Parece que el sino reciente de la procesión del Hosanna fuera cargar sobre sus hombros el peso desmedido de las expectativas colectivas de la Cuenca semanasantera. En 2022 hubo de cerrar el doloroso paréntesis de la pandemia y cortar la cinta inaugural de un incierto nuevo tiempo. En 2023 tuvo que examinarse de la eufórica reválida del Cincuentenario. Y, en este 2024 de pesimistas presagios meteorológicos, en el ambiente y en no pocas conversaciones se le presionaba para que sintetizara el cortejo perfecto, para que resarciera por adelantado y exprimiera hasta el tuétano la oportunidad de desfilar que tal vez otros no tengan por culpa de las anunciadas lluvias. «Ya que son los únicos que van a poder, que aprovechen», decían los más inquisitivamente cenizos.
A tal plúmbea responsabilidad la hermandad de Jesús Entrando en Jerusalén y la Virgen de la Esperanza respondió como acostumbra, como le sale, como es. Ni se amedrentó ni claudicó al miedo escénico, pero tampoco bravuconeó: hizo lo que sabe y quiere, que no es poco. Es decir, cumplió con su gozosamente elegida naturaleza de conmover y evangelizar a la ciudad cada mañana de Domingo de Ramos. Y lo hizo con esa sublime cotidianeidad del que sabe santificar lo ordinario para metamorfosearlo en extraordinario. O viceversa. Como el que pronuncia un «Te quiero» rutinario y repetido, pero tan consciente y convencido, o seguramente más, que cuando sonó inédito y pretendidamente solemne.
Silencio expectante y rostrillo
Así, conocidas y reconocidas pero a la vez nuevas, sonaron las aldabadas sobre las portadas de San Andrés. Puntual, a las 9:30 horas, Pedro Romero, hermano mayor, convocaba a la Semana Santa y sin apenas solución de continuidad las hojas se abrían para que emergiesen cruces, capuces, palmas y horquillas. Un silencio expectante a pesar de la elevada cantidad de espectadores bendijo la escena. Algún abrazo o lágrima furtiva, algún asombro infantil bisbeando dudas, algún veterano recordando de súbito cómo persignarse. Todo había comenzado un año más. Bendito el que viene en nombre del señor.
Empezó a sonar, especialmente afinada y delicada, la Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías. Pronto el paso de La Borriquilla, delimitado por un exorno de claveles rojos y palmas, comenzó a mecerse y luego a bailar como preludio de un enérgico caminar. Así lo seguiría haciendo tras salvar las escaleras de la plazoleta, sin perder nunca la verticalidad. Inspiradamente dirigido por su capataz de banceros, Antonio Abarca, que este año estrenaba cetro culminado en forma de piña. Otros varales y cetros han desfilado restaurados.
Poco después -ambos pasos dejarían el espacio en menos de diez minutos- apareció la Virgen de la Esperanza, superando sin sobresaltos las servidumbres geométricas del dintel. Recuperó la imagen una saya antigua de Dolorosa con motivos en granate y plata que solo había vestido en otra ocasión y en la que destaca un bordado del Niño Jesús. En la parte delantera de sus andas, cuatro ramos de flores de talco con hojas de plata y pedrería.
Con todo, lo más diferencial de su estética este año radicó en el rostrillo de plata fabricado a medida en un taller cordobés que imita a los que usaban las Dolorosas u otras advocaciones marianas y que recordaba, entre otras referencias, al de la Virgen de la Luz. La trabajada propuesta escénica se completaba con un blanco adorno de flores compuesto por claveles, boca de dragón, rosas y paniculata.
Así de guapa vieron pasar a la Virgen camino de Solera, la Plaza de El Salvador y San Vicente el alcalde, Darío Dolz, y los miembros de la Comisión Ejecutiva de la Junta de Cofradías que caminaban tras la imagen. Tras ellos figuraban los representantes de las hermandades en la máxima institución nazarena. Todos llevaban en su pecho un discreto crespón negro en memoria del que fuera su homólogo Jesús Saiz, representante de la Venerable Hermandad Benéfico-Religiosa de Excombatientes de San Pedro Apóstol, fallecido el pasado 19 de febrero.
Con su recuerdo lacerante, el cortejo fue descendiendo hacia la parte baja de la ciudad, enérgico y ágil en el tramo del recorrido que más huérfano estuvo de público. Fue la excepción a la norma general de aceras repletas.
Música escrita por sacerdotes y cantada por monjas
Llenas es cómo estaban las de la Puerta de Valencia, las que rodean el Convento de las Madres Concepcionistas. A la hermosa portada renacentista de su iglesia, trazada por Pedro de Alviz, giraron sucesivamente los dos pasos. Las puertas abiertas permitían intuir de fondo los conjuntos de Cristo Descendido y Las Angustias –con el eco aún vivo del multitudinario traslado– y contemplar a las religiosas del monasterio Antecedidas por el timbre tembloroso del órgano, sus voces rezaron para las imágenes con un doble canto: ‘Shalom, Hosanna’ de Joaquín Madruga para el Jesús Triunfante y ‘Madre de la Esperanza’ de Lucien Deiss para la Madre. Dos piezas escritas por sendos sacerdotes, uno navarro y otro francés, que sirvieron para mixtificar las liturgias internas y externas, las ortodoxas y las populares, las íntimas y las masivas. Pocas procesiones conectan tanto y tan bien la Fe que se vive dentro y fuera de las iglesias. El viaje a lomos de La Borriquilla es siempre de Ida y Vuelta.
