Infancia, familia y «calidad de vida»: la decisión de cuatro mujeres conquenses de vivir en su pueblo

Paula Denche, Raquel Corpa, Raquel Palomares y Concepción Cuesta trabajan en sus municipios por la "tranquilidad" que les aporta con respecto a una ciudad.

«Me gusta vivir en el pueblo porque no hay tanto estrés como en una ciudad, conoces a todo el mundo y todo te pilla cerca». «En los pueblos se puede vivir muy bien, y a mi me aporta mucha tranquilidad». «La rutina es de mucha más calidad que en una ciudad». Son los argumentos que cuatro mujeres de diferentes municipios de la provincia de Cuenca dan al preguntarles qué les aporta vivir en su poblado. Mujeres que han decidido trabajar y habitar en una zona rural para aportar más valor.

Las cuatro protagonistas tienen diferentes edades y trabajan en diversos sectores, pero lo que les relaciona es que viven en un pueblo, en el suyo, y prefieren esa vida rural antes que el «ajetreo» de cualquier ciudad. Ellas son Paula Denche, Raquel Corpa, Raquel Palomares y Concepción Cuesta.

«Las tradiciones de los pueblos se mantienen más vivas y se disfrutan mejor»

Paula Denche tiene 22 años, es de Belinchón y trabaja como auxiliar de ayuda a domicilio con personas mayores. Para la joven, este trabajo le «gusta mucho», pues va a casas de los vecinos del pueblo y «les ayudo en las labores domesticas, hacemos mucha compañía ya que pasan mucho tiempo solos y trabajo con personas muy mayores, que algunas necesitan cuidados de aseo y atención sanitaria». Lleva dos años dedicándose a este empleo de los cuatro que lleva viviendo en Belinchón, el pueblo de su padre y sus abuelos.

Paula vivía en Tarancón, pero decidió mudarse «porque me he criado aquí con mis abuelos y me encanta estar aquí, es un pueblo muy pequeño y nos conocemos todos y eso hace que sea muy acogedor y familiar», asegura la joven. Dice que ha decidido quedarse en el poblado por la posibilidad que le ha dado trabajar de lo que ha estudiado. Sin embargo, tiene pensado en algún momento irse a vivir fuera porque «las posibilidades para seguir estudiando y creciendo laboralmente son muy complicadas, no hay tantas facilidades como puede haber en una ciudad».

Aun así, afirma que «le gusta» vivir en Belinchón «porque no hay tanto estrés como en una ciudad, conoces a todo el mundo y todo te pilla cerca y puedes disfrutar más de la naturaleza, pasear por el campo…». Además, lanza un dardo a favor de las tradiciones de los pueblos, que «se mantienen más vivas y se disfrutan más».

«Yo soy más de pueblo que las amapolas»

Concepción Cuesta tiene 57 años, es de Valparaíso de Abajo y trabaja como vendedora de la ONCE por 13 pueblos de la provincia. Lleva cinco años en este oficio, pero afirma que ha trabajado «de barrendera, panadera, camionera… De lo que ha hecho falta, el caso es comer». Ella no siempre ha estado viviendo en el pueblo, pues estuvo en Madrid durante 10 años trabajando de empleada de hogar. Volvió a su localidad porque en la capital “la gente iba con mucha prisa”.

Conchi no tiene pensado volver a una ciudad, sino vivir en Valparaíso para siempre. Allí se quiso quedar en principio por sus padres, pues necesitaban ayudan ya que «eran mayores» y dependían de ella, a pesar de que le ofrecieron irse a trabajar a Chile. Ahora, afirma que «de aquí no me muevo». Su día a día se basa en hacer ruta por diferentes municipios por su trabajo, aunque también tiene tiempo para darse paseos por el campo, que le gusta «mucho», y tomarse unas cervezas «con los colegas» en el bar.

Asegura que lo que le aporta vivir en su pueblo es «calidad de vida». «Aquí igualmente tienes Madrid a una hora, Cuenca a media hora, Tarancón a 20 minutos… en los pueblos se puede vivir muy bien, y a mi me aporta mucha tranquilidad. Yo soy más de pueblo que las amapolas», concluía Conchi a carcajadas.

