Así era Domingo: réquiem por un hombre de letras y amigo de palabra

Sergio Vera‘Capo’ del club de lectura Las Casas Ahorcadas

Todavía estoy en shock. Todos en el club y en el mundo de la novela negra lo estamos. No podemos creernos que ese gran escritor y mejor persona que fue Domingo Villar nos haya abandonado.  Por más que lo leo, no lo creo. Aunque lo escribo, no lo concibo. No puede ser.

Mientras me pellizco, esperando y deseando despertar de la pesadilla, no puedo evitar acordarme de Domingo, recordar algunos de los inolvidables momentos que compartimos.

Recuerdo la primera vez que hablé con él. Fue por teléfono, a finales de 2014. Amelia había reseñado La playa de los ahogados y gracias a un amigo común logré llegar hasta él para proponerle comentarla con nosotros por Skype. No me conocía, no tenía Skype, ni lo había usado nunca. Pero no importó. A los cinco minutos al teléfono era como si nos conociéramos de toda la vida. Y se descargó el programa y se creó un usuario solo para atendernos. Gratis. Uno de los autores de más éxito de la novela negra española nos regaló su tiempo sin conocernos. Y al igual que cuando habló conmigo por teléfono, cuando comentó su novela con nosotros por Skype a principios de 2015 fue como si nos conociéramos de toda la vida.

Porque así era Domingo.

Y claro, después pasó lo que tenía que pasar: La playa de los ahogados se alzó con el premio tormo Negro Masfarné 2015 y Domingo vino al festival  a recogerlo en 2016 y a dar el pregón en 2017. Pero aunque se lo dije, pensó que lo del pregón era broma. Y descubrió que no lo era durante el AVE a Cuenca. Total, que el bueno de Domingo se pasó todo el viaje y el tiempo hasta que se inauguró el festival escribiéndolo. Aun así, como luego me reconoció, improvisó parte sobre la marcha. Pero nadie lo diría. El desternillante pregón en verso que Domingo Villar nos regaló se convirtió en el mejor pregón de la historia, el molde e insuperable listón a batir para los que luego vinieron.

Porque así era Domingo.

Y pasó el tiempo. Domingo y yo hablábamos de vez en cuando, y de vez en cuando le preguntaba por el tabú, su tercera novela. Hasta que en julio de 2018, cuando me encontraba en Nueva York de vacaciones, recibí un Whatsapp de Domingo diciéndome que la había acabado. Y prometiéndome que vendría a presentarla al festival en primavera. Y aunque el festival de 2019 coincidió con La noche de los libros, el equivalente madrileño al San Jordi barcelonés,  cuando El último barco acababa de zarpar hacia las librerías y se encontraba al frente de la lista de los más vendidos y, como es lógico, la editorial no paraba de insistirle para que se quedara en la capital donde se podría haber inflado a dedicar libros, mi amigo vino a Cuenca, cumplió con su palabra.

Porque así era Domingo.

Y cuando ese mismo verano de 2019 le escribí para decirle que estaría de vacaciones cerca de Vigo, se ofreció a hacernos una visita guiada por los escenarios de la novela, el mismo día que iba a presentarla en Moaña, el lugar donde transcurre. Y aunque el teléfono no paraba de sonar con llamadas del alcalde y la editorial, despachaba a todos en un minuto diciendo: ahora no puedo atenderte, que estoy con mi amigo Sergio. Ese paseo fue una de las cosas más bonitas que me han pasado desde que llegué al mundo de la novela negra en 2009. Uno de esos momentos que nunca olvidaré. Como tampoco que la presentación era a las 7 y a las 5 todavía estábamos con él en su restaurante favorito y el de Leo Caldas, el Eligio,  en que hay una placa con su nombre y otra con el de su personaje.

Porque así era Domingo.

Y cuando este año le escribí para invitarle al festival y a mi boda,  me dijo que, sintiéndolo mucho, no podría venir al festival, porque tenía una comunión en Galicia, pero me prometió que no faltaría a mi boda. Y ahora, por culpa de una puta hemorragia cerebral, mi amigo, mi querido amigo Domingo, va a faltar por primera vez a su palabra.

 Esto sí que no te lo perdono, vida. Porque Domingo era así, y no se lo merecía.

Pero como sé que a mi amigo le habría gustado que le recordásemos con una sonrisa, en vez de con las lágrimas que ahora mismo surcan mis ojos, mientras sigo pellizcándome con la esperanza de despertar de la pesadilla, prefiero terminar invitándoos a leer su pregón, el pregón del mejor hombre de letras y amigo de palabra que he conocido.

Descansa en paz, amigo,  los que te hemos leído, y más los que te hemos conocido, nunca te olvidaremos.

(Enlace al pregón inaugural del V Encuentro de novela criminal “Las Casas Ahorcadas”)