Yolanda Martínez Urbina
Tras la Performance singular y grotesca realizada a la puerta de diferentes edificios religiosos de Cuenca caben diferentes interpretaciones y una realidad. Podríamos interpretar que la acción es un acto de provocación y ataque gratuito hacia la identidad religiosa de los conquenses, profundamente arraigada y vinculada con la Iglesia Católica y con la Semana Santa Declarada de Interés Turístico Internacional que mueve el fervor y la Fe Católica y constituye una tradición que gira en torno a la cultura, el arte, la música, el Patrimonio, la historia y que supone un factor dinamizador socioeconómico de la ciudad. Desde esa interpretación se podría estar haciendo una llamada a la comunidad para salir de su zona de confort y buscar ampliar y diversificar los nichos de mercado y factores dinamizadores que puedan dar vida al territorio. Desde luego, si fuera el caso, no es muy ético generar cambio a través de la falta, la ofensa y la provocación.
O quizá, ¿es un acto de reivindicación hacia el alcalde de la ciudad en el que algún colectivo de artistas alternativos reclama la cesión de espacios donde puedan realizar sus dinamizaciones sociocomunitarias? Ya sabemos de otros problemas similares sin resolver en este sentido, como el del Barrio de San Antón en el que la Asociación de Vecinos ha reclamado a Darío Dolz el cumplimiento de promesas de habilitar espacios comunes para su uso asociativo y no llegan a materializarse. Desconozco si detrás de esta performance está alguna plataforma de artistas transgresores que requieren también espacios públicos para la creación de sus obras y su llamada de atención se manifiesta así, en la calle.
Quizá es solo un acto de exhibicionismo de mal gusto, con dosis de obscenidad y provocación que ha molestado a una gran parte de la población y no merecería la pena hablar de ello o quizá son las tres interpretaciones a la vez, pero lo cierto es que en todas esas posibles premisas hay una realidad que es intolerable y que me ha llevado a escribir este artículo de opinión y es la cosificación de la mujer. La cosificación es el acto de representar o tratar a la persona como un objeto, de mostrar solo una parte de ella y reducirla a un mero instrumento, de despersonificarla. En algunos casos la cosificación es clara, pero en otros puede resultar menos evidente. Unas mujeres que solo muestran las nalgas desnudas con connotación adicional de violabilidad como lo ocurrido hoy a la puerta de los edificios religiosos de Cuenca son el claro ejemplo de despersonificación a través de una performance que algunos llaman arte.
Y me pregunto, ¿dónde están los límites éticos del artista de una creación que pretende transgredir una norma o una creencia? El límite a la libertad de un acto de este tipo debería estar siempre en respetar la dignidad de las personas y en este caso que ha sucedido hoy, en respetar la dignidad de la mujer, porque cuando no se respeta ya no estamos hablando de arte, estamos hablando de violencia. De violencia casi imperceptible y simbólica hacia las mujeres. Llámenlo si quieren violencia de género hacia la representación de la mujer en arte alternativo en vivo. De verdad, seamos conscientes todos, personas e instituciones, de lo que suponen estos actos para la sociedad. ¡No a la cosificación de la mujer bajo ningún concepto y mucho menos para ensuciar el nombre del arte y mucho menos para ensuciar la imagen del Patrimonio de Cuenca y mucho menos para ensuciar la identidad religiosa de los conquenses!