«Vivo bien aquí»

Raquel Palomares es de Boniches, tiene 42 años y es carnicera en su pueblo, trabaja en una tienda familiar y además regenta una casa rural. Se fue de su municipio a los 14 años para estudiar y volvió a los 27 cuando fue madre. Una decisión que tomó tras quedarse embarazada, pues su marido vivía en el pueblo y además, quería que sus hijos se criaran allí.

Gracias al obrador que abrió su abuela en 1971, el negocio familiar continúa y pudo quedarse en Boniches después de haber estudiado Magisterio y presentarse dos veces a las oposiciones. A parte de la tienda, también hacen su propio embutido para su venta a los vecinos de la localidad. Raquel asegura que vive «bien» en su municipio y en su cabeza no está la idea de irse a vivir fuera de él. «Si puedo seguir trabajando en el pueblo y me lo permite, yo ya me quedo aquí, no cambiaría la ciudad por el pueblo».

Lo que le aporta a ella vivir en una zona rural es «tranquilidad» en un lugar donde, después de trabajar, suele ir con otras mujeres a tomar algo al bar o realizar alguna actividad deportiva en la localidad de al lado, aprovechando «las clases extraescolares de los niños».

«Emprender en un pueblo es arriesgado, hay que tener decisión»

Raquel Corpa tiene 29 años, es de la localidad alcarreña de Huete y hace cuatro emprendió su propia tienda de flores y plantas, Zarzamora, en el municipio. Asegura que siempre le ha apasionado ese mundo, al igual que le interesaba tener un trabajo que solo dependiera de ella. «Por mi personalidad siempre he sido muy independiente, y tenía detrás de la oreja la idea de montar mi propio negocio. Además, siempre he querido vivir en un pueblo, aunque no pensaba que acabaría en el mío», admite la optense.

Corpa manifiesta que, «por destino», llegó la pandemia y volvió a Huete después de estar estudiando en Madrid, ciudad a la que no volvió. «En la campaña de los Santos probé a abrir la tienda, alquilé un local, lo llené de plantas y ya no he parado». Lo que antes era para ella un hobbie y «una fascinación» por la naturaleza, ahora lo ha convertido en su forma de ganarse la vida en la que además se está formando.

Sobre emprender en un pueblo, la joven admite que es «arriesgado» y que «hay que tener decisión». «Siempre digo que para cerrar, tengo tiempo. Hay que ser valiente, porque lo que más te pesa en un negocio donde estás tu sola es ser autónomo y la incertidumbre de no tener un sueldo fijo», cuenta Raquel. Después de cuatro años, la optense dice estar «estable» y que incluso se va a cambiar a un local más grande. Sin embargo, dentro de la estabilidad «pegas un pequeño bajón porque no es la novedad de cuando abres». «Te mantiene también que te vayan conociendo por la comarca, y también con las redes sociales, que es muy importante», dice Corpa.

Raquel lo tiene claro: «Lo que menos me apetece ahora mismo es irme a vivir a una ciudad», solo lo haría si se viese en la obligación de buscarse trabajo en otro sitio. Y es que en Huete no le da tiempo «a aburrirse», pues entre la floristería y las gestiones burocráticas de un negocio, también saca horas para juntarse entre semana con sus amigos «de toda la vida» para ir a alguna actividad deportiva, y tomarse algo en el bar los fines de semana. «El ritmo de vida que hay en una ciudad te contagia cuando tu no lo tienes, y es muy negativo porque vas acelerada todo el día y es automático, no es tan calmado y tranquilo como en el pueblo, a mi me desbordaba», cuenta Corpa, que concluye con que «si queremos tener el presente más presente, y cuidar nuestro cuerpo, en la ciudad era mucho más complicado y aquí me resulta más fácil».

Asimismo, anima a la gente a emprender en zonas rurales, especialmente a los jóvenes, pues «al haber tan pocas opciones, o menos que en zonas urbanas, se valoran mucho y muy positivamente».