F. Javier Moya del Pozo
Los siguientes versos son parte de los poemas que van comentando las fotografías que, encuadernadas , integran los cinco tomos que nuestros hijos nos regalaron a Mar y a mí por nuestro aniversario de boda, el pasado 23 de Mayo; y que ilustran el trayecto de abuelos, padres, tíos, primos y demás componentes de una numerosa parentela.
Y al hacer balance de ellos
puede apreciar a la legua
que ninguno de esos pasos,
ya gastados o que restan,
–
ni los dio ni dará sólo;
siempre hubo y habrá en su suela
la clara impronta de aquéllos
que iluminaron su senda,
–
ahuyentando los fantasmas
en las noches de tinieblas,
señalizando caminos
a fin de que no se pierda.
–
Sirva lo que ahora prosigue
como una pequeña muestra
de todo lo que yo veo
en cada una de mis huellas
Eran días en los que, ante el desgarro por la reciente ausencia de familiares muy queridos en circunstancias que no permitieron ni una mínima despedida, uno intentaba que el dolor no se convirtiera en sufrimiento; y que la sensación de pérdida no se transformara en un estado permanente de negación y de ira.
Y es la palabra “ huellas”, clave en todo el poema filial, la que me hace reflexionar sobre nuestra presencia en este mundo. Recuerdo haber leído que, en realidad, no somos otra cosa que una ola de agua salada que, al llegar a la playa, pierde su forma y se funde con el resto del mar, integrado por todas aquéllas que un día también fueron olas, y por las que habrán de crearse continuamente. Nuestro cuerpo deja de existir, y vuelve allí de donde surgió. Tal vez esta analogía sea acertada; pero quisiera pensar que, en algún momento determinado de nuestra vida, la ola que nosotros conformamos consigue hacer una mínima marca, una leve hendidura en la arena de la playa, y, con ello, estará dejando la prueba de que dicha formación de agua y espuma, con identidad propia, leve en su consistencia y escasa en su importancia, sí existió.
Con ello, me bastaría. Saber que, con mayor o menor grado de consciencia, en el amor y dedicación que pusiste en tu esposa e hijos, en la admiración hacia padres y maestros, en la gratitud hacia los amigos y compañeros de trabajo, quedaría una mínima huella, un pequeño vestigio de que pasaste por la tierra amando, disfrutando y, desde luego, también sufriendo.
Pero, sobre todo, poner empeño en la idea de que tu actuación ha estado encaminada en agradecer a los que te precedieron por su esfuerzo en marcar el camino; y rogar a los que vienen detrás de ti para que se empeñen en dejar, no una huella indeleble, sino una simple caracola, una concha marina, algo que recuerde que cada acto suyo estaría teñido de cariño y comprensión hacia quienes les rodean.
De esta manera, ante el temor, la incertidumbre y el desasosiego por una pandemia que no acaba de ser dominada, es más reconfortante pensar que permanecerás con tus antepasados y con los que te seguirán; quienes marcarán, desde luego, sus propias huellas, pero reconociendo el valor de las que tú dejaste en el camino. Saber que estarás a su lado, con ellos, en ellos, …ser ellos mismos.