Cuenca, tal vez no sea amor

F. Javier Moya del Pozo

Cuenca, una ciudad a la que no le basta una mano de cemento y pintura, sino que reclama, urgentemente, un sentido y un propósito, un  diseño de su futuro más próximo, mientras se pregunta  si habrá un día en el que se conseguirá, pues es algo que nadie parece ofrecérselo, al menos con la claridad suficiente para  creer en él  y asumirlo como propio.

Los magníficos  vídeos promocionales le hacen justicia por  los grandes atractivos que  posee; pero el ciudadano que va a trabajar cada día no come en su jornada laboral en  restaurantes de grandes cartas, ni se encamina al trabajo por las espectaculares vistas a las hoces, ni resuenan a diario, en sus oídos, las marchas que acompañan a las imágenes de nuestras hermandades. Su día a día es mucho más prosaico, en un entorno marcado por locales comerciales cerrados, aceras  y calzadas levantadas por la empresa que dice  llevar el calor a los hogares -y, añado yo,  que  enciende a los conductores ante  el caos circulatorio que se crea y la parsimonia con que desarrollan esa conducción- junto a  una serie de promesas sobre la instalación de industrias que, lejos de convertirse en realidad,  su inconcreción y escasez han hecho que nuestros jóvenes  desistan  de  encontrar trabajo en la tierra donde  nacieron.

Es difícil de entender que ese espíritu de colaboración y de trabajo  que sabemos crear cuando se trata de nuestra Semana Santa o  San Mateo no consigamos trasladarlo a un proyecto en una actuación global, que abarcara una industria potente, un comercio en expansión y una esperanza de urbe que, al día de hoy, no parece que existan.

Sigo anclado al  paseo fluvial, a  la zona del castillo, la cuesta de  las Angustias, el sendero de  San Julián el Tranquilo,…pero, en lo que toca a una gran parte de nuestras plazas y calles, me refugio en la descripción de la ciudad que hacen Pedro Miguel Iglesias, Jose Luis Muñoz, Pedro José Cuevas, Federico Muelas, González-Ruano  y tantos otros que recogen en sus obras  una ciudad que, en diferentes épocas y circunstancias, atesoran una personalidad y magia que la actual va camino de perder para siempre.

Escribía Jose L. Martín Descalzo que Los hombres, mientras viven, llevan el amor en el alma sin paladearlo, y van dejando que, poco a poco, se convierta en tedio”. Lamentablemente Cuenca, en el común sentir de los conquenses, nos decepciona en muchos aspectos-mejor, somos nosotros quienes no cumplimos con las expectativas que debemos a tan magnífica ciudad- y, aunque  el tedio del que habla  Martín Descalzo no ha acampado  aún en nuestro afecto, debido  a su entorno natural y  a su historia, ni siquiera éstos  pueden ser  suficiente, y  en un día no muy lejano alcancemos a leer en los documentos oficiales: “Tarancón – o Albacete, ¿ porqué no?- capital de la provincia de Cuenca”.