Veranear en el paraíso

Agrimiro Saiz

Cuando los calores aprietan, cuando lo que tengas que hacer es preferible hacerlo a primera hora de la mañana, cuando llegada la hora de comer es mortal estar en la calle y cuando los sudores te impiden dormir es inevitable que te asalte la necesidad de encontrar un lugar fresco.

Ese anhelo está próximo a Cuenca, allí tendrás que taparte en la cama para poder dormir, si sales de casa poco después de amanecer te vendrá bien una manga larga, al medio día acusarás la fuerza del Sol y preferirás una sombra lo que te vendrá de perlas para ir a la casi solitaria piscina municipal y bañarte en sus aguas que te recordarán a las del Cantábrico, pero no te descuides, al bajar el Sol y perderse tras los montes instintivamente te meterás las manos en los bolsillos buscando algo de calor.

Y no sólo revitaliza su privilegiada temperatura, es el sueño de los que gustan de pasear, tendrás varios caminos entre un inmenso mar de pinos con algún chopo, tilo, cagigal o sabina a la vera de arroyos, torrenteras o frescos pastizales.

Senderos tranquilos, de paz, donde el silencio, el silencio de verdad, te envolverá; la quietud de la naturaleza solo rota por el sonido de tus pisadas, de tu respiración, el vuelo inesperado del mirlo, el repiqueteo del pico picapinos, el zumbido de un abejorro, el murmullo de las hojas ante la brisa o las lejanas esquilas de las ovejas; pero el sonido que te marcará, que te inundará de plácidas sensaciones será el rumor del agua que aparecerá en doquier proveniente de fuentes y riachuelos y que será una constante si te adentras en la pequeña aventura para descubrir el nacimiento del Júcar.

Tragacete es el principio y fin de nuestros sueños.

Inicia la andadura desde el puente de entrada al pueblo; las aguas cristalinas, frías, puras, inquietas sobre el lecho verde te están desvelando lo que te espera de aquí en adelante.

Un trayecto para romper con las reglas de los senderistas pues no necesitarás botas, ni gafas de sol, ni sombrero, ni agua; el camino es cómodo, los pinos, arces o sauces te darán sombra durante el trayecto y agua… el agua te estará saludando permanentemente para beber, refrescarte y arrullarte.

¿Recuerdas la última vez que respiraste profundamente? aquí lo harás, aquí querrás llenar los pulmones de la fragancia del río, del monte, de puro oxígeno.

A los pocos metros tendrás la Fuente de la Toba, con pilón y tres caños, y la Fuente Trinidad, con plazuela, pilón y grifo propio.

San Antonio te saludará desde su humilladero mientras caminas entre vergeles hechos huertos descubriendo la batalla de las aguas marcando su frontera con el asfalto de la carretera.

El Portero, fuente con enjundia, no pasará desapercibida: un caño con pilón, tejadillo, techumbre y dos tornajos marcan sus pretensiones.

El puente de piedra nos cambia el margen como queriendo, el coqueto Júcar, mostrarnos su otro perfil.

La andadura nos tiene preparada una sorpresa con mayúsculas, el ‘Salto del Molino’, un alarde de belleza, donde la Naturaleza muestra su magia, su vigor, su paciente hacer para modelar un monumento al agua, al monte y a la vegetación.

Siguiendo las indicaciones tomaremos la senda de maderas, escalones y quitamiedos, nos abriremos paso a través de la densa vegetación hasta la estruendosa cascada donde el Júcar vuela en un lienzo pictórico firmado por nuestra madre, si, madre Naturaleza.

Con el regusto del descubrimiento volveremos a la carretera y cruzaremos el puente que delimita el agreste monte con el verde pastizal. 

Nuestros pasos nos llevarán a otro majestuoso paraje: San Blas.

En un alarde de poderío la Serranía nos muestra una gran pared rocosa que sirve de pétreo altar a la imagen del santo.

A sus pies un púber Júcar serpentea tímidamente entre un verde y fresco tapiz de musgo, hierbas y arbustos para recibir, agradecido, las aguas frías y sanas de la coqueta fuente con pilón y escultura roqueña; incorporación que aprovecha para introducirse bajo un último puente (o primero, según se mire) y ocultarse entre un frondoso arbolado.

Seguimos corriente arriba, dejamos refugio, barbacoas y pétreas mesas para dilucidar un debate ¿el camino se hace río o el río se hace camino? Durante un corto tramo los vehículos deben introducirse en el cauce para poder proseguir el camino.

En los últimos centenares de metros de nuestro paseo el Júcar juega al escondite, las aguas aparecen y desaparecen del regato fijando su nacimiento “oficial” -aunque el agua emerja en una pradera más arriba- en el brote de la oquedad del muro rocoso del sugerente “Estrecho del Infierno”, un paraje inquietante junto con su otro “Ventano del Diablo”.

Tragacete es Parque Natural, si, pero es esto y más, sus calles respiran calma, sentarse en la puerta de la casa al atardecer es saborear la quietud, la tranquilidad, el silencio roto esporádicamente por el piar de un gorrión, el vuelo rápido del vencejo, el zumbido de una mosca, las puntuales campanadas del reloj municipal, las pisadas que se acercan y el “buenas tardes” de su afable gente.

La habitual costumbre manchega de regar la puerta aquí no es necesaria, la temperatura te permitirá vestir camiseta y pantalón corto pero ojo, el ponerse el Sol sentirás el fresco abrazo que sube del húmedo río y baja de los frescales pinares. Al rato, cuando el astro rey oculte su estela, en este Parque Astronómico aparecerá un cielo que creímos  solo existía en cuadros, cientos, miles de estrellas emergerán componiendo un mosaico de intensas, débiles, parpadeantes, caprichosas luces blancas compitiendo con el claro de la enseñoreada Luna. Un trocito de Cielo en el cielo.

Tragacete, naturalmente.

No es necesario morir para descubrir el paraíso.