Bisagras

Ramón Rodríguez Rubio

“En la huerta del Segura, cuando ríe una huertana, resplandece de hermosura, toda la vega murciana”. Eso debió de canturrear por lo bajini Inés Arrimadas cuando Iván Redondo le vendió la idea de entronizar a Ana Martínez Vidal como la primera presidenta autonómica en la historia de Ciudadanos. La lucha contra la corruptela de las vacunas esgrimida por la lideresa de Ventas como leitmotiv de la moción de censura sonaba a excusa incoherente en quien refiriéndose a Vox, había declarado la dudosa moralidad de las mociones planteadas en plena pandemia y es que entrar en la órbita del planeta Sánchez, conlleva la necesidad de contradecirse desde el minuto uno. El partido que venía para regenerar la política comenzaba de este modo a negociar sus estertores por un puñado de cargos, entregándose al sino de todas las formaciones bisagra que en España han sido, la condena a la irrelevancia en cuanto les cegó la ambición y contravinieron su esencia para alcanzar más cuota de poder.

Nada nuevo bajo el sol. Ciudadanos se aupó sobre las ruinas de UPyD cuando el personalismo de Rosa Díez prefirió hundirse liderando hasta el final su parcelita de notoriedad antes de ser fagocitada por el proyecto de Albert Rivera. Veinte años antes, el CDS había llegado a tener casi dos millones de votos tolerados mientras fueron inofensivos frente a los rodillos socialistas, hasta que el giro a la derecha de Suárez en el apoyo a la moción de censura que expulsó al PSOE de la alcaldía de Madrid, fue restando fuerza al póster electoral de su figura impertérrita en el escaño negándole a Tejero la imagen de la democracia derribada.

Las cotas de Suárez en los años ochenta que convirtieron entonces a su partido en la tercera fuerza política de España, las multiplicó Rivera por dos, cuatro millones de votantes en las elecciones del mes de abril de 2019, atraídos por el heroísmo de sus huestes en la resistencia catalana, por la extravagancia de ser el único partido en atreverse a cuestionar el cupo vasco en la persecución del ideal de la igualdad de los españoles en todo el territorio nacional, por la búsqueda de la despolitización de la justicia y la limitación de los privilegios políticos, principios todos ellos reiteradamente ignorados por los partidos tradicionales, con la anuencia perenne de su electorado cautivo. A tan sólo doscientos mil votos de un PP en sus horas más bajas, la posibilidad de convertirse en el primer partido de la oposición de camino a la Moncloa negó a Rivera la clarividencia necesaria para preservar esos principios por encima de la estrategia electoral y del navajeo habitual que aparece cuando el vértigo de tocar poder trae consigo la deriva hacia la prepotencia y el cesarismo.

El resto es la historia de una de las decepciones más profundas que ha sufrido la aspiración de la ciudadanía a sentirse decentemente representada en un sistema parlamentario viciado por la ausencia de libertad política y una separación de poderes sólo formal. La falta de criterio de Rivera al emprender una política errática de las alianzas que nos deberían haber evitado la sempiterna dependencia de los nacionalismos, le hizo perder dos millones y medio de votantes en la repetición electoral de noviembre, un millón se abstuvo y el resto prefirió lo malo conocido a lo malo por conocer, en un país en donde se penaliza más aparecer en la foto de Colón que el compadreo con Otegi o la complicidad con Puigdemont.

Y así fue como Ciudadanos regresó a su condición de bisagra inútil una vez recibido el portazo de los que un día votaron con la esperanza de huir siquiera un ratito del actual estado de cosas. “Murcia qué hermosa eres, tu huerta no tiene igual”, y en las intrigas de tu política de bajo vuelo comenzó una espiral en la que una presidenta de zarzuela adelantó las elecciones en su comunidad, con la misma desfachatez de corrala con la que semanas antes demonizó la convocatoria de las elecciones catalanas. Hay que reconocer las ventajas del Estado autonómico y el entretenimiento perpetuo que nos ofrece montando el teatrillo en el que se representa periódicamente el enfrentamiento baldío de las dos Españas eternas. Ahora los partidos emprenden de nuevo la batalla de Madrid jugando al guerracivilismo con los lemas del pasado, alerta antifascista, comunismo o libertad, mientras la corrupción sigue anegando el panorama y la pobreza no para de crecer a lomos de la pandemia que ninguno de ellos supo gestionar.