En un rincón de Cuenca hay un latido que no cesa, una cadencia que no se oye pero se siente, un compás que no se escribe pero que transforma. Allí, donde las castañuelas dijeron su primer Riá Pi Ta, Virginia García abrió un umbral que va más allá del arte: un espacio donde la danza se convierte en refugio, en brújula, en espejo. Su Centro de Arte es un lugar en el que el alma se quita los zapatos y baila sin temor al juicio. Porque para ella, el movimiento no es sólo ritmo o estética: es sanación, es memoria, es verdad. Virginia no baila para ser vista, baila para ser, para sentir. Y en esa entrega sin máscaras —en la que la técnica se funde con la emoción, y la tradición se abraza con la introspección—, ocurre lo que solo el arte auténtico permite: el milagro de tocar lo invisible. Desde el escenario hasta sus clases, desde los pueblos a los auditorios, desde el cuerpo hasta lo más hondo del ser, Virginia enseña que bailar también puede ser una forma de volver a casa.
Virginia García habla con Voces de Cuenca con una mezcla de alivio y plenitud tras haber culminado su primer libro titulado «Aprendiendo al vivir». Un compendio de poemas que presentó el pasado 4 de abril rodeada de amigos y familiares y que volverá a presentar el próximo 1 de mayo, a las 12 horas en la Diputación Provincial, dentro de los actos enmarcados dentro de la Feria del Libro. “Me siento muy aliviada, muy contenta, con mucha fuerza”, confiesa al inicio de nuestra conversación. Para ella, este libro ha sido mucho más que una recopilación de poemas: ha supuesto un paso decisivo en su camino personal y profesional. “Ha sido un paso en mi coherencia”, afirma, convencida de que su trayectoria se alinea cada vez más con un propósito vital claro: “Ahora siento que lo tengo claro, sé hacia dónde voy, sé por qué quiero ir ahí y para qué”.
Esa coherencia de la que habla se traduce también en una propuesta que quiere ofrecer al mundo: “Llegar hasta el amor colectivo dentro de nuestra gestión emocional, y para ello propongo el cuerpo como medio de descubrimiento y sanación”.
Un libro «profundamente íntimo»
Virginia no oculta que el libro es profundamente íntimo, una exposición sin filtros de su manera de sentir y de vivir. “Es una propuesta de gestión emocional, y como tal, hablo de la mía”, explica. Los poemas no solo son expresión, también son método: una vía de transformación interior basada en la escucha honesta de lo que siente, sin censuras. “Intento no ponerme trabas en el sentido de lo que está bien o lo que está mal, según la religión, la sociedad, mi familia o incluso yo misma. Lo suelto tal cual lo siento, sin juzgarme”.
En esa sinceridad poética hay también una estrategia emocional: aceptar lo que se siente, identificar que no es algo aislado, y buscar el aprendizaje detrás de cada vivencia. “Eso me da mucha calma y mucha esperanza. Vale, voy bien”, se dice cuando reconoce patrones compartidos con su entorno.
El método que propone pasa por asumir responsabilidades. “Intento ver mi 50% de responsabilidad en esa situación, tanto con una persona como conmigo misma o con la vida”, explica, alejándose tanto del victimismo como de la autoexigencia culpable. Se trata de mirar con compasión y humildad, desde el entendimiento de que “estamos aquí para aprender, no para otra cosa”.
Ese aprendizaje es la clave de su propuesta y también el título del libro: Aprendiendo al vivir. “Mientras que vivo, voy aprendiendo, y ese aprendizaje me da sabiduría, enriquecimiento, felicidad”, resume.
Virginia descompone su proceso interior en varias fases: reconocer el sentimiento, identificar su origen, comprender qué parte de su historia, creencias o heridas lo ha provocado, y desde ahí abrirse a una nueva mirada más amable y sanadora. “Si es por mi niña herida, pues cómo cuidar esa herida yo misma para que no necesite expresarse en otra situación que me haga daño; si estoy en el ego, cómo puedo relajar ese ego y volver a mi adulta”.
También entra en juego la dimensión sistémica, cuando el origen está en su linaje familiar: “Entender qué parte me toca ocuparme dentro de mi sistema”, explica. Finalmente, la transformación no se queda en ella, sino que se proyecta al colectivo. “Esa nueva mirada no solo me ayuda a mí, sino que ayuda a todo el mundo que haya vivido algo parecido. Aporto un poquito de luz a mí y al inconsciente colectivo”.
