Antoneros

Cañete lo vive con fervor. Y si la pandemia nos ha hecho mucho daño, el santo sigue recorriendo las calles a hombros de devotos antoneros

Miguel Romero Saiz

Es curioso como en muchos pueblos de Cuenca, la figura de San Antón, vulgo de San Antonio Abad, se celebra con tanta tradición.

Su origen es medieval y se llamaba antiguamente “el cerdo del Concejo” o “la fiesta de los locos” en Madrid, mientras que en el resto de España, “el gorrino de San Antón” recorría todas las calles del pueblo, a sus anchas, y recibía durante un año, el alimento y los agasajos de la vecindad. Llegado el 17 de enero, festividad del santo, se comía para todos en una fiesta popular y de fuerte arraigo.

Ahora, se mantiene la ceremonia religiosa, misa, procesión y bendición de todos los animales de ese lugar, rogándole al santo que sea benévolo con ellos.

El Concilio de Trento prohibiría esta celebración en numerosos lugares, sin embargo San Antón siguió siendo un patrón elegido por el vulgo popular, por sus bondades y por su vida ascética, dedicada a la generosidad y a los demás.

Decía San Atanasio y san Jerónimo, popularizados por la leyenda dorada del dominio genovés, allá en el siglo XIII, que aún siendo tentado muchas veces por el demonio, siguió siendo un hombre austero, dedicado por entero a ayudar a los demás, tal y como hizo con san Pablo cuando le entregó aquella hogaza de pan, al que enterraría cuando falleció, de ahí que pasase a llamarse patrón de los sepultureros.

Muchos le siguieron, creando una orden de hospitalarios para redimir a los cautivos, ayudar a los peregrinos y sobre todo, curar la llamada “enfermedad del fuego de San Antonio”, provocada por un hongo que llevaba el cornezuelo de centeno en tiempos de hambruna.

En Cuenca, los antoneros crearon Hospital y ermita. Dieron vida a uno de los barrios de mayor tradición, reviven sus costumbres repartiendo miles de panecillos como fruto de la generosidad tradicional. En Mira, Salvacañete, Beteta, Masegosa y cientos de pueblos conquenses han seguido manteniendo el recuerdo del “gorrino de San Antón”, entre la hoguera, el baile y la carreras o joyas de animales bendecidos.

Por eso, cuando en Cañete se sigue celebrando, me siento especialmente bien, porque un grupo de jóvenes ha impulsado de una manera increíble esta celebración que aúna el espíritu de amistad, compañerismo, vecindad y sentimiento popular. Cientos de hombres y mujeres salen a la calle, participan en la comida del cerdo, entre alegrías y cánticos, bailan al son de buena música y se sienten unidos ante la adversidad.

Cañete lo vive con fervor. Y si la pandemia nos ha hecho mucho daño, el santo sigue recorriendo las calles a hombros de devotos antoneros, mientras su bandera –subastada cada año- y su estandarte presiden lo que es una devoción de antaño que sigue viva y creciendo entre la juventud y el deseo.

No ha podido hacerse la comida de hermandad por las exigencias sanitarias, pero se ha hecho la comida de recuerdo, encendiendo las hogueras testimoniales que ensalzan ese fuego de buenos augurios para el futuro; no se ha hecho el baile con disfraces, por no poder, pero se ha hecho el reencuentro con sentimiento y alegría para pedir que todo mejore, que todo cambie y que siga habiendo salud para todos. Y a pesar de esos pesares, en Cañete –gracias a la excelente organización de su directiva-, se han hecho los oficios de Vísperas, la Festividad del Santo y el día de Difuntos, sin olvidar, la novena y la bendición de los animales: caballos, perros, gatos, pájaros, conejos, cabras, ovejas y burros. El pueblo se ha volcado con ilusión y amor. El Covid 19 no ha podido evitar que la gente del lugar, honrada y de gran corazón, saliese a la calle, participase en sus comitivas y brindase en buena armonía los deberes que manda la hermandad regida por esa directiva joven y animosa.

Aún así, la iglesia parroquial de Santiago, remozada y arreglada por todos los cañeteros, ofrece para su hermandad y santo, un bello altar con retablo de madera reciente, repujado en buen relieve, donde la figura de San Antón se siente orgulloso, y ha retomado costumbres, resaltando la ceremonia de los cereros durante la Eucaristía de esa misa mayor, y ha hecho historia al participar la “primera mujer cerera” en esa misa mayor de este 2022, al hilo de lo que se pretende como hermandad de todos y para todos, sintiendo Almudena Hinarejos el placer de ser primera dama entre antoneros selectos, hombres de postín, continuadores de esas buenas tradiciones que enaltecen los pueblos y que provocan la sensación de que están vivos.

¡Qué gran valor tiene el mantenimiento de las tradiciones¡ porque es el sentir del pueblo y en ese sentir están el orgullo de haber nacido en él, de creer en un futuro a pesar de la lacra despobladora por esa globalización que nos invade, de mantener el orgullo de que en el costumbrismo de cada lugar está la sensación de vivir y de creer. ¡Viva Cañete y viva San Antón!