F. Javier Moya del Pozo
El menor de edad, matón en su colegio y supuesto líder de un grupo de escolares tan descerebrados como él, le obligó a arrodillarse y a besarle los zapatos, mientras tamaña vejación era grabada y difundida en las redes sociales. Ocurrió, como recogen los medios de comunicación, la semana pasada en una pequeña localidad de Mallorca. Al parecer, el menor humillado lleva tiempo siendo acosado. Pueden verlo en los vídeos de estos periódicos digitales: imaginen el padecimiento del chico y de su familia; pónganse en su lugar y díganme cuál es la primera reacción que se les pasaría por la cabeza.
La profesora Fuensanta Cerezo afirma que el bullying constituye un premio social: el agresor goza de cierto prestigio de los componentes de una clase , mientras que la víctima es rechazada o aislada por los escolares, quienes lo consideran un cobarde; y algo de esto debe de suceder cuando el acoso escolar no disminuye. Ya en el año 2015, en Gijón, Carla “ la bizca” como le llamaban sus acosadoras en la clase y en las redes sociales, se suicidó ante la presión sufrida por aquéllas, y nueve años antes, Jokin Zeberio se lanzó desde las murallas de Fuenterrabía al no poder soportar una vida llena de maltrato psicológico y físico que le imponían sus delincuentes compañeros escolares. Delincuentes, aunque les pesara esta calificación a los progenitores de los acosadores, hasta el punto de que la propia la Audiencia Provincial de Guipúzcoa, en la resolución por la que se acordaba el internamiento de aquéllos en un centro de menores, vino a reprochar a los familiares de los condenados el que minimizaran la importancia de la conducta de sus hijos. Porque esa es una de las tragedias y fundamento de este problema: muchos padres no son conscientes, o no quieren serlo, de la actitud abusadora de sus hijos; actitud que no sólo se produce fuera del hogar, sino frecuentemente en su propia casa; inclusive con actitudes de deprecio hacia el sexo contrario o agresiones a miembros de la tercera edad. Ese mirar hacia otro lado tiene mucha culpa; como cierto director de un Centro escolar quien, con motivo de la amenaza de un alumno de tirarse por un puente porque no podía soportar más el acoso que sufría por parte de sus compañeros, minimizó la gravedad de la situación manifestando que “eso era cosa de críos”.
Supongo que no hubiera dicho lo mismo si hubiera sido, no ya el director del centro, sino el padre de Clara, la niña que recibió 32 puñaladas en Mayo del 2000 de manos de sus compañeras de instituto, Raquel e Iria.
Familias y centros, instituciones y padres, han de trabajar de forma conjunta, sin miedos, de forma sincera y valiente, para evitar una situación en nuestra sociedad donde impera el pensamiento de que los acosadores, por el silencio de los acosados, la actitud de los padres y escasa implicación de las instituciones , gozan de una impunidad casi total.
El trabajo de fin del Master en Violencia de Género de la Universidad de Castilla la Mancha en Cuenca, redactado por una alumna a la que dirigí en el mismo, se centraba en el planteamiento de establecer, en los diferentes centros escolares conquenses, una programación, calendario y temática de seminarios y reuniones en los que se examinaran y debatieran los problemas en las relaciones de los alumnos con sus padres, con sus compañeros y con el propio Centro.
Ha pasado el tiempo, y este magnífico proyecto no ha prosperado. Así nos va.