La lluvia atrapa al tramo final de la Vera Cruz, que completó la Séptima Palabra entre paraguas

La procesión del Lunes Santo cambió, obligada por la meteorología, el ritmo sosegado por un frenético tramo final pero mantuvo la compostura y consumó su liturgia

Casi. La tregua de la lluvia no quiso alargarse un poco más y un aguacero atrapó a la procesión de la Vera Cruz de este Lunes Santo en su tramo final. A las 0:13 horas, poco después de que se escuchara la penúltima de las Siete Palabras a las puertas del Monasterio de La Concepción Francisca, comenzaron a caer unas cuantas gotas. En escasos minutos fueron muchas, muchísimas, más: las nubes alijaron con rabia por las calles Las Torres y Aguirre, obligando a un cortejo acelerado y deslucido que, eso sí, acabó su recorrido hasta San Esteban.

No había refugio posible, al fin y al cabo. Pero tampoco se contempló la opción de la disolución anticipada: tanto los portainsignias como los banceros y los nazarenos de las filas resistieron estoicamente el chaparrón, sin estridencias ni pérdidas de composturas. No hubo más caos que el absolutamente inevitable en esos trances frenéticos. Se mantuvo la formación y la estructura. Incluso se oyó la última prédica con el Cristo ya resguardado en el atrio de San Esteban, mientras el agua se deslizaba por esta talla del siglo XVIII ante un buen número de fieles en la doble acepción del término; algunos con paraguas, otros sin ellos.

Si el desfile hubiese llevado el ritmo de otras ediciones más ágiles -como la de 2023, cuando el itinerario se completó en 2 horas y 44 minutos- se habrían podido esquivar las precipitaciones teniendo en cuenta que este año se ha estrenado nuevo horario de salida: a las nueve y media de la noche desde la Catedral, 60 minutos antes de lo habitual. Esta es una procesión con menos margen que otras para ajustar sus tiempos (hay siete paradas preceptivas para escuchar sendas reflexiones que no se pueden obviar) y además discurrió mayoritariamente con una cadencia sosegada que contrastó con las veloces y urgentes tiradas del final. El abrupto cambio del ritmo del tambor ronco que iba marcando el paso de la imagen ejemplificó sonoramente cómo la prisa secuestró a la solemnidad. La procesión se dio por finalizada rozando las 0:40 horas.

Un final que no resume una noche

No fue la clausura que se merecía este Lunes Santo ni esos 25 minutos finales son un buen resumen de lo vivido en esta noche en Cuenca. Porque antes todo fue muy distinto. Y también debe contarse, aunque la prioridad informativa lo relegue a otros estratos de la pirámide invertida.

El gregoriano que destila en latines el Coro Alonso Lobo emergió desde el inicio, recibiendo en las puertas de la Catedral al Cristo ante una Plaza Mayor no tan repleta como en la víspera pero desde luego con mucho y muy heterogéneo público. Un público respetuoso, atento y callado. Eran muchos y en ese lugar, demostrando -y esto es un aviso a los navegantes de las jornadas venideras- que es posible crear un clima así en tal privilegiado espacio. Sonó también el tambor lento que luego tan rápido iría y la campana anunciando la procesión, que tomaba el testigo de la que había sonado poco antes durante la consagración en la Santa Misa de hermandad presidida por el obispo de la Diócesis, José María Yanguas. Esta procesión es de dentro a fuera, y viceversa. La sacralidad, la espiritualidad y la belleza del templo catedralicio se desgrana luego en la vía pública, estratégica y dosificadamente.

Yanguas, como es tradicional, predicó sobre la Primera Palabra: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». El prelado enfatizó que «Jesús pide perdón, pero no para sí, lo suplica para nosotros, a nuestro favor (…) intercede por nosotros» y «no nos sorprende porque son cosas que hacen las personas que nos quieren bien». Añadió que «qué maravilla que el ofendido pida perdón para los ofensores». Maravilla «y desconcierto, porque en su petición de perdón rebaja la gravedad de la ofensa (…) está dejando caer que si supiésemos lo grande que es el pecado, no lo cometeríamos». Aunque, apelando a los presentes, se atrevió a plantear «¿Pero de verdad podemos decir que cuando pecamos no sabemos lo que hacemos? ¿merecemos esa disculpa por parte de Jesús? ¿volveremos a repetir nuestros pecados escudándonos en nuestra ignorancia». Por eso exhortó a reconocerse pecador, «a abrir las almas al perdón de Dios».