Poemas desde 2014 y hasta la actualidad
El trabajo emocional y psicológico que hay detrás de este libro no es nuevo. Los poemas, cuenta, datan de 2014. “Tengo anteriores, pero recopilar los más antiguos me ha sido difícil y tampoco lo he visto importante. Al final, como somos monotemas, lo que nos ocupa, nos ocupa todo el rato”. Así, seleccionó textos escritos a lo largo de los últimos once años, hasta 2025.
El arte ha sido siempre parte de su forma de procesar y de sanar. Por eso, su propuesta no se limita a la palabra escrita. “Mi propuesta, siendo bailarina, es que toda esta gestión emocional tenga parte de arte y de cuerpo. Porque el lenguaje inconsciente que nos brinda el arte o los sueños va muy profundo dentro de nuestro ser y ahí es donde podemos sanar desde la raíz”.
Ese lenguaje, que no siempre es verbal, le resulta esencial. “Podemos expresarlo con toda la dimensión del ser humano, no solo con la palabra. También con el cuerpo y con ese lenguaje abstracto del arte, que me parece sublime para el crecimiento, la gestión emocional, para liberar, expresar y sanar”. Por eso asegura con rotundidad: “Este libro lo hago bailando”.
Sin embargo, es consciente de que el lenguaje corporal aún no es entendido con profundidad. “No tenemos ese código. Todavía somos muy neófitos en interpretar realmente qué nos está diciendo el cuerpo”. Por eso, la palabra escrita cobra un papel importante en su obra, como medio más directo para compartir su propuesta.
«Este libro me ha traído muchas bendiciones»
La decisión de publicar el libro no fue premeditada. “No sabía que estaba escribiendo un libro”, confiesa. Fue un impulso sincero, nacido del deseo de compartir su experiencia con quien pudiera necesitarla. “Si a alguien le sirve en su gestión emocional, yo quedo a gusto”. Pero esa publicación le ha devuelto mucho más de lo que esperaba: “Me ha traído muchas bendiciones, de sentirme mucho más sincera con el mundo sobre cómo soy”.
Y en esa coherencia, también encontró un acto de generosidad. “Yo a mis alumnas siempre les digo: chicas, mostraros como sois, que eso es un acto de generosidad”. Así que, aunque la obra sea profundamente íntima, decidió compartirla con el mundo, con esa mezcla de vulnerabilidad y valentía que sólo poseen quienes han transitado con honestidad su propio camino interior.

Virginia García se enfrenta al desafío de mostrarse tal como es, algo que considera profundamente complejo. «El problema no es externo, es interno. No nos atrevemos a decir sí a lo que sentimos, pensamos, deseamos o necesitamos», reflexiona, como quien desvela las claves de un enigma. Para ella, estos cuatro aspectos —sentir, pensar, desear y necesitar— son la esencia misma de nuestra existencia, pero son, a menudo, los que más tememos abrazar. La sociedad, con sus juicios y exigencias, se convierte en una cárcel invisible que nos impide ser auténticos. No obstante, es en ese rechazo hacia uno mismo donde reside el verdadero conflicto, como una sombra que oscurece la relación con el mundo exterior. «Aunque me mostré con mi libro, no he sentido rechazo, sino sorpresa y un movimiento de emociones en las personas», asegura. Y es que, a través de sus palabras, Virginia se ha liberado, un acto que ha sido para ella tan vital como doloroso, ya que siempre le ha resultado arduo expresarse verbalmente. «Fue una gran liberación», dice.
Su obra, lejos de ser una confesión, se presenta como un canal de comunicación. «No siento la necesidad de confesar nada, simplemente comparto lo que he vivido», dice con una honestidad desnuda que invita al lector a recorrer su camino interior. A pesar de las inquietudes que le causó la posibilidad de que su poesía fuera malinterpretada, siempre estuvo guiada por un propósito claro: comunicar desde el amor. «He intentado ser sutil, no ser tan explícita, porque mi intención no es exponer de manera cruda mi intimidad, sino compartirla desde el respeto». Las personas que han formado parte de su vida, especialmente las que se reconocen en sus versos, han sido transformadas por esa suavidad con la que Virginia nos invita a adentrarnos en su mundo. Un mundo, no obstante, que no teme mostrar sus cicatrices.
