La receta para prepararnos mejor ante la sequía

Lucía De Stefano (The Conversation)

La sequía meteorológica, entendida como precipitación por debajo de la media histórica, es un fenómeno natural, inevitable y que existe en todos los climas. Sequías ha habido y habrá siempre –no se puede controlar cuánto llueve–, pero lo que sí se puede hacer es que nos pille preparados. Y ahí es donde entra en juego la gestión del agua.

La receta que suelen darnos para “estar preparados” es casi siempre la misma: “necesitamos más agua” o “necesitamos más embalses”. Pero esta receta funciona cada vez menos por sí sola. Y costará cada vez más cuando todos los escenarios de cambio climático apuntan a que en la península ibérica las temperaturas van a aumentar. Por tanto, ¿qué se puede hacer?

Planificación: el primer paso

Planificar es un trabajo de hormiguita que luce bastante menos que anunciar obras de emergencia o solicitar millones en ayudas a la Unión Europea. De hecho, en los medios apenas apareció que el pasado 31 de marzo se publicaron los borradores de los planes especiales de sequía (PES) para las cuencas intercomunitarias. Son ya la tercera generación de PES –desde que se aprobó su primera versión en 2007– ya que periódicamente se revisan para ajustar y mejorar su funcionamiento.

De la misma manera, el 87 % de la población en las cuencas intercomunitarias vive en centros urbanos que cuentan con planes de emergencia para gestionar la sequía en el ámbito doméstico.

La planificación de la gestión de la sequía permite evitar daños mayores y repartir los recursos disponibles según prioridades preestablecidas. Aunque la mayoría de la ciudadanía ni saben que existen, los PES son fundamentales para que los gestores del agua tengan un protocolo claro para establecer cuándo nos encontramos en sequía, en qué nivel de alerta estamos en cuanto a disponibilidad de agua, qué actuaciones hay que poner en marcha para alejar lo más posible la entrada en el siguiente nivel de alerta, etc.

Los PES son uno de los raros ejemplos de una sociedad que no tropieza dos veces en la misma piedra, ya que surgen de la gestión catastrófica de la sequía de los años 1991-1995. Son algo en lo que España es pionera y un ejemplo reconocido de buenas prácticas a nivel internacional.

Segundo paso: proteger las fuentes

Una gestión realmente eficaz de la sequía se hace cuando llueve, tratando de proteger el buen estado de los ríos, lagos y acuíferos, que actúan como “fábricas de agua”, usando las palabras del primer director de la Agencia Europea de Medio Ambiente, Domingo Jiménez Beltrán.

En España, más del 44 % de los ríos y acuíferos están en mal estado, por problemas de contaminación o por un uso demasiado intensivo de sus aguas.

Esos números nos dicen de manera inequívoca que nos asomamos a este episodio de sequía con parte de las “fábricas de agua” deterioradas. Eso significa, entre otras cosas, que no podrán proveer todos los “servicios” que son capaces de generar de forma natural. Mejorar el estado de los ecosistemas acuáticos no solo tiene importancia desde el punto de vista de los ecosistemas, sino que además es un planteamiento muy pragmático y utilitarista para garantizar el agua para nuestras necesidades socioeconómicas.

Tercer paso: no vivir al límite

La sequía nos preocupa cuando puede generar un desequilibrio entre disponibilidad y demanda, es decir escasez de agua. Si explotamos los recursos disponibles al límite, no hay PES que nos salve de la escasez. Vivir al límite nos quita resiliencia.

El profesor Ramón Llamas, catedrático de Hidrogeología de la Universidad Complutense de Madrid, hablando de sequía solía citar el titular de un semanal alemán sobre la gestión del agua en España. El artículo en cuestión se titulaba Dürre hausgemacht (Sequía fabricada en casa) para remarcar que en España las sequías meteorológicas ocurren y pueden ser severas, pero que las personas nos encargamos de que sus efectos lo sean mucho más porque apuramos e incluso sobrepasamos la capacidad del sistema de proveernos de agua.

Por ejemplo, la sequía se “fabrica en casa” cuando se aumenta el regadío sin que haya recursos disponibles para atender a esas demandas. O cuando se deja que el recurso disponible se contamine. A la siguiente sequía el sistema estará todavía bajo más estrés y fallará antes, dejándonos en la escasez que hemos fabricado nosotros mismos por no saber o querer ponernos límites.

Último paso: reducir el consumo

Por último, una gestión realmente eficaz de la sequía requiere reducir consumos. Puede ser a través de replantear usos del suelo, pero también a través de buenas prácticas y mejoras técnicas. Por ejemplo, en la sequía de 1991-1995 se llegó a plantear la evacuación parcial de la ciudad de Sevilla por la imposibilidad de asegurar el abastecimiento. Actualmente, después de cinco años de sequía meteorológica, Sevilla sigue teniendo agua suficiente para su abastecimiento. ¿La razón? La ciudad andaluza consume hoy un 45 % menos de agua que hace 30 años, a pesar de tener un 15 % más de habitantes.

Lo ha conseguido gracias a la aplicación de medidas de eficiencia en el uso del agua (electrodomésticos más eficientes, sanitarios más eficientes…) y por reducción de fugas en las redes de distribución.

Estas soluciones de ahorro, sin embargo, no tienen los mismos efectos en el regadío, donde pasar del riego por inundación o aspersión al riego por goteo mejora la calidad de vida del agricultor y permite afinar más la aplicación de fertilizantes, pero no suele reducir los consumos en términos absolutos, ya que a menudo los volúmenes ahorrados son usados para producir más cosechas o regar más hectáreas. Es el llamado “efecto rebote” o paradoja de Jevons, por el cual la mejora tecnológica para ahorrar un recurso lleva a que el consumo de ese recurso aumente en lugar de disminuir.

Hay regiones (Cataluña, parte del Guadalquivir, Ebro y Guadiana) y colectivos (los ganaderos, los agricultores de secano, algunos pequeños municipios) que ya están sufriendo los efectos negativos de la sequía meteorológica. En otras regiones de España, sin embargo, los sistemas de explotación todavía no están en alerta. Allí tienen todavía una oportunidad de sembrar una buena gestión del agua que les permitirá estar más preparados si finalmente las lluvias tardan en llegar.