En 2017 Jaime era bancero de la Muy Ilustre, Antigua y Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud (El Descendimiento), en el mes de junio de 2017, durante el puente de la Virgen de la Luz, se marchó junto a su padre de vacaciones a Gandía y una noche con amigos se zambulló en una ola que le cambiaría la vida. Jaime intentó atravesar la ola por debajo, topándose con una duna de arena «en ese momento me quedé sin movilidad ni sensibilidad de cuello para abajo», asegura Martínez. El joven estuvo dos minutos bajo el agua hasta que sus amigos se dieron cuenta de la situación y lo llevaron a la orilla «llamaron a la ambulancia y en el hospital de Gandía me derivaron al clínico universitario de Valencia». En el hospital Jaime fue diagnosticado con una lesión medular cervical completa en la C4 y la C5, «tenía que estar en una cama articulada el resto de mi vida».
Tras aquella hecatombe que supuso el primer diagnóstico en su vida, Martínez y su familia solicitaron el traslado al Hospital Nacional de Tetraplégicos de Toledo. «Allí ya el diagnóstico fue diferente, ya no me dijeron que era una lesión completa, sino que era incompleta pero que como mucho podría recuperar un 25% de la movilidad del cuerpo», comenta Jaime. Ese segundo diagnóstico marcó el inicio de su lucha. Dos años de lucha y rehabilitación permitieron que en 2019 el joven obtuviera el alta.
En todo ese proceso Jaime reconoce que «la Semana Santa junto a mi familia fue lo que me dio la fuerza para seguir, luchar y tener una esperanza y una ilusión para recuperarme». En 2018 el primer reto de Jaime fue dejar la silla de ruedas y en 2019 se fue de alta andando con las muletas, «a día de hoy gracias a Dios, pues, sigo con las muletas y no he tenido que volver hacia atrás, no he tenido que volver a la silla de ruedas ni estar encamado ni nada».

Lo más duro de esta experiencia para él fue «durante los ocho meses que yo estuve postrado en una cama no parar de pensar que yo no podía volver a ni siquiera salir a una procesión, ya no poder portar el Descendimiento, que es mi hermandad desde pequeño». Aunque asegura que muchas personas pueden no entenderlo «solo un loco entiende a otro loco» en lo que a la pasión nazarena se refiere, que es capaz de mover montañas y obrar milagros. Ese objetivo de volver a salir acompañando a su Cristo el Viernes se convirtió en un «motor de vida» para Martínez que le hizo «tener fuerza los 365 días del año».
Aunque su médico le dijo que «tenía que esperar un milagro», Jaime no dudó en instante en trabajar y aferrarse a la idea de poder volver a ponerse la túnica, una realidad que se materializó en la primera Semana Santa después de la pandemia, en 2022. Martínez señala que ese día se sintió «muy nervioso» porque no sabía si iba a poder caminar bien con el capuz, si iba a aguantar y «tenía miedo de caerme porque una de las secuelas que me ha dejado el accidente es que si me caigo no puedo levantarme solo». Pero después de cinco años de lucha Jaime volvió el Viernes Santo a la iglesia de San Esteban vestido con el hábito del Descendimiento. Martínez asegura que ese momento fue «como cuando volví a la playa donde pasó todo, fue cerrar un ciclo y tener una sensación de esperanza porque estaba cumpliendo mi sueño, mi objetivo y la promesa que yo hice de que volvería a salir en procesión».
Jaime continúa su lucha a día de hoy y dice que es «muy ambicioso», sus siguientes objetivos como nazarenos seguir haciendo actividades para la Semana Santa y «ojalá dentro de unos años poder coger el relevo de la gente que está haciendo crecer mi hermandad o incluso colaborar con la Junta de Cofradías». Aunque dice que no considerarse un ejemplo a seguir o de superación asegura que «a cualquier persona que pueda ayudar cuando yo cuento mi historia desde la sinceridad y desde el corazón, yo ya me doy por satisfecho», «cualquiera que pueda volver a creer, tener algo de esperanza o por lo menos ver que cualquier cosa es posible no ya con fe, si no con voluntad» será suficiente para él.