«Dios más se manifiesta cuando más hondo se esconde»

Tras la episcopal microhomilía el desfile avanzó rumbo a la Anteplaza, ante el Convento de las Blancas, donde el silencio fue nota mayoritaria aunque tuvo que competir con murmullos de las gentes que abandonaban las plazas o que, con más impaciencia y menos discreción de las comprensibles, llegaban o se iban por las calles adyacentes. Fue Mario Valverde, sacerdote y hermano de la cofradía, quien asumió esta segunda prédica centrada en la cita «Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso». Planteó el presbítero una reflexión sobre las dos actitudes principales ante el dolor tomando como paradigma de cada una de ellas, al buen y al mal ladrón que crucificaron junto a Jesús. Están los que claman contra Dios ante el sufrimiento, dijo, incluso cuando es consecuencia del propio pecado. Y los que lo integran y no piden explicaciones y saben que «Dios más se manifiesta cuando más hondo se esconde».

Durante el inicio del descenso -y durante toda la procesión, hasta las mojadas postrimerías- los hermanos de la Vera Cruz de Cuenca estuvieron acompañados en este 2025 en el que se cumplen 30 años de la fundación de su hermandad por sus homólogos y homónimos de La Peraleja y Villar de Domingo García, esos espejos que tanto enseñan sobre nuestra historia pasionista. Su presencia es una constante. Cambió sin embargo el capataz de banceros, puesto en el que se estrenó Armando Martorell en sustitución de Eusebio Jiménez.

Novedosa fue asimismo la presencia de niños sin capuz. Los menores podían salir en el desfile desde 2016 pero con el rostro tapado y ahora se les ha eximido de esa condición. No fueron muchos pero sí que se pudieron observar algunos rostros infantiles, pioneros y reflejo del compromiso de la cofradía por rejuvenecer su base social y de reconocer a los más pequeños el sagrado derecho a recordar.

Cresta punk

A la altura de San Felipe Neri, mientras el viento frío jugaba entre las hiedras y los huesos, fue el cofrade Fernando Díaz quién habló sobre la tercera de las palabras pronunciadas en la Cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”. Fue el suyo un discurso de exaltación mariana. De María y de las mujeres que no abandonaron a Jesús en pleno tormento cuando la mayoría de sus apóstoles varones desaparecieron. «Estas mujeres, cuyos nombres quizá no siempre recordamos, son un ejemplo de valentía silenciosa. No huyen ni se esconden. Permanecen, porque el amor verdadero no retrocede ante el sufrimiento. Y entre ellas, María destaca como una figura de fortaleza y debilidad entrelazadas. Es una madre que llora, pero no abandona. Una mujer que, aunque debilitada por el cansancio y el dolor, se mantiene firme junto a su hijo hasta el final», dijo.

Sí, se habló mucho de sufrimiento. En una sociedad que decora con asepsia hasta las más amargas certezas y cuyo mullido Becerro de Oro es el confort, suena contracultural y revolucionario que en una vieja ciudad europea se reflexione así, en público y ante decenas de personas, sobre el pecado, el dolor y otros conceptos que algunos les parecerán anticuados o ignotos. Esta procesión es a su manera un acto de disidencia a pesar -o gracias a- la puesta en escena sobria y tenebrista, de la recreación historicista y de la ortodoxia que rezuma. Como si los capirotes enlutados fueran unas crestas punk tamizadas por lo católico, apostólico y romano.