«Lo que he aprendido del amor»
El proceso de escribir ha sido, para Virginia, una forma de explorar su propio ser. Aunque algunos de sus poemas le suscitaron dudas sobre su profundidad o su validez literaria, la necesidad de ser auténtica prevaleció. «Lo que más me mueve es la necesidad de comunicarme de manera honesta y sincera», explica, como quien sigue una llamada interna que la impulsa a exponer su alma ante el papel. Las relaciones, especialmente aquellas de pareja, han sido lecciones de vida que, como un río que se abre paso entre las rocas, la han llevado a comprender el amor como un proceso de aprendizaje continuo. «Lo que he aprendido del amor es algo que se va descubriendo con las personas que te acompañan en el camino», afirma, con la serenidad de quien ha recorrido un largo trayecto.
Virginia García comparte con claridad que, para ella, uno de los aspectos más significativos en su vida ha sido la experiencia de la maternidad, aunque aún no haya sido madre. «El tema de la maternidad ha sido lo que más, más, más me ha hecho crecer», comenta, con una reflexión profunda sobre cómo la idea de ser madre, aunque no haya podido vivirla hasta ahora, le ha permitido crecer desde lugares muy profundos. A pesar de las dificultades que la vida presenta, Virginia reconoce con gratitud el impacto de esta experiencia en su vida. «Por muy doloroso que sea, tengo que reconocer que le estoy tremendamente agradecida», afirma con convicción.
Continuando con sus pensamientos, Virginia hace una reflexión sobre el dar y recibir, algo que ella percibe como una parte fundamental de su experiencia humana. «Recibo, dar y recibir, todo ese desencadenamiento que ocurre, que lo vemos tan obvio y no es tan obvio», expresa, señalando que hay cosas que a menudo se dan por sentadas, pero que en realidad son profundamente significativas. «Poder reproducirse o no, es tan obvio, poder comer, dormir, caminar… cuando no es tan obvio, ahí pienso que se dispara algo muy profundo».
Virginia cree que, al final, todo lo que vivimos nos lleva a un lugar primordial: la necesidad de sanar los vínculos con nuestros padres. «Toda la relación, todo lo que nos pasa, al final nos hace ir a nuestro origen, que es nuestro padre y nuestra madre», señala. Habla de la importancia de integrar y aceptar tanto lo masculino como lo femenino en su interior, lo que considera una parte clave para la sanación. «Como yo sano en mi corazón a mi padre, lo masculino, como integro lo masculino, lo acepto entero; como integro a mi madre y acepto lo femenino entero», añade, refiriéndose a la conexión profunda con los padres como algo esencial para su proceso de autocomprensión y sanación.
«Cuando toreas, sientes que estás completamente presente»
Virginia también se detiene a reflexionar sobre la tauromaquia, una metáfora que le ha marcado profundamente. La familia de la entrevistada tiene raíces ganaderas, lo que ha establecido un vínculo especial con el toro. Para ella, el toro es más que un animal; es una representación de la vida misma: fuerte, imparable, pero a la vez vulnerable. «El toro es una metáfora de la vida misma, con su fuerza y su vulnerabilidad. Esa conexión con la vida es lo que me mueve», dice, como quien habla de una verdad que lleva años cultivando en su corazón. La relación que ha tenido con este mundo es profunda, y la oportunidad de torear la ha acercado aún más a la esencia misma del ser humano: «Cuando toreas, sientes que estás completamente presente, conectado con el momento».
Las artes como herramienta de transformación
La danza, como arte y como vehículo de autoconocimiento, es el corazón de la vida de Virginia. Ella ve el arte como una herramienta para desvelar la verdad que se oculta en nuestro interior y como un medio para conectar con los demás en un nivel profundo. «Las artes son una herramienta de transformación. A través de la danza, el arte se convierte en una vía de autoconocimiento y sanación», afirma, con la certeza de quien ha dedicado su vida a esta búsqueda. A lo largo de su carrera, ha ofrecido a otros la posibilidad de encontrar su propia voz artística, sin temor a mostrarse tal como son. «Lo que quiero transmitir es la generosidad de mostrarse tal como se es, sin máscaras. Ese es el mensaje central de mi obra», asegura con una sonrisa en la voz.
Finalmente, Virginia se proyecta hacia el futuro, donde la escritura continúa siendo un proceso en evolución. Aunque aún no está lista para compartir más poemas, sigue escribiendo, sumida en un proceso de maduración que dará lugar a nuevas obras. «Estoy en un proceso de comprensión más profunda del amor colectivo y otros aspectos de la vida, y necesito tiempo para madurar esos escritos». En su interior, la artista sigue explorando, buscando nuevas formas de expresarse, de compartir la verdad que lleva dentro.