Antonio Lázaro es escritor e investigador literario, autor de novelas como Club Lovecraft y Los años dorados y de guías como De hoz a hoz (Cuenca, Patrimonio de la Humanidad) y Guía del Triángulo Manriqueño.
Conocí a Jesús en la que entonces se llamaba COU, antes PREU y ahora, francamente, no lo sé: el curso que marcaba el tránsito del Instituto a los estudios superiores. Él era algo mayor porque venía de intentar la aventura zaragozana del ingreso a la Academia militar, lo que le daba un cierto estatus de liderazgo que siempre ejerció con benignidad y simpatía.
Desde el minuto uno en que lo conocí hasta la última vez que nos cruzamos por la Ventilla o República Argentina, Jesús tenía algo que nunca se borró de su rostro: la franca sonrisa de su bonhomía. Lo recuerdo en Lisboa, en la excursión del fin de curso, y a la vuelta en Madrid en un convulso primero de mayo en que transmitía sosiego y buen ánimo al grupo.
En el campo de la abogacía, que ha ejercido con continuidad y acierto durante décadas, recuerdo la estrecha colaboración que tuvo en sus inicios con mi padre, José Lázaro, abogado ya veterano en el oficio por entonces. En los últimos años, le ofrecimos la donación de la biblioteca jurídica familiar, que data de los tiempos de mi abuelo Santos Lázaro Cava, con destino a la sede del Colegio de Abogados de Cuenca, que él presidía y que, por cierto, había presidido también mi abuelo. Por razones de espacio, no pudo ser y, finalmente, la Biblioteca de Diputación acogió en 2018 la colección. Pero nunca olvidaré la cordialidad y buena disposición de Jesús en este y en todos los contactos que tuvimos.
Hay gente que todo lo soluciona con el tema digital, siendo este un medio y no un fin. Para qué conservar un vetusto Código Penal y Civil del XIX o el Aranzadi cuando todo está digitalizado. No comprenden que la cultura es también imagen, escenografía, recreación, y que un anaquel con libros jurídicos bien encuadernados nos permite reconstruir cómo era un bufete de una capital de provincias en el primer tercio del siglo XX. Jesús Celada por fortuna no era de esos: lo comprendía perfectamente.
Se marcha Jesús y se marcha a una edad de plenitud en que podía dar mucho de sí todavía. Quiero recordar aquí a otro abogado y amigo de ambos, de Jesús y mío, Rafael Araque Patiño, que falleció en los años 90 apenas cumplidos los 40 de su edad. Una pérdida tremenda la suya. A Jesús, a pesar de su precoz reúma y su renqueante marcha, le quedaba mucho recorrido.
Cuenca no pierde solo a un gran jurista y a una excelente persona. Pierde a un elemento entrañable de su paisaje urbano, recorriendo lentamente con su imborrable sonrisa Fermín Caballero, el Xúcar o Cuatro Caminos. Descansa en paz, amigo.