Cuando el sanar es profesión de riesgo

“No se trata de lo que hacemos ni cuánto hacemos, sino de cuánto amor ponemos en nuestro hacer”. Madre Teresa de Calcuta.

Cuentan de la autora de la frase que encabeza estas líneas que alguien, viendo cómo aquélla besaba a un moribundo leproso, exclamó : “ Yo, ni por un millón de dólares lo hubiera  besado”; a lo que la fundadora de las Misioneras de la Caridad, contestó: “ Yo, por  dinero, tampoco lo besaría”.

Hay profesiones donde la empatía, la generosidad y entrega hacia el semejante, son elementos imprescindibles para desarrollar la actividad diaria. Hace más de diez años, antes de  que la pandemia del Covid sacara lo mejor de sí en  tantos sanitarios,  ya escribía   en este mismo medio mi admiración por una profesión tan abnegada como, en la actualidad, peligrosa por  las continuas  agresiones que se producen  en centros de salud y hospitales :

Al tiempo en el que abren su taquilla y se cambian de ropa, el pijama, la bata, los zuecos y el estetoscopio operan la transmutación que hace que su esposo, sus hijos, sus familiares más queridos son, a partir de ese momento, cada uno de los pacientes cuyo historial médico tienen en sus manos, cada una de las personas que con miedo se someten a las pruebas médicas, cada uno de los ingresados en la planta y los familiares que les acompañan”.

Es la sanitaria una profesión que exige una continua concentración en el paciente y una permanente actualización de conocimientos; en un día a día en los que el error en el examen del paciente o en el informe sobre su estado y pronóstico no puede ser subsanado fácilmente. No se trabaja, como es mi caso, con documentos y leyes que pueden ser consultados con tranquilidad y, en su caso, corregidos; sino con la vida y la salud de los que las ponen en sus manos.

Por ello, mi indignación ante las actuales y cada vez más numerosas agresiones a médicos y sanitarios en general; quienes han de desarrollar una actividad que, si ya de por sí genera estrés, cuando la misma se despliega en un ambiente de amenazas e insultos, hará que los profesionales sanitarios se pregunten  por el motivo de una situación de tan enorme riesgo. Quisiera creer que será una situación pasajera, pero si uno se para un momento a pensar, y ve que ya desde la escuela los niños acostumbran a exigir más que a formarse; que los padres, en un gran número, se desentienden respecto a sus hijos en cuestiones sobre principios, responsabilidad, y el sincero respeto hacia profesores y compañeros; si la gradas de  los campos de fútbol se aprovechan para desahogos de violencia y racismo, no ha de extrañarnos que esos comportamientos tóxicos se manifiesten en un entorno donde el miedo por la propia salud  se combinará  con un espíritu  egoísta y soberbio.

Me llama la atención que la ratio de vigilantes de seguridad en, digamos una biblioteca, sea mucho más alto que en un hospital o en un centro de salud; cuando, evidentemente, la probabilidad de una agresión a los trabajadores de estos últimos sea mucho más elevada que respecto a los que trabajan entre libros. No creo admisible que, a contratos nada generosos y condiciones materiales que dejan mucho de desear, se una ahora una cierta impunidad o, cuando menos, indefensión ante  las agresiones en los centros de trabajo sanitarios.

Recuerdo cuando  mi esposa me describía la ternura que les produjo en la planta de rayos del HVL un anciano que vino en ambulancia sin ningún familiar que le acompañara, para realizarse  unas pruebas, y que, tímidamente,  les dijo que había venido pensando todo el viaje si pasaba algo porque se le había olvidado ponerse una muda limpia. El cariño con el que le  hablaron, diciéndole que todo estaba bien, hizo que ese  anciano solitario de  un pueblo alejado de la provincia de Cuenca, olvidara sus achaques y supiera que, al menos en el hospital, había gente a la que le importaba.

Creo que de eso se trata en el ejercicio de una profesión tan maravillosa: el hacer ver al paciente que, aun siendo escaso  el tiempo que haya podido dedicarle, en esos minutos aquél se sienta considerado; hacerle sentir  que, en ese instante, es el centro de la atención del profesional sanitario y, a la inversa, que el paciente pueda   expresar, aun en esa situación de nerviosismo y temor por su salud, que es consciente de que hay alguien que, a través de muchos años de estudio y formación, ahora está frente a él para dedicarle su mejor versión profesional y humana.