Pedro Antonio Fuentes
A estas alturas de la película – desconozco los meses que llevaremos escuchando descalificaciones interesadas y echando por tierra la oportunidad del proyecto- resulta evidente que el hospital Isabel Zendal para atender a enfermos de pandemias – sea la del Coronavirus o de otras que puedan llegar – ha contribuido sin la más mínima duda a evitar un previsible colapso de la infraestructura sanitaria de la Comunidad de Madrid. Sólo con ese logro está más que justificada la iniciativa emprendida por Isabel Ayuso aún cuando destacados dirigentes de los partidos que integran la oposición al Ejecutivo, así como algunos sindicalistas, hayan pretendido tirar por tierra la consecución de esta realidad a la que muy pocos cuestionan una vez que ha entrado en funcionamiento.
Seguro que tuvo en sus comienzos algunas carencias de medios y recursos humanos como toda obra humana pero ahora las cosas han mejorado de forma sustancial y anteponen la valoración de lo que ha venido a resolver el hospital madrileño que no las faltas que pudo tener. Ni siquiera el sentido común deja cabida para criticar a Ayuso y a su consejero de Sanidad, Enrique Escudero, que por el montante de dinero público invertido. Qué mejor destino han podido tener los dineros de los ciudadanos que a la construcción de un hospital de esas características y en plena pandemia.
Siempre se ha dicho que después de la tormenta llega la calma y así está siendo. Muchos de aquellos que salieron en tromba vertiendo todo tipo de críticas sin apenas conocimiento de carácter sanitario o estratégico. Se puede decir sin temor a equivocarnos que gracias al ‘Isabel Zendal’ se ha evitado la saturación y el colapso de los centros sanitarios madrileños y afortunadamente la elevada incidencia de la enfermedad en la población se puede afrontar con cierta normalidad.
Lamentablemente y de un tiempo a esta parte la llamada clase dirigente no está contribuyendo a que los ciudadanos valoren los buenos propósitos que inspiran a los políticos. Ya va siendo hora de que se reconozca las buenas obras de unos o de otros y avancemos hacia la consecución de metas de mayor bienestar y calidad de vida. No corren tiempos para protagonizar disputas de a quien le ponemos las medallas.