salvo en el eje que va de la Puerta de Valencia a Calderón de la Barca y en parte de Andrés de Cabrera, hubo gente, mucha gente, queriendo contemplar al Jesús de la Mañana en su padecer redentor, al discípula amado y a la Madre de corazones atravesados. Desde Protección Civil, Policía Local y Bomberos calculaban, a preguntas de Voces de Cuenca, que en la Plaza Mayor se congregaron unas 8.000 personas aproximadamente, cifras similares a las del Domingo de Ramos.
Matemáticas al servicio de Dios y la belleza
Las cuentas de espectadores y tiempos importan, pero más las del rosario. La gran manifestación pública de Fe usa las matemáticas y sus ramas para cultivar la belleza de un rezo colectivo, hermoso en lo grande y en lo pequeño. Al fin y al cabo Dios es, a su manera, un gran matemático. La geometría que trazaron los banceros del Jesús -con un ritmo solemne y enérgico simultáneamente, pero más contenido este año – para colocarlo en las borriquetas de la Plaza evocaba los dibujos de compás, escuadra y cartabón de los arquitectos de las iglesias que con su trabajo nos regalon atajos al Cielo. El ritmo binario de las horquillas de la Verónica, adelante y atrás, entre los ecos de la clariná tribal de Palafox. Fibonacci tocaba la tuba para que San Juan conmoviese con su dolor elegante, empapado y empapando de barroco la Anteplaza. Y la Madre -con su hijo y sola- despojaba la X de la ecuación que le pusieron como deberes Gabriel y Simeón y que hasta ahora no había conseguido descifrar.
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Y con su percusión exacta y anárquica, repetida como el mantra de un monje budista, atronadora y descarnada, La Turba se elevó a infinito.
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