F. Javier Moya del Pozo
Mi querida Mar:
Sé de sobra que hoy, en cuya mañana hemos depositado tus cenizas junto a los restos de tu padre, me estoy ganando una buena reprimenda por tu parte al hacerte protagonista de estas líneas, tú que haces de la sencillez y de la huida de los focos parte esencial de tu ADN, y que conviertes la dulzura y la generosidad en un arte que viene de fábrica desde tu nacimiento, tan cercano aún en el tiempo.
Tu belleza, serena y tranquila, tal y como la describió un común amigo, me cautivó cuando no tenías más que veinte años, y en ella permanezco atrapado para siempre. Ha sido tu templanza, tu fortaleza y tu generosidad en la vida y, aún más, en la terrible enfermedad que has soportado durante apenas año y medio lo que nos ha hecho mantenernos de pie. Por eso, cada vez que acudíamos para consulta y tratamiento al Hospital Virgen de la Luz, el que ha sido durante tantos años tu centro de trabajo y de vocación, era imposible transitar por sus pasillos sin que a cada paso te pararan los compañeros para besarte y abrazarte. Tú, sencillamente, con toda esa encantadora naturalidad, te reías de mis lágrimas, fruto de la emoción ante tan desbordante muestra de afecto y admiración hacia tí.
Tú, tan parca en tus urgencias y tan espléndida en tu entrega, eras feliz apenas hace mes y medio en Denia por el mero hecho de poder pisar de nuevo la arena de la playa, oler la brisa del mar, escuchar el susurro de sus olas, y disfrutar de la compañía de unos fraternales amigos; y sonreías cuando te llamábamos Farah Diba, pues con tu gorro cual turbante, que cubría la ausencia de tu rubia melena por culpa de la quimio, eras aún más joven y bella que esa emperatriz de Irán.
Y lo sigues siendo, por fuera y, sobre todo, por dentro, tal y como me dicen tantos y tantos mensajes que recibimos; admirando tu calidad personal y expresándonos su cariño hacia alguien tan especial, tan mágico, tan extraordinario, que se me hace imposible imaginar que vaya a desparecer de mi vida. Y de la de nuestros hijos, rotos por el dolor, pero orgullosos de una madre que tanto les ha querido y que tanto les ha enseñado en la vida y en la despedida.
Por eso, Mar, no puedo dejar de escribirte esta carta; y es que no tengo otra manera de agradecer a cada uno de los remitentes de los maravillosos mensajes de cariño y de ánimo; y a todos aquéllos que han enviado innumerables ramos de flores y coronas que cubren y rebosan la fosa donde ahora ya descansas; y, en especial, a todos y cada uno de tus compañeros, de los profesionales de la sanidad de Cuenca y Albacete, por su abnegación, profesionalidad e interés por tí.
Como les he dicho esta mañana a nuestros hijos, desde el dolor, hemos de aprovechar tanto cariño y tanta dedicación que nos diste para que la desesperación por tu ausencia no nos venza; y dar gracias a Dios porque a través de tu –aunque corta- vida, la nuestra, a tu lado, ha sido muy ancha, feliz y rica.
Bueno, te dejo, que supongo que tendrás mucho que contarle a tu padre sobre cómo están Queca, tu madre, tus siete hermanos, y el resto de la numerosísima familia Machetti Nuño; y firmo despidiéndome tal y como hacía (y seguiré haciendo) en las notas que te dejaba en la cocina cada mañana:
T.Q.