Juan Luis Manfredi-Profesor titular de Periodismo y Estudios Internacionales en la UCLM
Los acontecimientos de los últimos días para el Partido Popular (en la oposición en el Congreso de los Diputados de España y gobernando en la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid) conforman un curso avanzado de antropología de las organizaciones. Por eso, me ha dado por recuperar la lectura de uno de los clásicos de las ciencias sociales del siglo XX: Albert O. Hirschman. Su obra Exit, Voice and Loyalty, publicado en 1970, investiga cómo reaccionamos ante el deterioro de los bienes y servicios en el mercado.
El marco se ha aplicado al quebranto de las condiciones políticas (exilio o protestas y reforma) o de las decisiones de los directivos (venta de acciones o reclamación en el consejo de administración), entre otras muchas disciplinas.
Cuando el liderazgo se desvanece
Porque, en realidad, Hirschman nos ayuda a examinar el comportamiento del individuo, solo y en grupo, y el valor de la lealtad, entendido como el activo que permite mejorar las instituciones desde dentro antes de que su deterioro sea irreparable. Sin lealtad, sin mecanismos de recuperación o mejora, las instituciones se autodestruyen. Y esta implosión no es gradual, sino repentina. En unos días, el liderazgo se desvanece y el partido, la empresa o la entidad es irrelevante.
En el caso del Partido Popular, los resultados electorales de Castilla y León y los problemas de bicefalia entre la Comunidad de Madrid y la dirección nacional representan un nuevo caso de estudio. La evolución del voto representa la vía rápida de salida en un mercado electoral cada vez más competitivo. La transferencia antes hacia Ciudadanos y ahora hacia Vox es un hecho desde las elecciones generales de 2016.
La buena noticia para el Partido Popular es la volatilidad de ese mismo votante, poco dado ya a la lealtad vitalicia a unas siglas. Las voces internas se manifiestan en la puerta de Génova y, sobre todo, en las redes sociales.
Ahí prima la voz dirigida, lo que resta credibilidad a las campañas, los apoyos y las lealtades. Esta sobreactuación mediática perjudica al partido, ya que los frentes internos se dirimen en hashtags o silencios sonoros. Ahí, la lealtad se transfiere del partido al líder, lo que ahonda la diferencia y dificulta la reconciliación. Con Pablo Casado o con Isabel Díaz Ayuso plantea un escenario excluyente con pocas opciones de lealtad al partido.
No hay vuelta atrás
La lealtad merece un capítulo aparte. Por un lado, algunos dirigentes han manifestado en público su descontento y han acelerado el declive de Pablo Casado. No hay vuelta atrás cuando el grupo parlamentario y destacados dirigentes piden un cambio de rumbo.
Por otro lado, otras voces habrían apostado por un cambio gradual en el marco de un congreso extraordinario. Ya es tarde. Cuanto antes se reinicie el partido, menos heridas se abrirán. Posponer un cambio de dirección acentúa las diferencias internas, incomprensibles para el electorado que sale disparado hacia otras opciones políticas, y anticipa un reguero de dimisiones (exits) de quienes abandonan la nave a la espera de nuevas oportunidades.
Sobre la mesa, pues, está cómo ejecutar la transición y la salida de Pablo Casado. De nuevo, Hirschman nos facilita algunas pistas sobre cómo se comportan los líderes y las organizaciones. El Partido Popular debería evitar hacerse daño en público, mientras que el presidente debería buscar un discurso sólido que justifique el cambio de rumbo. Si el partido cierra en falso, se perpetuarán las malas decisiones de gestión y gobernanza. La consecuencia esperada es evidente: la fuga de votantes.
La actual crisis nos lega una lección de liderazgo en las organizaciones. Pablo Casado alcanzó la presidencia en 2018 como solución intermedia entre dos voces opuestas, que no encontraron mecanismos para conformar un programa conjunto que aglutinara las distintas almas del partido.
Este problema de origen explica que la lealtad de los suyos esté basada en criterios funcionales o geográficos, no en un proyecto madurado entre todos. Los presidentes regionales han recordado estos días que son voces libres, que deben su lealtad al partido, no a Casado.
Este planteamiento representa un problema grave de agencia, ya que Casado carece de la fuerza electoral de los votos, hecho del que presumen Alberto Núñez Feijóo (gobernante en Galicia) y Díaz Ayuso (gobernante en la Comunidad de Madrid), con mayorías dominantes, o Juan Moreno Bonilla (gobernante en Andalucía), con vientos de cola en Andalucía. En suma, la dirección de una organización –la elección por los pares– no garantiza el liderazgo, que es la suma del reconocimiento de las capacidades y la confianza de dirigentes y electores.
El liderazgo se ejerce, no se reclama o se apalanca en un organigrama. De tanto repetir quién era el tándem que mandaba en Génova, sus perfiles se desdibujaron hacia la irrelevancia. Quien asuma la presidencia del partido debería tenerlo en cuenta y ponerse a trabajar por recuperar las lealtades internas y, sobre todo, la de sus votantes.