Ramón C. Rodríguez
Con motivo del bicentenario del Prado, nuestras autoridades inauguraron recientemente una exposición de las obras maestras de la pinacoteca en el Parque de San Julián. A lo largo de su ala norte, se disponen en paneles del mismo tamaño, fotografías a escala real de los cuadros más famosos del museo, casi todos de un gran formato que excede de la medida del panel, de tal manera que sólo se ofrecen los detalles centrales del cuadro y a veces reproducciones mutiladas, convirtiendo el montaje en un quiero y no puedo impropio de uno de los museos más importantes del mundo, que en lugar de repartir por la geografía nacional el exceso de obra que tiene almacenada entre sus fondos, se ha inventado estas migajas para distracción del personal.
La muestra es una metáfora involuntaria de la actitud eterna de las administraciones con ciudades desheredadas de la fortuna como la nuestra, quintaesencia de la denominada España vacía por obra y gracia del abandono permanente a la que la someten los gestores de la cosa pública a cualquier nivel que se tenga a bien escoger. No es que no sea agradable darse una vuelta por el parque de nuestra infancia y dejarse acariciar por la brisa primaveral, mientras se contempla cómo los Reyes Magos de Rubens adoran a un Niño Dios ausente de la imagen, pero en una ciudad tan bien dotada como la nuestra en cuestión museística, se echan en falta inversiones reales en materia productiva y sobran bombos y platillos para inaugurar una colección de fotos que podemos encontrar en la enciclopedia de arte que adquirimos en su día para que sus tomos hicieran juego con las cortinas del salón.
Quizá sea un problema mío y me falte aún la perspectiva suficiente para analizar el asunto del mismo modo que el detalle ofrecido de “Las meninas” mitiga el efecto del punto de fuga creado por Velázquez para que el espectador asombrado pudiera tocar el aire recreado por el maestro. Mediada la legislatura local y autonómica, no se advierte el beneficio que la conjunción astral del mismo partido en la gestión de las tres administraciones que nos desgobiernan, está generando en el futuro de nuestros hijos, la despoblación progresiva de nuestra tierra convertida en horizonte ineludible y origen del desinterés de la política en remediar los males de una provincia con escasa fuerza electoral.
Pasan los años y la ciudad languidece con la excusa final de la pandemia como pretexto óptimo para la inacción. Los proyectos se anuncian y el ciudadano los ve pasar como el que se para en el parque enfrente de “El descendimiento” de Van der Weyden y contempla el desaguisado que se ha cometido con la mágica estructura de la obra, cuya reproducción comparece decapitada de forma similar a nuestras esperanzas en que las promesas publicitadas se conviertan en realidades tangibles. La memoria conquense es pródiga en el recuerdo de las batallas perdidas de la capitalidad, la universidad, las comunicaciones y el desarrollo industrial y sin embargo, el turnismo eterno se enquista en las instituciones, convirtiendo la deseable alternancia política en un instrumento inútil para alcanzar la necesaria regeneración de este lugar.
Como si nuestro destino vagara por la laguna Estigia sin moneda alguna que entregar a Caronte para llegar al paraíso, la accesibilidad al casco antiguo es el último ejemplo de cómo la desidia y el conformismo pueden prolongarse durante ochenta años asolando el porvenir. Desde 1940 llevan nuestros próceres aplicando a esa cuestión la doctrina marxista de Groucho sobre la política como el arte de generar problemas, encadenar proyectos disparatados y encontrar las soluciones equivocadas, cuya ejecución se dilata en el tiempo sin aparente razón. Varias generaciones después, la ciudad parece estar todavía varada en aquella época en cuanto a la contestación social que merece el tratamiento que recibe.
La exposición del parque ha sido muy bien acogida por el público, si hacemos excepción de la cagada de paloma que adornó temporalmente el panel de “La maja desnuda”, hasta que fue parcialmente limpiada por un operario municipal.