La Cruz de Guía de la hermandad -restaurada por el belenista Jesús Martín de los Santos- giró hacia la calle de El Peso y con ella todo el cortejo. Apenas sin estrellas en el cielo, había alguna mirada furtiva a las nubes que las ocultaban. Ante San Andrés y alumbrado por los tenues hachones, el Cristo pronunció la cuarta palabra («Dios mío, Díos mío, ¿por qué me has abandonado?») sirviéndose de Celia Casanova, hermana mayor de 2025. «Dios experimentando el abandono de Dios, podría ser el resumen de lo que encierra esta cuestión, el punto y final de una vida, pero sabemos que no, Señor. Tú nunca nos
abandonarás como tampoco lo estuviste en este fatal trance», dijo en sus primeros compases para cerrar proclamando que «si bien eres el Dios del Abandono, también eres el Dios de la Esperanza y a ella debemos aferrarnos para alcanzar esa seguridad que tanta veces nos falta, para sonreír cuando el pesimismo nos cerca y el derrotismo nos ahoga».

Gentío

El adelanto de la hora se notó, a pesar de que el desfile iba más lento de lo previsto, en la gran presencia de público en esta parte del recorrido, sin apenas zonas desiertas en el eje que va de El Peso a la Puerta de Valencia. Multitudinario hasta registros seguramente inéditos. Fueron muchos por tanto los que en El Salvador rezaron junto a Julio Checa Pérez en torno a la Quinta Palabra: «Tengo sed». Este predicador que pidió que el Cristo ilumine su camino hacia el sacerdocio, puso el énfasis en la entrada de gente joven en la hermandad y dejó varias frases de hondura. «Oh Santísimo Cristo de la Vera Cruz, ayúdanos a ser hijos obedientes y que podamos cumplir con nuestras obligaciones como cristianos. Demostrando así que lo que hoy vivimos en esta bonita noche de Lunes Santo, no es tan solo un teatro o una simple moda, sino que es un puro acto de fe y de amor de tus hijos que desean ponerse a tu lado, y en esta tarde de dolor sufrir contigo algunas horas» dijo y también citó al Papa Francisco para llamar a «Beber a Cristo porque él es la fuente de la vida».

Clara Mª Urango, hermana mayor presidenta, habló ante el Convento de la Concepción Franciscana sobre el «Todo se ha consumado», Sexta Palabra. Y lo hizo con una mirada introspectiva, dejando a los presentes un examen sorpresa de conciencia. «En estos tiempos convulsos y estas coyunturas complejas. En estos momentos en que la tierra parece sumida en la tiranía y el conflicto, y en el que tantos parecen haber perdido la fe y el espíritu, es más necesario que nunca creer y confiar en tu verdad, y abandonar las posturas que llevan al belicismo, a la polarización, a la ruptura, a la desesperanza. Está en nuestra mano y es nuestro momento. Porque para conseguir que algo cambie, el primer paso es cambiar algo en nosotros mismos. Así que, convirtámonos, y dejemos que la voz de Dios se escuche en nuestros corazones. Sacrifiquémonos como Jesús lo hizo para que todos los días sintamos el privilegio de ser hijos suyos», manifestó.

Rosa roja y giros de paso

Aún hubo tiempo para que la imagen se girase, en la Puerta de Valencia y en Las Torres, por Rafael Ladrón de Guevara y por Jesús Mateo, históricos de la cofradía recientemente fallecidos. Fue un hijo de Mateo, Eduardo, que ejerció de bancero, quien se había aupado antes de empezar la carrera para colocar la rosa roja que recuerda a todos los difuntos de la hermandad. También estuvo muy presente en la memoria el sacerdote Fernando León Cordente, que tantas veces participó en esta noche del Lunes Santo.

Y el final del trayecto fue el principio de esta crónica. Chubascos distorsionadores pero no tanto para que no se completase la liturgia con la Séptima Palabra, «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Antonio Fernández Ferrero, párroco de San Esteban y vicario general, hizo una intervención breve de poco más de dos minutos como las lluviosas circunstancias aconsejaban, pero aprovechó bien el tiempo. «Morir no es nada trágico, no es saltar en el vacío ni entrar en una noche sin fin», consoló y llamó a hablar con Dios, a rezar, y a no faltar al compromiso de la misa dominical como herramientas para comprender la auténtica dimensión de la muerte. Después, entre túnicas empapadas y un regusto agridulce, ya dentro de San Esteban, se puso el epílogo cantado y en latín.

GALERÍA FOTOGRÁFICA DE LA PROCESIÓN: