Un Rebi Cuenca irreconocible y desquiciado cae con estrépito en Logroño (36-23)

Los conquenses fueron arrollados casi desde el inicio del partido y mostraron su peor versión plagada de fallos, exclusiones y poco acierto defensivo

Este sábado ha sido para el Rebi Cuenca como el mal día para dejar de fumar de McCroskey en ‘Aterriza como Puedas’. Una de esas jornadas en las que no sale nada, en el que todo está de nones y lo único que queda es desear que pase rápido para empezar de cero. El equipo de Lidio Jiménez ha mostrado un rostro irreconocible en su visita a Logroño, donde ha caído derrotado por un contundente y abrumador 36-23.

La condena llegó pronto. Los riojanos comenzaron concentradísimos, arrasadores y efices. Los conquenses, todo lo contrario. La defensa mostró su primer versión -como si hubiese sido sustituida por unos impostores de sus habituales artífices- y Ante no paró nada. Así que el Logroño canjeaba prácticamente cada ataque por gol mientras que el Cuenca en los suyos, y con la única excepción de un Simonet que se salvó del mal juego general, encadenaba pérdidas de balón, postes o tiros desviados. Así, en el minuto 10 el marcador ya era de 10-4. La simbólica brecha de los diez goles de diferencia se alcanzó a seis minutos del descanso. Los locales le quitaron un par de puntos de intensidad y con esa distancia se llegaría al descanso.

El 20-10 parecía insalvable pero siempre existe la secreta esperanza de la épica o, al menos, el premio de consolación de conseguir maquillar el resultado y dejar una impresión más digna. Lo cierto es que en ataque se mejoraron las cosas gracias a Pozzer y Simonet. En defensa cambió menos el panorama pero Ben Tekaya pudo apuntarse alguna parada. Así, la separación se redujo a siete en el 37 (24-17).

Pero había demasiados nervios y precipitaciones como para poder caminar hacia una remontada histórica. En la portería local Aliaksandr Markelau comenzó a ejercer su exhibición (50% de eficacia). Y hubo penaltis fallados y las exclusiones simultáneas de Simonet y Pizarro en una tangana. La tormenta perfecta para que pronto los logroñeses recuperasen otra vez la ventaja heredada de la primera mitad y, como en la parábola de los talentos, la multiplicaran.

El Cuenca estaba roto, desnortado, ido de sí. Paradigma de su estado fue la tarjeta roja -y azul- para Fede Pizarro a catorce minutos del final. La pesadilla terminó con un 36-23 y la urgencia por despojarse del sabor amargo de una dolorosa cura de humildad.