El Martes lo costureros, las ‘cajas de los hilos’, sufren de estrés. Siempre hay escudos que coser como promesas o una túnica a la que sacar el dobladillo a última hora entre exclamaciones de “¡madre mía, cómo crece este muchacho!”. En Cuenca la altura no se mide en centímetros ni la edad en años, sino en crucecitas que mutan a tulipas y tulipas que granan como horquillas. También se fragua trajín en las cocinas, laboratorios de esos bocadillos que alimentan el paladar de la memoria y que se multiplican en el descanso entre parientes y amigos, como en un remedo del milagro de los panes y peces. El álbum familiar se llena de momentos arrebatados al olvido y nacen fraternidades sin fecha de caducidad. Popular y populosa, la jornada sintetiza el entusiasmo por la celebración de una ciudad que encuentra en ese tramo del calendario el más exacto sinónimo de su sociología.
Granates, blancos, morados, verdes y amarillos se arremolinan en torno a las sacras almenas (El Salvador, San Andrés, San Felipe y San Pedro, tan distintas y tan iguales) convocados por devociones particulares y colectivas. La Magdalena, radiante en su compunción, llora las lágrimas que Eva se aguantó en el Paraíso. No hay nada más humano que la necesidad de perdón y nada nos hace parecernos más a Dios que la capacidad de concederlo.
Enjuto como una cosecha en tiempo de sequía y enérgico como sólo saben serlo los profetas, San Juan bautizará al Mesías con un agua muy distinta a la de las duchas de hipocresía que manan del higiénico ejemplo de Pilatos.
Los pies en el suelo y la mirada en las estrellas. El aforismo es carne. Piel que acaricia el guijarro y el asfalto, que se estremece de frío y ampollas. Anónimos y descalzos, los penitentes, las penitentes, cambian capirote y zapatos por gratitudes y sostienen en sus manos cirios que gotean peticiones de auxilio. Combaten con padrenuestros los asteriscos de los análisis, los hogares partidos, los besos que no dio tiempo a dar. Sobrecoge su caminar detrás del cautivo Medinaceli y de la Esperanza, madre majestuosa de anhelos. Son el exánime pálpito de un mundo más sabio que parece que se extingue. La orquesta de un Titanic que no se hundirá mientras siga tocando.
Del Pregón de la Semana Santa en Alicante del año 2015.