Lillo

F. Javier Moya del Pozo

En los años de nuestra juventud deportiva, lejos de estar atento a los movimientos y reacciones de los contrarios, se embelesaba con el lento desplazamiento del sol en el atardecer conquense y los colores cambiantes del cielo, lo que, unido a la ausencia de la suficiente destreza en ambos, hacía que nos eliminaran rápidamente del torneo. Intenté que se concentrara en el juego, pero terminábamos tomando unas cervezas, entre algún que otro recíproco, amistoso y jocoso reproche. A pesar de esto, no sólo no me guarda rencor, sino que suple mi profunda ignorancia en materia de pintura, enseñándome, en nuestras jornadas senderistas en Vadillos, Albarracín o en el reciente Camino de Santiago, cómo jugar con las sombras al hacer fotografía, apreciar la magia contenida en un simple arbusto que baila al ritmo del viento y la extraña composición de las raíces de los viejos árboles en la orilla del río Júcar.

Mi amigo Jose María, Lillo para el mundo del arte y para sus alumnos de la facultad de Bellas Artes de Cuenca, donde es catedrático de dibujo, es, sin duda alguna, alguien con una especial capacidad para captar la belleza de una naturaleza que, de tan cotidiana para el conquense, es casi ignorada y poco valorada. Y, después, se vale de una gran paciencia y su depurada técnica para llevar al papel, con un simple lápiz de carbón graso, cuyos trazos no pueden ser borrados en caso de error o cambio de opinión, las figuras arbóreas que te atrapan desde que te sitúas frente a ellas. Cada vez que visito su estudio, veo cómo crece un árbol de una forma realmente extraña, pues primero surge la copa, luego el tronco y, finalmente, las raíces; ya que, confiesa, para no ensuciar el papel ha de comenzar el dibujo desde el ángulo superior izquierdo y terminarlo en el ángulo inferior derecho.

Cuando en nuestras caminatas se detiene y, rompiendo el ritmo de la marcha desaparece del sendero para fotografiar en un extraño escorzo un añejo árbol, o tomar apuntes de una simple morera, sus amigos sabemos que los bocetos que seguidamente realizará serán un concierto de imágenes que, como él mismo se ha atrevido a imaginar en alguna de sus obras, despliegan una sinfonía de hojas al viento; un resultado espléndido que te atrapa. Por eso, Lillo siempre sostiene la íntima vinculación en muchas de sus obras con una composición musical.

En el año 2021, Lillo expuso en la Fundación Antonio Pérez y en el Jardín Botánico de Madrid, con el nombre “ Pensar un árbol”. El éxito de sus obras está recogido en numerosas publicaciones; que pronto habrán de reflejar, así mismo, los proyectos más inmediatos, contenidos en la próxima exposición en el Real Jardín Botánico de Madrid, con el nombre de “Las sombras del Atochal”, desde el 18 de septiembre al 24 de noviembre; y en Suiza ( Zúrich) desde el día 20 de este mismo mes.

La naturaleza, descubierta y descrita en su más novedoso detalle por un gran artista.