Sinfonía sobre piedra: un Calvario para la historia

Con un recorrido acortado por la amenaza de lluvia El Calvario ha hecho de Cuenca un Gólgota castellano entre rayos de sol

De la dificultad nace la oportunidad, de los imposibles la gloria y del sacrificio el perdón. Como cada Viernes Santo, el albor del mediodía ha dibujado un Calvario conquistado en piedra en el que Cristo ha perdonado a la Cuenca que le burlaba con la turba en la madrugada, ha descendido de la cruz de su empedrado, ha brillado en los espejos de la lanza de Longinos, ha hecho de la agonía marfil su carne y ha tejido un manto de angustia para la Madre que mecía en sus brazos el destino hecho muerte.

Poco después de las 12:15, adelantando unos minutos su salida para dibujar acuarela sobre la piedra ibera nazarena de Cuenca, el Santísimo Cristo del Perdón (la Exaltación) avanzaba hacia el exterior de la Iglesia de San Esteban haciendo la ciudad Calvario. Apenas unos minutos después, sobre las 12:23, el olor al romero del imaginero cincelaba una armonía perfecta en la que pasado y presente convivían en un momento suspendido en el tiempo cuando el Santísimo Cristo de la Salud (el Descendimiento) salía a la calle.

Sentenciando a golpe de horquilla el toque de reo de muerte, las cofradías han avanzado por las Torres abrazando lo que ya sucedió hace casi 2000 años en Jerusalén para retornar la historia en clave conquense a través de las manos de Marco Pérez, Collaut Valera, Vicente Marín y otros tantos maestros de la madera convertida en sagrado en una partitura de cincel y gubia. Nuestra Señora de las Angustias, escoltada por tricornios celestiales y tulipas infinitas ha hecho rezo un silencio devoto en el que cientos de fieles acompañaban su pena a la puerta de las Madres Concepcionistas. Cientos de almas nazarenas en un latido unánime han recibido a la reina de Cuenca, agolpadas en aceras rebosantes de fe, para que se uniera al cortejo del Calvario y caminara junto a su hijo descendido, avanzando por Alonso de Ojeda hacia la Plaza del Salvador.

Han traspasado los clavos la carne sagrada del hijo y hecho marfil el inicio de su camino desde El Salvador cuando el Santísimo Cristo de la Agonía se unía al cortejo a las 13:46. Han teñido su sangre y su piel de escarlata y amarillo los hábitos de sus hermanos. Toda la luz del mundo ha reflejado el dolor de quien se sabe cómplice en los espejos de la cruz de Cristo, una luz que ha dado consuelo al afligido, una luz que ha iluminado a los hijos pródigos, una luz que ha evidenciado esa conexión irrompible entre los nazarenos de la procesión infinita, que ascendían su Gólgota junto a Dios esperando a sus seres queridos.

Con el Calvario unido tras una compleja incorporación en El Salvador dada la cantidad de imágenes desfilando, el volumen de estas así como la posición dentro del desfile el cortejo ha podido continuar su particular Gólgota castellano. El talento y la devoción de los imagineros ilustraban paso a paso el dolor de Cristo para contar al mundo, para contar a Cuenca, todo aquello por lo que pasó el elegido. Tras un rápido paso por la calle Solera el Peso se ha hecho más angosto cuando el Cristillo ha rozado el cerro de la muerte en un último aliento que parece no extinguirse jamás y San Felipe Neri ha reflejado el recuerdo silencioso del camino, que ya se ha convertido en Calvario.

Cuidar el sentimiento que une a la comunidad nazarena

Con el sol en su punto más alto, rozando las 15:00 horas la Plaza ha vuelto a rebosar de ilusión y sentimiento nazareno con una cuantiosa afluencia entre público y hermanos de las cofradías participantes en el desfile. De bebés con apenas unos meses a niños que apenas alcanzaban los diez años pasando por aquellos cuya edad se contaba sobradamente con los dedos de una mano, los niños han sido grandes protagonistas del desfile, donde la devoción es heredada y el futuro está asegurado con un simple vistazo a las filas.

Tras algo más de una hora desde la llegada de la primera hermandad a la cumbre del Calvario conquense con la Catedral como sacrosanto centro de las cruces, las miradas han elevado de nuevo un Miserere silente al cielo a modo de súplica. Las previsiones meteorológicas azotaban el desfile y las precipitaciones se clavaban punzantes en la ilusión del costado nazareno cuando los presagios traidores se tornaban destino y El Calvario se veía amenazado por la lluvia. Los representantes de las hermandades se han reunido para tomar una decisión conjunta que preservara el legado de aquellos conquenses que recuperaron la pasión hace ochenta años, una decisión que como suele decirse no ha «llovido a gusto de todos», pero que ha velado por el pasado, el presente y el futuro de la Semana Santa de Cuenca. Tras deliberar el Calvario se ha aliviado para Cristo sin la pina cuesta de San Juan, sin las esquivas curvas de la Audiencia, sin Palafox y sus turbas perpetuas y el recuerdo añejo de Calderón de la Barca. El desfile ha quedado mutilado por un bien mayor en una decisión que apelaba a la prudencia y al sentido común.

Entre Misereres y Stabat Mater el cortejo ha descendido abrigado por la hiedra de Alfonso VIII hasta Andrés de Cabrera en un nuevo reto para los banceros que tenían que hacer encajar los pasos a la inversa por el Peso, recuperando ese recorrido corto que alguna vez ya había sido alternativo para salvar el desfile de la lluvia. Con paciencia, talento y devoción los devotos del Calvario han encajado las piezas del puzzle entre imágenes y calles angostas para invertir su ruta de ascenso y regresar a sus templos de origen. Desde las 18:15 las imágenes de El Salvador han vuelto a sagrado, continuando el desfile hasta la Puerta Valencia, donde las Madres Concepcionistas han recibido con honor y gloria a la Madre de Cuenca pasadas las 19:00 horas. El resto del cortejo despedía la procesión culminando el desfile en San Esteban poco más tarde de las 20:00 horas, ante un cielo que se despejaba para iluminar con los últimos rayos de sol el rostro de Cristo anocheciendo en la muerte para tornarse yacente.