Escenas de emoción contenida y bailes en interior en el suspendido Miércoles Santo conquense

La suspensión de la procesión de El Silencio ha provocado que las hermandades organicen actos de veneración en sus templos, a los que han acudido cientos de fieles

Esta procesión tampoco ha podido ser. Las calles de Cuenca se han quedado en silencio este Miércoles Santo, no por el nombre del desfile, si no porque no ha podido salir. La lluvia ha sido lo único que se ha escuchado en este no-recorrido procesional.

Aún así, ha sido una noticia inesperada. Justificada está, eso es evidente pues en todo el día no ha dejado de llover y llover. Inesperada porque, al menos desde 2001, es la primera vez que se suspende la procesión de El Silencio (al menos por lluvias, ya que en 2020 y 2021 hubo motivos sanitarios). Hay personas, incluido un servidor que escribe estas palabras, que no recuerdan (e incluso que no han vivido) una Semana Santa sin Miércoles Santo.

Ante esta novedad, las hermandades han organizado actos de última hora. Veneración, cenas, cánticos, quita de andas… Todo ha valido para suplir ese vacío que ha quedado en la calle y en el interior de cada persona.

Sorprendente y emotivo ha sido, por ejemplo, abrir la puerta de El Salvador y encontrarse, de frente, cara a cara, con la Virgen de la Amargura y San Juan. Estaban expectantes por salir y, después, por recibir a los hermanos que han ido a visitarlos.

Pocos al principio, decenas al final, que no se atrevían a pasar demasiado en la iglesia ni a levantar la vozpara no importunar a la Madre y al nuevo Hijo. Se ha visto alguna lágrima, más de un abrazo y también unas pocas túnicas celestes. Todas ellas vestidas por niños que, efectivamente, nunca habían vivido esta situación.

El camino hacia San Esteban de más de un peregrino improvisado ha sido el mismo: paraguas, silencio y lluvia. No hacía falta decir nada, todo era demasiado evidente. La única nota discordante, pero agradecida, era la de un coche en el entorno de la Diputación. A través de sus altavoces sonaba la marcha ‘El Evangelista’ a todo volumen, intentando aportar algo de sentido a ese vacío. No había Saetas, bailes ni despedidas, solo recuerdos e intenciones.

A las puertas de San Esteban esperaban nazarenos y banceros, de paisanos todos ellos. Cuando las puertas del templo se han abierto, cerca de dos centenares de personas han entrado e, instintivamente, se han acercado a sus imágenes. Beso de Judas al frente, Huerto a la derecha. Los banceros se han colocado en el que sería su sitio y no se han movido de ahí hasta el final.

Antonio Fernández, vicario general de la Diócesis de Cuenca, ha sido el primero en tomar la palabra. «Nos duele no procesionar, pero no podemos perder el sentido de la celebración», ha comenzado.

«Sabemos que es una tarde triste para todos nosotros. Pero siempre hay que tener en cuenta una cosa muy clara: lo que hacemos por Dios, y esto lo hacemos por Él, y lo que le ofrecemos lo que nos cuesta, como este sacrificio de no poder procesionar, no cae en saco roto», ha continuado.

Tras esto, la lectura del Evangelio según San Marcos, mirando a cada imagen según el pasaje correspondiente. «Aparta de mí este Cáliz», implora Jesús en el Huerto, para momentos después ser prendido con un beso. En estos momentos el dolor y la contención no solo estaba en las escrituras, se podía ver en cada rostro de la iglesia.

«Siempre recuerdo una imagen de Cristo crucificado, como tantos como hay, que me llamó la atención. No solo tenía las llagas de los clavos y la lanza, también tenía una quinta llaga en la mejilla. El beso de Judas. Para el Señor fue también como un clavo. La traición de uno de sus más íntimos amigos», ha continuado el vicario general.

Tras el rezo del Padrenuestro, se ha procedido a la parte más técnica de la reunión: la quita de andas. Un proceso que no tenía por qué ser especialmente llamativo. Pero desde las directivas se ha tomado una decisión rápida: «Oye, tenemos un altavoz con marchas, ¿queréis que os pongamos una?», ha dicho una voz dirigiéndose hacia su paso. «Venga, vale, como quieras», ha respondido otra casi corriendo entre el gentío.

Y entonces sí. Los banceros del Beso de Judas meciendo a su imagen. El Huerto avanzando lentamente por el lateral de San Esteban. Nuestro Padre Jesús sonando por los altavoces. No ha hecho falta más. Si fuera de la iglesia no había bastante agua, con las lágrimas que han caído en ese momento ha sido suficiente.

No era necesario mover así los pasos, pero cómo lo han agradecido todos los presentes. No era necesario que El Prendimiento bailase al son de ‘De la Traición a la Victoria’, pero cómo se ha disfrutado. La emoción era tal que hasta los propios banceros de ambas tallas se aguantaban las lágrimas o las dejaban correr por sus mejillas mientras cargaban con un peso en el hombro y otro en el alma.

Evidentemente, El Salvador y San Esteban no han sido las únicas iglesias con actos para esta tarde de lluvias. En la Catedral los hermanos de la Santa Cena se han juntado para, precisamente, comerse los bocadillos que tenían preparados para cenar y también para desmontar la imagen.

En San Pedro, poco a poco han ido llegando los hermanos de San Pedro, La Negación y el Ecce-Homo, hasta que el templo se ha llenado con nazarenos sin túnica. Más fotos, más abrazos, y más caras de emoción que no han podido contenerse cuando se ha cantado el ‘Ter Me Negabis’ a la Negación.

«Señor, yo no quiero dejar el camino que me lleva a ti. Es lo que podemos ofrecer. Este sacrificio y esta plegaria», ha dicho Antonio Fernández en su improvisada homilía. Sea, pues. Sacrificios y plegarias no han faltado en este lluvioso día.