Manuel Millán de las Heras
El concierto número 7 del ciclo ‘Música en la Catedral’ tuvo como protagonistas a una de las agrupaciones más habituales de las SMR de Cuenca de las últimas dos décadas: la Schola Antiqua dirigida por Juan Carlos Asensio, encargada todos los años de celebrar los los oficios de Semana Santa desde un canto gregoriano depurado, limpio, estilísticamente perfecto y con una belleza y empaste vocal impresionantes. Les acompañó la organista checa afincada en Cuenca Lucie Záková, un torbellino musical que exporta talento y musicalidad por los cuatro costados.
Los conciertos de este ciclo combinan la música con el marco de la catedral. El clima también juega un papel importante. Los primeros conciertos se vivieron desde el perfecto nirvana que genera el fescor del templo desde el calor agobiante del verano. Sin embargo, ayer nuestros sentidos variaron y la temperatura, sin ser desagradable, era más fría. Eso provocó una percepción más concentrada y espiritual.
El concierto, con unas excelentes notas al programa, tenía muchísimas exquisiteces. El canto llano de la Schola Antiqua envolvió la nave izquierda y derecha de la catedral mientras Lucie Záková utilizó –además de los órganos de la epístola y el evangelio – dos bellísimas creciones de Frédéric Desmottes: un órgano procesional inspirado en modelos del barroco aragonés y un órgano positivo. El repertorio instrumental y el canto llano –cantado con mascarilla – se sucedió sin pausa entre las intervenciones instrumentales, e incluso hubo un momento, el Et in terra pax de la mis de Couperain, en el que intervinieron a la vez las voces y el instrumento.
Pero este concierto tuvo novedades que lo hicieron especialmente recordable. La primera es la combinación de autores barrocos franceses e italianos con dos compositores desconocidos para el gran público. Se trata de René Vierne (1878-1918) y Jehan Alain (1911-1940), ambos desaparecidos de forma dramática y violenta en la primera y segunda guerra mundial respectivamente. Las obras de Vierne rezumaban romanticismo ceciliano mientras que las de Alain consistían en hipnóticos pasajes de colores sonoros, un antecedente evidente del corpus organístico de Olivier Messiaen. La unidad entre el medievo, el barroco y el siglo XX siempre sonó natural y unitaria; mística y transcendente. La selección de las piezas instrumentales y vocales fue perfecta y un bálsamo espiritual para este periodo tan triste de la historia. Hubo muchos momentos audaces, como el canto de Lucie Záková que generó un impactante contraste con el coro masculino de canto llano.
Al finalizar y tras los saludos pertinentes, sentí que mi alma se había condensado y que las emociones se apelmazaron generando una congoja especial, bella, intrigante y sanadora. Luego, cenando con unos buenos amigos, lo terrenal y lo mundano volvieron a encontrar su hueco en mi corazón.