
El Papa Francisco ha dado luz verde a la beatificación de Millán Garde Serrano, sacerdote natural de Vara del Rey que fue martirizado durante la Guerra Civil. Nació el 21 de diciembre de 1876 en Vara del Rey. Realizó sus estudios en el Seminario de Cuenca y fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1901. Ingresó en la Hermandad el 12 de agosto de 1903. Obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico en el Seminario de Toledo.
Trabajó como prefecto en los seminarios de Toledo, Badajoz, Cuernavaca (México), Querétaro (México). También fue administrador en el seminario de Astorga y director espiritual en los seminarios de Valladolid, Salamanca y León, donde llegó en 1935.
El inicio de la Guerra Civil le sorprendió en su pueblo, donde había ido para pasar las vacaciones. Durante más de un año, permaneció escondido en varias casas, lo cual le permitió poder celebrar la Eucaristía y llevar la comunión a varias personas.
Finalmente fue detenido el 9 de abril de 1938 y conducido a la cárcel de Cuenca y después a la checa instalada en el seminario. Su estado de salud se agravó a causa de los maltratos que recibía todos los días y fue trasladado al convento de carmelitas descalzas, también convertido en prisión. Sólo sobrevivió nueve días, falleciendo el 7 de julio de 1938. Sus restos se encuentran en el mausoleo de la Hermandad en el Templo de Reparación de Tortosa.
Un compañero de calabozo declaró: “Don Millán es un santo. Cuánto nos consuela a todos y con qué alegría sufre tantos malos tratos. Siempre está alegre y algunos días no se puede tener en pie por las palizas que le dan; pero no se queja ni enfada con sus verdugos, por lo que le llaman el cura loco”.
Junto con Millán Garde, el Papa Francisco ha autorizado a la Congregación para la Causa de los Santos a promulgar el decreto concerniente al martirio de los siervos de Dios Francisco Cástor Sojo López, Manuel Galcerá Videllet y Aquilino Pastor Cambero.
Se trata de sacerdotes operarios que murieron durante la Guerra Civil, cuando ejercían como formadores en los seminarios de Ciudad Real, León y Baeza. Todavía queda por establecer cuándo podrá llevarse a cabo la ceremonia de beatificación.
Son los cuatro operarios que quedan por beatificar de un total de 30. El primer grupo de mártires fue beatificado hace 25 años, el 1 de octubre de 1995, por San Juan Pablo II. Se trata del grupo de Pedro Ruiz de los Paños y 8 compañeros, mártires. El segundo grupo, compuesto por Joaquín Jovaní Marín y 14 compañeros, fue beatificado en la gran ceremonia de Tarragona el 13 de octubre de 2013. Dos operarios más fueron beatificados el 25 de marzo de 2017, dentro de la causa de José Álvarez-Benavides y de la Torre y 114 compañeros, de la diócesis de Almería.
Francisco Cástor Sojo López: Preparado para el martirio
Nació el 28 de marzo de 1881 en Madrigalejo (Cáceres), diócesis de Plasencia. Desde muy niño vivió en Guadalupe. Realizó sus estudios en el Seminario de Plasencia. Recibió el presbiterado el 19 de diciembre de 1903 y el 11 de octubre realizó su consagración a la Hermandad.
Ejerció su ministerio como prefecto en los Colegios de vocaciones de Plasencia y Astorga, y en los seminarios de Toledo, Badajoz y Segovia. También fue director del Colegio de vocaciones de Plasencia. En 1933 fue nombrado administrador en el Seminario de Ciudad Real.
El 23 de julio de 1936 una turba de forajidos asaltó el seminario. Después de unas semanas refugiado en la Fonda Francesa con el rector, el Beato José Pascual Carda, fue asesinado la noche del 12 al 13 de septiembre de 1936 en la zona del Santuario de Narcos. Tenía 55 años de edad. Sus restos reposan en el cementerio municipal.
Un alumno suyo de Ciudad Real declaró que el Siervo de Dios “estaba preparado para el martirio y nos exhortó a los seminaristas a ser también mártires, si llegaba la ocasión. Siempre hablaba del martirio con mucha serenidad”.
Manuel Galcerá Videllet: Un hombre de Dios
Nació en Caseras (Tarragona), diócesis de Tortosa, el 6 de julio de 1877. Hizo sus primeros estudios en el Colegio de San José de Tortosa y los terminó en el Seminario Central de Zaragoza, con el doctorado en Teología. Aficionado a los idiomas, estudió francés, alemán e inglés. Fue ordenado sacerdote el 1 de junio de 1901 e ingresó en la Hermandad el 12 de agosto de 1906.
Ejerció como administrador o mayordomo durante 23 años en diversos seminarios: Zaragoza, Cuernavaca (México), Badajoz, Barcelona y Valladolid. También fue prefecto durante seis años en los seminarios de Zaragoza, Barcelona, Ciudad Real y Belchite. Fue además vicerrector del Colegio Español de San José de Roma. En 1934 fue destinado como director espiritual al Seminario de Baeza.
El 20 de julio de 1936 fue detenido junto con el Siervo de Dios Aquilino Pastor Cambero, que era prefecto del seminario. Fue asesinado junto con otras treinta personas el 3 de septiembre de 1936 en el término municipal de Ibros (Jaén), a la edad de 59 años. Sus restos reposan en la cripta de la Catedral de Baeza.
Un sacerdote que lo conoció como seminarista declaró: “Era un hombre de Dios, como lo refleja en trato con nosotros. Tenía una actitud paternal hacia nosotros, que nos encontrábamos amparados en su trato y dirección”.
Aquilino Pastor Cambero: Apóstol de la juventud
El siervo de Dios Aquilino Pastor Cambero nació el 4 de enero de 1911 en Zarza de Granadilla (Cáceres), diócesis de Coria. Estudió en el Seminario de Coria y en el Seminario Central de Toledo. Ingresó en la Hermandad el 1 de septiembre de 1934 y fue ordenado sacerdote en Plasencia el 25 de agosto del año siguiente.
Recién ordenado, fue destinado al Seminario de Baeza como prefecto de alumnos, profesor y bibliotecario. El 20 de julio de 1936 el seminario fue violentamente clausurado. Los siervos de Dios Aquilino Pastor y Miguel Galcerá se escondieron en algunas casas. Después de ser descubiertos, permanecieron prisioneros en los sótanos del ayuntamiento. El día 28 de agosto de 1936, sin que mediara juicio ni proceso alguno, don Aquilino fue conducido al Cerrillo del Aire, a unos 9 kilómetros de Baeza, en el término municipal de Úbeda, donde fue asesinado. Tenía 25 años, y uno de sacerdote.
Un testigo declaró en el proceso: “Era don Aquilino sacerdote de vida ejemplar, apóstol de la juventud y amante de la Eucaristía”. Y otro confesó: “Perdura en mi memoria la imagen de este maravilloso sacerdote, que se distinguió siempre por su buen hacer y por su bondad. Sus contemporáneos no dudaron nunca en ensalzar las grandes cualidades de este sacerdote, tan querido por todos nosotros”.