La Semana Santa de Cuenca es una factoría de paradojas. La celebración es una convocatoria tribal, que nos engruda como pueblo y como comunidad local, que nos distingue de lo demás y los demás. Y, a su vez, es pura universalidad: los hechos que narra son un mensaje católico en todas las acepciones del término, que conciernen a cualquier ser humano de todo momento y lugar. El «Internacional» del «Interés Turístico» es, más allá de una coletilla del cartel o un señuelo para touroperadores, una síntesis de esa vocación de apertura al mundo. En el traslado del Cristo de la Vera Cruz que se ha celebrado este domingo entre la iglesia de San Pedro y la Catedral, podían verse rostros conocidos, apellidos propios, costumbres ya sabidas. Pero también se oían rezos en otros acentos y lenguas, facciones exóticas, espontáneos sorprendidos y admirados. Como una pareja de septuagenarios y turistas británicos que se toparon con el cortejo en sus primeros metros y ya no se despegaron de él. Lo acompañaron con un rictus de respeto y satisfacción, convocados por el ritmo de los tambores roncos, imantados por la mirada suplicante del crucificado tallado en el siglo XVIII. ¿Curiosidad de visitante o escaneo antropológico? Sí, seguro, pero algo más.
Minutos antes de la hora convenida, las cinco de la tarde, todo estaba preparado para empezar el desfile por lo que, una vez el reloj la marcó y la Policía Local cortó el flujo de tráfico, comenzó el transitar del Cristo de la Vera Cruz desde la iglesia en la que recibe culto durante todo el año hasta el templo desde el que el próximo Lunes Santo iniciará su caminar de Siete Palabras.
Esta vez. el tiempo acompañó. Por más que algunos nubarrones se vistieran del negro del hábito penitencial al que hoy sustituían trajes y ropa de calle, no hubo ni lluvia ni viento. Sí un sol rotundo y calefactor que iluminó un Cristo que acostumbramos a ver entre las luces de la noche. El ambiente diurno dotaba a la escena de una cierta sensación de anacronía, pero no restó ni una brizna de solemnidad y recogimiento.
A ello contribuyó una puesta en escena forzosamente distinta a la de las salidas convencionales pero que no renunció a alguno de sus elementos más significativos. Se escuchó tañer la campana y la percusión rotunda. También estaba la Cruz Parroquial y las insignias de la cofradía -incluso una de pequeño tamaño que ya se vio en la procesión infantil- y se encendieron velas que portaron los hermanos que iban flanqueando la imágenes. De pequeño formato, encenderlas fue un acto más votivo que ornamental o instrumental.
El Cristo, como ya sucediera en los anteriores traslados, no iba sobre andas sino boca arriba y directamente apoyado en los hombros y brazos de los portadores –sensu stricto no se puede hablar de banceros- que lo guiaron primero por la calle San Pedro, después por la Ronda de Julián Romero y finalmente por la Plaza Mayor hasta la Catedral. Un escueto pero multicromático adorno floral a sus pies. La tablilla políglota que proclama que el Nazareno era el Rey de los Judíos o las Arma Christi como la corona de espinas y los clavos eran transportadas con todo cuidado y decoro.
El recorrido se hilvanó con el rezo de las Cinco Llagas, una oración que fue dirigida por el consiliario José María Martínez Cardete. Cada herida, cada marca, era una parada, una ocasión para la reflexión y la glorificación.
La hermandad organizadora, que este año conmemora el trigésimo aniversario de su fundación, estuvo representada por sus directivos y hermanos mayores. También invitó a los responsables de las cofradías que comparten con ella la sede canónica de San Pedro. Entre ellos estaba Juan Ignacio Cantero, el pregonero de este año, que es representante de El Bautismo.
El público respondió, sobre todo en algunos puntos como la salida o el final de la Plaza Mayor, sumando a los autóctonos los visitantes que apuraban el fin de semana por el Casco Antiguo. Sorprendió, para bien, el silencio y respeto que se adueñaba de aceras e incluso de terrazas, tanto por parte del personal como de clientes. Algo más de algarabía había cuando los espectadores abandonaban una zona. Hubo también algo menos de aglomeración de fotógrafos que en otras ocasiones, aunque en los puntos más estrechos pudiera parecer lo contrario.
El itinerario se completó en algo menos de tres cuartos de hora. A eso de las 17:41 horas el Cristo de la Vera Cruz entraba horizontal en la Catedral, desde donde el día 14, si Dios y las isobaras quieren, saldrá a las 21:30 ya vertical para llenar la ciudad de penitencia.
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