Beatriz Hernández Luengo
Trabajadora social y Criminóloga
Son muchas las personas que en estos días escriben y nos hablan sobre cómo vivir con ésta terrible pandemia con la que estamos coexistiendo, confinados en nuestras casas.
Una pandemia que, sin duda alguna, nos imposibilita el hecho de ser indiferentes, dada la terrible virulencia con la que nos ha golpeado, con más de 284.045 muertos en todo el mundo según los últimos datos.
En Europa ha ocasionado terribles consecuencias, solo en España más de 26.621 personas han perdido la vida. Esta realidad nos ha dejado un panorama desolador, en gran medida entre los sanitarios que son los grandes perjudicados de esta pandemia, junto con las personas mayores a los que ha atacado con especial crueldad.
Luis Rojas Marcos, escribía esta semana en XLSemanal: “Nos han mandado a todos a la cárcel. El estrés traumático va ser masivo”. Esta será una nueva realidad con la que tendremos que trabajar en próximos meses, aun cuando esta pandemia deje de ser el telón de fondo de muchos telediarios, cadenas de radio y periódicos matinales con la que a día de hoy abren sus informativos.
Volviendo a uno de los colectivos más castigados, los sanitarios, a los cuales se les ha dotado de una carga tremenda, no solo por el trabajo que han tenido que ejecutar, sino por las decisiones que han tenido que tomar que presumiblemente determinaran gran parte de sus vidas en los años venideros, tanto de sus familias, como de ellos mismos. Sin ninguna duda supondrá un antes y un después para muchos de ellos.
Al mismo tiempo otro sector tristemente olvidado que ha tenido que encajar esta pandemia de forma ejemplar, ha sido el colectivo social y socio sanitario, que han enfrentado esta terrible pandemia de una manera digna y admirable, sin que su trabajo sea valorado y sin que desafortunadamente se les haya asignado un puesto relevante en una situación donde tanta necesidad y peso tienen.
Esas personas que limpian, que desinfectan, que trabajan con colectivos de riesgo, paliando situaciones inesperadas y que actúan de forma altruista, trabajando a la sombra de todos, y a las cuales no se les considera, siendo estos, gestores de cambio social en todas las crisis que hemos vivido. Sin ninguna duda, héroes sin capa, que a lo largo de nuestra vida han sabido afrontar cualquier golpe atroz que haya sufrido la población, asimilando la nueva “normalidad” y reinventándose día tras día.
No podría terminar sin hacer hincapié en el colectivo más castigado, nuestros mayores. Noticias desgarradoras y desoladoras con efectos nocivos para su salud y estado anímico. De nuevo les ha tocado enfrentar una situación tan cruel o incluso más de las que ya vivieron en el pasado y que tanto sufrimiento les causaron. Ellos nos solo han luchado con el COVID-19 en solitario porque la ayuda que nos pedían desde las residencias de mayores no llegaban, si no a situaciones de falta de apoyo social, vulnerabilidad por aislamiento social, falta de actividades que les ayudarán a pasar menos rato frente al televisor, con noticias terribles y provocando secuelas irremediables en el colectivo y avocando a situaciones de soledad, que han sido tan terribles como la propia pandemia.
Cierto es que gran parte de la población ha estado confinada, pero no distanciada socialmente, ya que las nuevas tecnologías han paliado esa situación en la gran mayoría social. Nuestras residencias por el contrario sí que han sido víctimas en general de una insólita distancia social con sus más allegados, lo que ha provocado una situación tan cruel como el propio virus.
El estatus social que se ha conseguido para ellos esta vez ha sido, relegarlos y apartarlos incluso más de la sociedad, incapacitándolos y creyendo que la única salvación contra el COVID-19 iba ser la sanitaria.
Después de muchos años, todavía no hemos aprendido que la parte social debe ir de la mano de la sanitaria. En este colectivo, el envejecimiento activo, la estimulación cognitiva, terapias manipulativas y rehabilitadoras, en la medida de los posible cubren y mejoran las necesidades, en contraposición al aislamiento que los hace vulnerables e incrementa el riesgo de mayor deterioro cognitivo aumentando el grado de dependencia, creando un mayor
problema sanitario, que supondrá a su vez y también un mayor coste económico.
Sin embargo y una vez más, nos vuelven a dar una lección de vida, no se quejan, no salen de forma desordenada, no nos critican, no nos juzgan por las decisiones tomadas, simplemente se adaptan a la nueva situación. Posiblemente una lección de esta pandemia sea que nuestros mayores han vuelto a sufrir, de nuevo en silencio, siendo los grandes olvidados, pero indudablemente los mejor adaptados. Quizás, nuevamente nos enseñan a valorar la vida y aferrarse a ella de una manera heroica.
Ellos necesitaban salir y no nos lo pidieron, ellos estaban solos y no se quejaron, ellos sentían miedo y no nos lo dijeron, sencillamente ellos… ¡¡quieren vivir¡¡
Es por ellos, que con este artículo de opinión quiero dar las gracias a todas las residencias de mayores, asociaciones sin ánimo de lucro, sanitarios, profesionales socio sanitarios, ayudas a domicilio, voluntarios, y un largo etc… que nos han insuflado nuevas ganas de vivir en la situación más difícil a la que nos hemos enfrentado en las últimas décadas.… Gracias¡¡