No hubo otra excepción a la norma. La hiperfagia de los pluviómetros no ha sanado este Domingo de Resurrección y también la procesión de El Encuentro ha tenido que ser suspendida. A eso de las ocho y media de la mañana, unos 90 minutos de la hora de inicio prevista, llegaba el previsible pero no por ello menos amargo comunicado oficial. La única hermandad del cortejo, la de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado y María Santísima del Amparo, reunida con el presidente de la Junta de Cofradías, Jorge Sánchez Albendea, había decidido cancelar por seguridad y responsabilidad ante las inclemencias meteorológicas. Una más que no salía.
La noticia llegaba cuando las grises nubes que encapotaban el cielo conquense ya derramaban impávidas y ajenas su carga sobre la ciudad. Una Cuenca hermosa por la pátina que le otorgaban las precipitaciones, mas sombría, casi desértica y silenciosa, tan distinta a como solemos respirarla por la Pascua. Apenas se oía el runrún de algunas maletas sobre el pavimento, seguramente con alguna prenda aún húmeda, seguramente marchando antes de tiempo. Pero, aunque no lo pareciera ni lo proclamasen las calles, Cristo había Resucitado. Y así lo festejaron los hermanos de la cofradía y cuantos devotos quisieron sumarse en una eucaristía a las nueve de la mañana en el interior de San Andrés. Esta misa, que ofició el consiliario, Gonzalo Marín, siempre se celebra cada año antes del inicio del desfile, devolviendo efímeramente su primigenio fin al desacralizado edificio. Este año tenía un cariz especial: aunque lo esencial era igual, había un ambiente distinto. Más pausado y reflexivo, más fraternal incluso. Las dificultades suponen un riesgo de fractura pero, también, son argamasa que traba y enlaza cuando se afrontan de la manera correcta.
Manto verde y nueva diadema
Justo antes de la liturgia, el contador de la hermandad, Raúl García Pradana, despojó a la Virgen del manto negro que simbolizaba el luto para desvelar el verde, signo de Esperanza, virtud teologal que ante los acontecimientos alcanza un significado más intenso. Es el ritual que tendría que haber acontecido sobre las once y cuarto en la Plaza de la Constitución tras el Encuentro y que hubo de adelantarse y adaptarse, como tantas cosas en estos días. Esta vez no hubo pasaje para las palomas, se quedaron en tierra. Remontarán el vuelo.
La imagen mariana portaba su nueva diadema procesional, diseñada por Adrián López y ejecutada por José Manuel Bernet, que fue bendecida. Joya que, a pesar de su condición de novedosa, parecía que hubiese estado ahí por siempre. Como si al contemplarla nuestros ojos olvidaran que antes no existía, como si la hermosa testa de la salzillesca efigie, salida del Taller de Rabasa, hubiese sido pensada para ella y no el revés. Un todo estético y ético que las precipitaciones no quisieron que viera la muchedumbre.
Intensidad bajo el banzo
Tras la misa y la preceptiva foto de familia, Javier Caruda, secretario de la hermandad y capataz del Resucitado, convocó a los banceros de uno y otro paso. También se sumaron con ilusión indisimulada por la oportunidad inopinada algunos cofrades más jóvenes, casi adolescentes, para catar, en sentido casi literal, la devocional carga. Y algún veterano aparentemente renuente que pronto se sacudió las objeciones.
Primero, a brazo, luego al hombro. Y sin horquillas, ese objeto de poder casi mágico que la Cuenca nazarena apenas ha tomado porque tenía que empuñar los paraguas. Sin banda tampoco, con la música nacida de un teléfono móvil, se alumbró la música. La de Mesopotamia, la marcha compuesta por José Vélez para esta hermandad.
Los pasos comenzaron a moverse, primero mecidos, con la delicadeza con la que se coge un bebé apenas recién nacido. Igual que las precipitaciones iban incrementando su intensidad hasta tornarse incluso en nieve, las emociones aumentaban proporcionalmente en el interior del viejo templo. Caruda se fundía en un abrazo con José Ramón Benito, capataz de la Virgen, que no podía evitar las lágrimas. En esto de expresar la tristeza también hay hechos diferenciales según las latitudes. Y aquí en Cuenca la pena no se esconde, pero tampoco se ostenta. La compunción va por dentro. Aflora discreta y auténtica, como lo hizo en los humedecidos ojos de algunos banceros. Entre ellos, Julián Recuenco, pregonero de esta Semana Santa pasada por agua. Menos mal que su pregón fue a cubierto.
El histórico José Marco Nielfa, uno de los artífices de la refundación de la hermandad hace más de medio siglo y Reconocimiento Gólgota a la trayectoria nazarena en 2018, espetaba divertido un «algo más de movimiento, ¿no?», que era replicado con una invitación a sumarse bajo el banzo de la Virgen. Y, sí, hubo a pesar de las circunstancias y de la elegante contención, más viveza. Todo fue más enérgico y el sonar del calzado sobre el suelo fue el interino suplente de las horquillas. Casi baile, sueños de un Encuentro diferente, pero que sí ha sucedido.
«La Semana Santa es también estos momentos»
«La Semana Santa es también estos momentos como los esta mañana. La Semana Santa es muy grande y también abarca este tipo de situaciones», resumía Caruda en declaraciones a Voces de Cuenca. El responsable de la dominical cofradía calificaba la suspensión de «la crónica de una muerte anunciada» porque, aunque ayer se ilusionaron porque parecía que la meteorología iba a ofrecer una «ventanita» por la mañana sin chubascos, la evolución de los pronósticos y la propia realidad atmosférica convirtieron en inevitable la cancelación.
«Hace muchísimos años que no se suspendía por la lluvia y siempre quedaba la esperanza de poder salir, pero no ha podido ser», comentaba resignado, con ese sereno fastidio que se han ido pasando como un testigo en el timbre de voz y los rostros los secretarios y representantes.
Apuntaba además una derivada de la que se hablara mucho en las próximas semanas en juntas de diputación y generales, la económica. «Nosotros volvemos a no tener subasta. En los últimos seis años, hemos estado tres sin ella. Nuestra hermandad es muy humilde, muy pequeña, muy trabajadora, pero eso es un agujero importante. Afortunadamente la diadema está totalmente satisfecha y pagada, pero para los demás proyectos nos tendremos que esperar un poco más».
Esperar, el verbo que Cuenca conjugará con todavía más desazón de Pascuas a Ramos. «Ya con ganas de verlos el año que viene», se repetía entre magdalenas y zurra compartidas lamentando e imaginando ya un futuro menos áspero. Un consuelo gastronómico y compartido. Sin olvidarse de dónde se viene y para qué se está: a la hora del Encuentro se hizo la ofrenda floral y se rezó en el Monumento al Nazareno por todos los semanasanteros fallecidos. La antigua iglesia estuvo abierta durante toda la mañana para que los fieles que lo deseasen pudiesen visitar y venerar las imágenes.
Ya ha comenzado la cuenta atrás. La Semana Santa de Cuenca desecará las decepciones y evaporará el jugo del alcíbar que ha exprimido este año. Y, por enésima ocasión, se levantará y reconstruirá para renacer de nuevo. La vida siempre vuelve. Así lo clama el Domingo de Resurrección, así lo muestra con su promesa de fertilidad la inoportuna pero salvífica agua que corre ahora impetuosa por los ríos. El 11 de abril de 2025 es Viernes de Dolores.