Pepe Nieto. Gracias.

José Miguel Carretero Escribano

Lo admiro. Le estoy muy agradecido. Lo empiezo a echar de menos, ahora que está a punto de jubilarse por decisión ya sin vuelta: nos hace una faena, pero es su voluntad, justa y merecida.

Comparto seguro estos sentimientos con muchísimos conquenses, miles, a los que ha tratado personal y profesionalmente; siempre muy bien. Y para quienes no lo conocen, él tan discreto, humilde y desapercibido, voy a contar aquí unas pocas cosas del Doctor José Antonio Nieto Rodríguez.

Somos de las mismas hierbas, aunque acaso las suyas más verdes y húmedas, por ser compostelano, santiagués. Y llegó a Cuenca frisando en su treintena vital, en un momento decisivo y óptimo para nuestra Sanidad pública. Se acababa de ampliar a lo grande, triplicando superficies, plantilla y, sobre todo, cartera de Servicios, la histórica “Residencia”, así llamada entonces por el vulgo más que Hospital, por supuesto que “Virgen de la Luz”. Y siendo Director Fernando Sáiz, vinieron en amplio elenco magníficos profesionales, especialistas médicos, algunos procedentes del afamado “Valdecilla” cántabro (el cardiólogo Juan Luis Bardají) y otros de Hospitales punteros madrileños como el “Puerta de Hierro” (el caso de Nieto) o la “Fundación Jiménez Díaz”, donde imperaba nuestro paisano, bajito y enorme, Alfonso Merchante Iglesias, por cierto que tío político del Doctor Sáiz.

Y así, en un dos por uno que valía por once como los ases, se nos regaló un tándem imbatible, en sazón y a la sazón, para Medicina Interna: Pepe Nieto y Fernando Moldenhauer Díaz. Jóvenes y exultantes; talentosos y atrevidos. Aquí se enteraron de lo que valía un peine, tan cerca y tan lejos de Madrid. Y a nosotros nos tocaron de una vez todos los premios de la lotería.

Doy fe de todo ello, porque lo viví doblemente. Para lo bueno y feliz. Y para lo malo y triste, porque la enfermedad de mi padre empezó a entrar en fase terminal y en la “Clínica de la Concepción” (Fundación citada) optaron por seguir tratándolo aquí, en casa, en su Hospital de Cuenca, donde además ya podía recibir las mismas altas prestaciones técnicas. Y en nuestro pequeño Houston, con el consuelo añadido de mirar la Catedral y Mangana, y hasta los partidos de la Balompédica, desde el ojo de buey de la sexta (planta), vivimos casi infinidad de ingresos y horas muy amargas.

Ahí estuvo a pie de cabecera Pepe, médico, compañero, cirineo, mago hasta donde pudo. Sé que él, más de treinta y cinco años después, todavía se acuerda del bondadoso y sufrido Miguel Carretero, uno de sus primeros pacientes conquenses. Pero puede que no del detalle que ahora aquí le voy a recordar, definitorio. Aparecimos en Urgencias con mi padre ardiendo de fiebre, después de bajarlo a duras penas en una silla de mimbre por las estrechas escaleras de Carretería y meterlo en el coche del primo Paquito. En seguida acudió corriendo el Doctor Nieto. Directamente se arrodilló y le desató los cordones de los zapatos para descalzarlo: no me dejó hacerlo. Y después lo cogió en brazos, casi como ese San Juan laico, grecorromano, al héroe caído del Monumento de Marco Pérez en el Jardinillo de los taxis; casi como unas Angustias en masculino. Y lo llevó hacia la camilla y luego hasta la cama de la seiscientos siete, mientras procuraba serenarnos. Y claro que todo eso, natural en él, es inolvidable, sublime y perpetuo. 

Pues ese es Pepe Nieto. Por descontado, se integró tranquilamente en nuestra sociedad conquense con su familia. Siempre con sencillez y sin  ostentaciones; nada de presunción ni de figureo, palabra ésta que prefiero a postureo, aunque nos valen las dos y nos sobran ejemplos del todo prescindibles. Y sí que me quedé con las ganas de pedirle, muy al principio, enrolarme en su equipo de baloncesto, para jugar con él en aquellos encuentros pacíficos de la liguilla local, que se disputaban en la alambrada pista del frontón del Sargal, con aros blandos, idóneos para tirar a tabla o triples.

También en eso, claro está, Pepe era de sudar la camiseta, deportiva muestra de su inagotable afán en el trabajo. Se le podría llamar estajanovista, como al famoso minero del que proviene el adjetivo, y seguro que nos quedamos cortos. Pero es ello un factor esencial de su persona con personalidad, humilde veraz y laboriosa hasta el extremo. Y esa  sapiencia suya, porque es un sabio, la ha alcanzado no por ciencia infusa sino hincando los codos y dejándose la vista, estudiándolo todo en la Biblioteca al cuido de Consuelo, estando a la última de los mejores en cualquier lugar del mundo y dedicando ilimitado tiempo a los pacientes, a los “dieciséis barra”, que así se nos llama en el argot a los usuarios conquenses. Eso es vocación y es excelencia: excelentisimo señor y magnífico rector de su magno Servicio. Y primer servidor.

Tres décadas y media, prodigiosas, han dado para muchísimo. A él y por nosotros. Por su consulta, privilegiados y agradecidísimos, hemos ido pasando, uno tras otro, varios miembros de mi familia, yo incluido, al amparo de su inextinguible generosidad, de un cariño cercano y conmovedor y de su mente excepcional. Siempre lucido y lúcido. Nunca con prisas. Especialmente atento a los pequeños detalles que a veces son la clave para un correcto diagnóstico (una simple pìcadura de un pez puede explicar la etiología de una infección muy grave y dar para un estudio clínico).

Para nada exagero diciendo que ha sido, y es, un baluarte de nuestro “Hospital Virgen de la Luz”; en todo momento. Pero sí quiero añadir, ya casi terminando. un par de puntos más que yo sé de la fuente más fidedigna y mía.

Uno, su compañerismo ejemplar. Siempre disponible. Sin horarios, sin jerarquías, sin prepotencias, sin distingos. Con una clarividencia positiva y apabullante. Y, atención, con una lealtad sin tacha.

Y dos, su carácter conciliador, consecuencia del talante y del talento. Tangible y patente. Fundamental referente en las situaciones peores, crónicas y agudas, de la salud del pueblo, aportando su balsámica e indiscutible autoridad moral. Líder más que Jefe. 

Es que no me hago a la idea de que vaya a colgar la bata blanca. Y sí, ya sabemos muy bien que sigue magnífica gente de su entera confianza y nuestra, lo que nos da plena seguridad. En todo caso, siempre nos quedará el Barrio para compartir gratas conversaciones, ya no consultas, en la tienda de pan, fruta y ultramarinos de David, Calle Ercávica, de la que somos parroquianos, bolsa en ristre, para surtir la despensa.

Pepe Nieto. Uno de los nuestros. Mejor entre mejores. Doctor en Medicina, en Ciencia y en Bondad. Gracias, buen amigo. Felicidades. Y quédate cerca, si tú quieres. 

                          

Cuenca, 28 de junio de 2023.