Fragmentos: Domingo de Ramos

Para mi viaje me he traído una maleta repleta de palabras, tan colmada que me temo que alguna metáfora ha quedado atrapada en la cremallera e inservible. Permitidme que saque mi equipaje para que se oree, como se orean las sábanas en los días de luz en nuestros pueblos y barrios, izadas a fachadas recién encaladas o de recia piedra y madera. Y que, después, lo estire y lo perfume para quede tan impecable como la chaqueta que se estrena un Domingo de Ramos.

La mañana de las Palmas y de los Olivos está impregnada de ambiente de fiesta mayor, de día de patrón. Si los pluviómetros ayunan y el sol no pierde el tren, se puede respirar la primavera parturienta vistiendo los esqueletos de los chopos. El cielo se pinta de un azul que enamoraría si fuera mirada y las aceras trasmutan a pasarela de moda. La ciudad se reconcilia con su mejor sonrisa, la opuesta a esa mueca sardónica que se fuerza para salir bien en las fotos. Los reencuentros se multiplican en cada rincón como níscalos en otoño, actualizando los planes y proyectos, elevando la altura de los sueños.

El desfile sale temprano, impaciente por llenar la urbe de Semana Santa. Jesús de Nazaret se ha empadronado en la ciudad y a lomos de la Borriquilla recorre sus calles. El animal asombra las dilatadas pupilas infantiles y su jinete conquista la fortaleza con un arsenal muy distinto al bélico argumentario con el que la rindieron reyes, generales y guerrilleros. La Madre, la primera Esperanza, sigue el rastro triunfante con las mejillas enardecidas de voces blancas. La Plaza Mayor es un mosaico humano inmenso, heterogéneo, apabullante, donde se agita la marea de las palmas y las ramas. El tsunami estético que anticipa los que han de venir en el interior de cada uno. Pero el barco no zozobra, porque el timón lo sostiene la firmeza de las pequeñas manos. Cuenca es más niña que nunca y, por eso, gigante.

Fragmento del Pregón de la Semana Santa de Cuenca en Alicante del año 2015.