Un Corpus estival que convirtió las calles de Cuenca en capilla eucarística y museo sacro

La procesión del Santísimo, más ágil que en otras ocasiones, llenó de belleza y exaltación eucarística la ciudad

Ha caído el Corpus este año en verano de hecho y de derecho. Verano en lo astronómico, lo meteorológico y lo no lectivo. Y esa condición estival no le ha mermado ni público ni solemnidad en Cuenca, más bien lo contrario aunque algún vestuario quizá no fuese excesivamente pertinente. Le ha dotado de una atmósfera festiva en el sentido más elevado del término – ya decían las Tablas de la Ley que las fiestas había que santificarlas- y de una nitidez con vocación de reventar los luxómetros. Algunas nubes amagaron con tormenta e incluso de escaparon algunas gotas antes del inicio, pero la amenaza solo sirvió para suavizar levemente las temperaturas y no pasaron de pie de página.

Tras la celebración de la Eucaristía en el interior de la Catedral, la procesión salió puntualísima a las siete de la tarde. Abrió el cortejo la banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías de Cuenca, que esta vez llevaba un uniforme de verano menos marcial que el habitual, pero igualmente digno y desde luego que mucho más cómodo para las exigencias de la estación. 

A su música le siguió un amplio muestrario de estandartes, guiones y cetros. Mucho niño, joven y adolescente: tiraron de cantera las hermandades. Hubo no obstante también veteranía, como la de la mayoría de las Damas de la Congregación ataviadas de mantilla. 

Dominaron las corporaciones pasionistas (la Junta de Cofradías de la Semana Santa de Cuenca es la encargada de organizar el desfile) pero no fueron las únicas organizaciones católicas que pudieron verse. Cofradías de gloria y otros tiempos litúrgicos como la la Virgen de la Luz, San Fernando, la Archicofradía de San Julián, la Virgen del Carmen y San Isidro de arriba, entre otras. También movimientos como el Apostolado de Fátima o la Adoración Eucarística de Cuenca. Por primera vez participó una bandera de Cáritas Diocesana de Cuenca, signo de que esta jornada es también uno de los grandes días dedicados a la caridad.

Niños y niñas que esta primavera han recibido la Primera Comunión, uniformados con los trajes y vestidos con los que se estrenaron en el sacramento, alfombraron con pétalos el paso de la Custodia en varios puntos del recorrido. Porcentualmente pocos, pero muy metidos en el papel. 

En la liturgia interna de la procesión ejercieron también su función los Seminaristas, portando báculo y mitra del obispo, y el Coro de la Capilla de Música de la Catedral, que ofreció polifonía y corcheas repletas de sacralidad. 

El Cuerpo de Cristo resguardado en la Custodia procesionó, como ya es habitual hace unas décadas, a hombros de banceros de las cofradías de la Semana Santa. Dirigidos por el capataz Jesús Ruiz Abarca otorgaron al caminar el tono justo que el misterio y la jornada requerían. Aunque siempre, y más en este trance, es más importante el contenido que el continente, era inevitable ponerse nostálgico por lo que nunca se ha vivido, como cantaba Serrat, por aquella Custodia de Becerril que destrozó y dispersó la furia napoleónica.

El paso fue escoltado por miembros tanto de la Guardia Civil como de la Policía Nacional, cuerpos que también estuvieron representados en el capítulo de autoridades. En las eclesiásticas destacó el obispo, José María Yanguas, junto a otros miembros del Cabildo y de la Curia. También estuvo la Comisión Ejecutiva y la Junta de Diputación de la Junta de Cofradías, con Jorge Sánchez Albendea al frente, mientras que civilmente representó al alcalde el concejal Adrián Martínez Vicente. Hubo ediles de PSOE, PP y VOX. 

El apartado musical lo completó la Banda de Música de Cuenca, dirigida por Miriam Castellanos. Más miembros que en las últimas citas gracias a las nuevas incorporaciones y ese mayor volumen se dejó notar. Sonaron muy bien y muy apropiados. Desde Cordero de Dios en la Anteplaza a Pescador de Hombres y el himno de España en San Esteban.

El cortejo discurrió de manera más fluida que en otras ocasiones (tardó dos horas y diez en completar el trayecto) sin que esa agilidad robase intensidad al gran acto de exaltación eucarística que supone.

Altares

Especialmente intenso fue el paso por los diferentes altares que varias hermandades armaron para la ocasión y que se convirtieron en efímeras capillas y efímeros museos de arte sacro: gusto, liturgia y generosidad para mostrar piezas únicas de su patrimonio artístico. 

El del Bautismo, emplazado en uno de los Arcos del Ayuntamiento, contó con una pintura alusiva a Pentecostés y la figura de un pequeño ‘San Juanito’. 

Tras recorrer el cortejo Alfonso VIII y Andrés de Cabrera, con mucha gente aguardando en San Felipe Neri, llegó a la calle de El Peso. En la fachada trasera del a punto de reinaugurarse Museo de la Semana Santa, la hermandad de Jesús Resucitado y la Virgen del Amparo apostó por un altar con una pequeña imagen de la Virgen de la Luz como protagonista.

La figura de Jesucristo de su voluminoso paso fue el eje central del altar de la hermandad de la Santa Cena, situado en el 2 de la calle Solera, en la puerta de la antigua sede de la Junta de Cofradías. 

Ya en El Salvador, la hermandad de San Juan Evangelista recibió a a la Hostia Consagrada con su titular, vestido de blanca túnica. Metros abajo, por las calle San Vicente y ante su sede, la hermandad del Cristo de la Luz exhibió un Niño Jesús académico obra de Luis Marco Pérez, como los angelitos que le acompañaban, cedido por la familia Mateo Cano. 

El Santísimo siguió bajando hacia la zona llana de la ciudad. En las Concepcionistas de la Puerta de Valencia le esperaba el altar erigido por Santa María de la Esperanza. Presidido por una pintura flanqueada por dos ángeles representando la Custodia del Señor elevada al cielo. Acompañaron un Niño Jesús propiedad de la cofradía y el Libro de Reglas realizado por el Taller de Bordado Esperanza junto con los atributos eucarísticos. Se encontraba rematado en lo alto por el Espíritu Santo en forma de paloma. 

En la calle Las Torres, la procesión se detuvo ante el altar de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias, ubicado en las inmediaciones de su sede. Fue una de las grandes novedades de la jornada ya que contó con la imagen de la Virgen del Pilar de la Comandancia de la Guardia Civil, una manera, otra manera más, de conmemorar el 75 aniversario del nombramiento de la Benemérita como cofrade honorífico de esta ya centenaria hermandad del Viernes Santo. 

Otra ‘Pilarica’ y otras referencias al Instituto Armado, como los tricornios, fueron también el argumento principal de la hermandad del Cristo de la Vera Cruz, situado ya en los metros finales, en Aguirre. La imagen vestía un trabajado manto bordado del siglo XVIII.

Tras sumar marchas, motetes, rezos y oraciones. Tras buscar y exaltar la belleza divina de muy diversas formas, de manera íntima y doméstica, pero tremendamente atractiva, el cortejo dijo adiós en San Esteban, aunque el Santísimo quedó expuesto en el templo para su adoración. Y es que antes, este Corpus lleno de luz, convirtió las calles en capilla eucarística y museo sacro.

GALERÍA FOTOGRÁFICA