No hace falta esperar a que se sofoque el fuego para visualizar el manto de cenizas que quedará después de este incendio. Apenas ha transcurrido una semana desde que el coronavirus atravesara la muralla de Cuenca y ya vemos como avanza, dejando un rastro sanguinario, llevándose a nuestra gente; a gente buena, como Gonzalo Pelayo, al que le pedí ayuda en alguna ocasión para elaborar reportajes sobre cine o boxeo que merecían más llevar su firma que la mía, porque yo simplemente ponía mi teclado al servicio de su entusiasmo y sus conocimientos en ambas disciplinas.
La situación es difícil porque la mayoría de nosotros, desde nuestro confinamiento, apenas podemos hacer otra cosa que ver cómo se extienden las llamas. Esta pandemia de película de ciencia-ficción nos tiene sujetos a butaca, mientras por nuestras pupilas no dejan de proyectarse imágenes dolorosas, como en el experimento al que someten a Alex (Malcolm McDowell) en La Naranja Mecánica.
La cuarentena nos ha convertido a la mayoría en espectadores que increpan a la pantalla cuando ven que un personaje insensato está cometiendo un error flagrante, ya sea bajar al sótano, donde le espera el asesino en serie, porque ha escuchado un ruido; dar comida y agua al Gremlin, a pesar de que le han dado precisas instrucciones de que no lo haga o salir alegremente a la calle a propagar una enfermedad altamente contagiosa que ha hecho temblar los cimientos del mundo.
Sin embargo, con el cine también hemos aprendido a confiar en los héroes. Gente como enfermeras, anestesistas, barrenderos, policías, militares, médicos, cajeras, distribuidores, agricultores, farmacéuticas y, si se me permite, hasta periodistas, forman parte de esta Liga de la Justicia que combate un mal invisible pero que llega a todos los rincones. Desde nuestro confinamiento debemos respetarlos y apoyarlos en todo momento, porque son ellos quienes pueden escribir un final feliz, made in Hollywood, para esta historia. Cuando todo esto termine los nombres de estos profesionales estarán en los títulos de crédito, aplaudid y no os mováis de la sala hasta que salgan todos.
El guion de la pandemia nos ha reservado a la mayoría un papel de figurante. Lo único que se nos exige es ser público, mirar este hipnótico incendio y procurar no echarle gasolina. Es dramático pensar en las cosas que perderemos con el fuego, en la gente que no estará aquí cuando el humo se haya disipado, pero hay que levantar el ánimo y comportarse como un pugil fajador. A Pelayo, allá donde esté, le gustará ver cómo salimos de las cuerdas.