Jesús Saiz Huedo
La programación de los grandes oratorios del repertorio histórico ha sido una constante en la SMR. El concierto de ayer tarde nos trajo una vez más el espectacular oratorio Israel en Egipto, HWV 54, de Georg Friedrich Haendel (1685-1759). Ya estuvo programado en dos ediciones anteriores, las de 1977 y 1992, concretamente. Esta vez la interpretación ha estado a cargo del conjunto británico Armonico Consort, bajo la dirección de Christopher Monks.
Este oratorio bíblico, que narra la huida del pueblo de Israel de Egipto, sobre algunos textos de los Salmos, el Éxodo y otros del Antiguo Testamento, fue adaptado varias veces por el compositor desde que fue estrenado en 1739. El Armonico Consort interpretó la versión en dos partes (revisión de 1750) para doble coro, orquesta y solistas. Su acercamiento, fundamentado en criterios historicistas, pero, como Joshua Jacobson escribe en las notas al programa, con un enfoque que “refleja la práctica de la interpretación del principio del siglo XIX en lugar de la de 1739”, fue una incursión en el universo estético de Haendel y un emotivo viaje al Barroco a través de un sonido trabajado con la intención de extraer el máximo de su expresividad sin alejarse del original. Tal búsqueda es algo que el público de la SMR valora mucho y ayer sus aplausos se debieron en parte a ello. Decimos “en parte” porque la realidad es que un éxito como el del concierto de ayer siempre depende de cómo se aborda la interpretación desde múltiples ámbitos y en su totalidad. Según las notas al programa mencionadas, esto es algo que el conjunto y el director parecen tener muy claro. La magnífica versión de este oratorio con la que nos obsequió ayer el Armonico Consort tenía detrás el trabajo académico sobre fuentes y versiones documentadas, una aproximación a la instrumentación de la época, junto al timbre vocal de un contratenor en cada coro y las múltiples decisiones sobre aspectos como el fraseo, los contrastes dinámicos, la articulación o la ornamentación. Pero todo ello no dejaba de ser la batería de medios materiales utilizados a través de los cuales la música aportó toda su capacidad de conmover. Sin duda, lo que hizo del concierto un clamoroso éxito fue una interpretación cargada precisamente de una enorme expresividad que conmovió al público.
El doble coro, perfectamente simétrico en el número y carácter de las voces, transmitió a la perfección tanto el protagonismo como el virtuosismo que Haendel le confirió en la partitura. Es precisamente el papel del coro lo que define la grandeza del oratorio haendeliano y lo sitúa en la más alta cumbre del repertorio histórico. Con una gran precisión en la afinación y en el control métrico y rítmico, sus voces se convirtieron en un caudal inmenso de emociones a través de las majestuosas secciones homofónicas y sus posteriores desarrollos contrapuntísticos. La dirección de Christopher Monks fue en esto tan precisa como elocuente. Ambos coros parecían escénicamente la extensión física y visual de su gesticulación, ciertamente una secuencia de imágenes asombrosa. Tal fue la fusión entre el coro y el director que la música parecía ir produciendo los movimientos sobre el escenario en vez de lo contrario.


El papel de la orquesta también era importantísimo, debido sobre todo a su doble función de, por un lado, sostener la impresionante arquitectura armónica y contrapuntística de la obra y, por otro, aportar los numerosos y variadísimos elementos descriptivos del relato, que es otra de las características que hacen de los oratorios de Haendel y de este en particular obras tan singulares. La orquesta contribuyó con la misma perfección y le dio al concierto todo el relieve y la espectacularidad que el género representa.
En cuanto a los papeles de los solistas, hay que recordar que, en los oratorios de Haendel, incluido Israel en Egipto, estos no son partes musicales para el lucimiento de los cantantes, como podía ocurrir en las óperas italianas. De hecho el giro que Haendel experimentó hacia el género del oratorio fue en parte debido a que, ya en ese periodo de hacia 1740, en Londres, los gustos parecían haber cambiado y sus propias óperas no despertaban tanto interés en el público como en décadas anteriores. Dado que, en los oratorios, el verdadero protagonismo lo tiene el coro y el lucimiento es sobre todo coral, los solistas del concierto de ayer no eran solistas contratados por separado, como se suele hacer en otros casos y, sobre todo, con otro repertorio. Los solistas de ayer eran componentes del coro. Algo que concuerda con la esencia histórica del oratorio, como decimos. Sus intervenciones fueron brillantes y, lo más importante, encajaron perfectamente en la estructura y el tiempo escénico del concierto, aportando elementos de contraste o énfasis, según el momento y la función asignada. Dentro de la cadena de los diferentes números, las intervenciones solistas le daban dinamismo al acto sin disminuir el peso narrativo o dramático reservado al coro. En esto, tenemos que destacar que Christopher Monks mantuvo un control absolutamente magistral de la duración y los efectos de tensión o distensión de las cadencias finales, las transiciones y los silencios, así como de la concatenación de los números para que, en ambas partes del oratorio, la progresión hacia los puntos de clímax y de final se hicieran perfectamente audibles.
De nuevo, en la 62 SMR, ha brillado uno de los grandes oratorios de Haendel y lo ha hecho con una interpretación soberbia, que quedará resonando en nuestra memoria durante muchos meses y ya nos está haciendo mirar hacia la próxima edición con el deseo de poder repetir la experiencia en un concierto similar.