Con más calma, con una solemnidad inquieta, y con alguna pausa para recordar a los que sufren, siguió el cortejo su caminar. La mañana se despojaba del frescor del alba sólo tímida e intermitentemente, según se impusieran sol o nubes en su pugna. Y progresivamente también, aunque en ciertos casos no precissamente tímidamente, desaparecieron las prendas de abrigo y emergió la pasarela de moda de ambos sexos, diferentes edades y diferentes grados de osadía estética estrenando con fruición.
Apenas pueblo fiel de paisano
El paso por San Esteban marcó la incorporación del “pueblo fiel” al desfile precediendo a la cabecera de la hermandad. Es desgraciadamente una costumbre en desuso: fueron muy pocas las familias de paisano que se sumaron al cortejo ahí. Y tampoco se incrementó su cantidad en gran medida posteriormente.
La Plaza de la Hispanidad, Carretería, la Constitución y Calderón de la Barca -ese eje aparentemente horizontal y de mayores anchuras- permitió admirar el baile alternativo, complementario y dialogístico de ‘La Borriquilla’ y la Virgen al son de marchas que suenan con especial insistencia y precisión este día como Calvario, Costalero y Mi Amargura.
Con esa actitud y banda sonora se afrontó la luminosa subida por Palafox y San Juan, por las Curvas de la Audiencia, en uno de los instantes más sublimes del recorrido.
Otro de los más significados es San Felipe Neri. Desde casi una hora antes ya era mucho el público que aguardaba cerca de Oratorio aunque la percepción es que las medidas de seguridad y limitaciones funcionaron este año más eficazmente y no hubo tanta aglomeración o, al menos, sensación de ellas.
Los horarios se cumplieron y sobre las 12:30 el obispo de Cuenca, José María Yanguas -que vive otra Semana Santa a la espera de que el Papa formalice su renuncia por edad y nombre a su sucesor- sacó la liturgia del templo a la calle. Su voz sonó esta vez nítida y clara sin sabotajes de la megafonía. “Sigámoslo con Fe viva. Cristo (…) entra en Jerusalén para sufrir, morir y resucitar. Unámonos a su sufrimiento en la Cruz para poder compartir con Él la Resurrección y la Vida Eterna”, proclamó antes de bendecir ramas y palmas, que se agitaron enérgica y acompasadamente, en un vendaval elegido y simbólico. La palma que ha portado el prelado era un regalo de la hermandad de San Juan Evangelista. Y la que ha llevado este domingo el hermano mayor de la cofradía juanista, y que llevará su titular el Viernes Santo, ha sido donado por la Banda de la Horcajo de Santiago.
Después se oiría el Evangelio leído por Pedro José Ruiz Soria, consiliario de la hermandad, quien este año desfiló con bonete tras su nombramiento como canónigo.
A la altura de San Felipe, y entre maceros, se sumó el conjunto de la Corporación Municipal. No en pleno (no estuvieron los ediles de Cuenca en Marcha) pero sí mayoritariamente (hubo representación de PSOE, PP, CNU y Vox): supuso el estreno de los concejales que fueron elegidos por primera vez en las elecciones de mayo del año pasado.
También ahí la Banda Municipal de Cuenca se colocó entre ambas imágenes, multiplicando la comunión entre horquillas e instrumentos, la coreografía rotunda y tácita entre Madre e Hijo.
Muchedumbre en la Plaza Mayor
Mientras todo esto sucedía en los límites de Andrés de Cabrera y Alfonso VIII, en la Plaza Mayor el gentío era ya superlativo. Desde aproximadamente las 12:40 las unidades policiales ya no permitían acceder por el centro del espacio y desviaban a los viandantes por los extremos. La multitud, miles de personas, se esparcía por San Pedro, Julián Romero, Obispo Valero y Pilares; cualquier traslado no era apto para agorafóbicos.
El ambiente, en una primera observación no demasiado exhaustiva, pareció más familiar que el de otras ocasiones. Como si en el diagrama de Venn que representase a los espectadores de la procesión y a los de las fiestas posteriores, el apartado de intersección estuviese cada vez menos poblado.
La muchedumbre recibió la procesión, por tanto, con más atención y empeño que otras veces. Aunque no hubo demasiadas ramas de olivo y palmas agitándose al margen de las de los hermanos. Desde el Balcón del Ayuntamiento se derramaron las únicas lluvias que hubo que reseñar: hojas de olivo para Jesús y su montura; flores, muchísimas flores; para la Esperanza. Las hermanas Elena Jiménez, Beatriz Gallego, Yolanda Sánchez, Isabel Pérez y Elena Díaz fueron las encargadas de catalizar tal peculiar precipitación.
Sin que el cansancio restase un ápice de entusiasmo a sus banceros, accedió elegante y mirando al público Jesús a la Catedral sincronizado con el Himno de España a cargo de la Banda de Cuenca. La Virgen entró con la Marcha de Infantes, que se escucho cuando la imagen ya bailaba a brazo. Accedió al templo cuando el reloj rozaba las 13:30 horas que marcaban el inicio de la Misa Estacional.
GALERÍA FOTOGRÁFICA DE LA PROCESIÓN, POR PAULA BARRIGA: