«Me gustaría que se me recordara como alguien que ha cumplido con su deber»

Entrevista a José María Yanguas, obispo de Cuenca

El pasado 26 de octubre D. José María Yanguas Sanz, obispo de Cuenca, cumplió 75 años. Al alcanzar esa edad el derecho canónico prescribe que los obispos presenten su renuncia al Papa, que en un periodo de tiempo no determinado la aceptará y nombrará un nuevo ordinario de la diócesis. Finalizará así un episcopado de más de 16 años de duración al que Yanguas accedió tras una larga estancia en Roma, donde llegó a ocupar el cargo de Jefe de Oficina de la Congregación para los Obispos. Hombre de profundos conocimientos teológicos, no en vano ha sido docente en diversas universidades, Yanguas ha ofrecido una pastoral de gran carga doctrinal y ha tenido que hacer frente a la problemática de una diócesis poco poblada pero muy extensa. Se abre ahora un proceso que culminará con el nombramiento, aún sin fecha concreta, del nuevo pastor de la Iglesia diocesana conquense.

Acaba de cumplir los 75 años y como es preceptivo ha presentado su renuncia al Papa como obispo de Cuenca. ¿Sabe ya cuándo se la aceptarán y abandonará nuestra diócesis?

El Derecho Canónico ruega, en efecto, a los Obispos diocesanos que hayan cumplido los setenta y cinco años de edad que presenten al Sumo Pontífice la renuncia a su oficio. En cambio, nada se dice concretamente sobre los tiempos para la aceptación de la misma. Ignoro, pues, por completo cuándo aceptará el Santo Padre la renuncia que acabo de presentar.

¿Qué recuerdos se va a llevar de estos casi 17 años como ordinario de la diócesis de Cuenca?

Muchos, sin duda. Entre los más gratos se cuentan, sin duda, los encuentros con los fieles en las visitas pastorales a las parroquias y, en general, todos los que han supuesto una relación directa con ellos.

¿Qué ha cambiado en la diócesis y en la propia estructura del obispado desde que usted llegó hasta ahora?

La estructura fundamental de los Obispados, con sus diversas oficinas y oficios están fijados en la ley de la Iglesia. Ahí no caben cambios relevantes. En nuestra diócesis, entre otras cosas, se han regularizado en estos años las reuniones de los Consejos, de manera particular las del Consejo de Gobierno que reúne al Obispo con los distintos Vicarios, de Curia y de Zona. También se ha dado lugar a una mayor presencia de los laicos en las estructuras de la Curia diocesana: dos de las delegaciones diocesanas, Familia y Laicos, tienen al frente sendos matrimonios; una periodista dirige la delegación de medios de comunicación y una profesional tiene parte en las tareas de la administración diocesana y de la Vicaría Judicial.

En cuanto a los cambios en la diócesis, algunos han estado condicionados por la progresiva despoblación y redistribución de la misma. Quizás los cambios mayores tienen que ver con el papel que los laicos asumen en la vida y la misión de la Iglesia. Hoy existe una mayor convicción de la necesidad de un trabajo en equipo; crece la conciencia de que la Iglesia diocesana no la constituyen solamente los sacerdotes y los religiosos; se es más consciente de que todos somos corresponsables en llevar adelante la misión de la Iglesia. De ahí que se vea cada vez con mayor naturalidad el hecho de la participación de los laicos, hombres y mujeres, en el estudio y solución de los problemas pastorales, así como la actividad de los consejos de Pastoral y de Asuntos Económicos en las parroquias.

El obispo celebra su 75 cumpleaños

La nuestra es una provincia complicada, extensa y con muchos municipios muy poco poblados a los que atender espiritualmente. ¿Teniendo en cuenta que el número de sacerdotes ha bajado con respecto a los que había hace 30 ó 40 años, cómo se organiza una diócesis con estas características?

La historia tiene un gran peso a la hora de afrontar algunas situaciones y problemas, y explica que, a veces, se den resistencias y oposición a cambios que se van haciendo necesarios. Pero las circunstancias hacen ineludible tomar decisiones pastorales de cierto calado: desde la atención de algunos núcleos pequeños de población pastoral por seglares debidamente preparados, hasta la programación de actividades que afectan a varias parroquias, a un entero arciprestazgo o incluso a la entera Vicaría de Zona, o la creación de las así llamadas Unidades Pastorales, que, con base en una parroquia principal se ocupan de la atención a toda una zona, y son atendidas por equipos integrados por sacerdotes, religiosos y laicos

“De ahí que se vea cada vez con mayor naturalidad el hecho de la participación de los laicos, hombres y mujeres, en el estudio y solución de los problemas pastorales, así como la actividad de los consejos de Pastoral y de Asuntos Económicos en las parroquias”

¿Con las perspectivas que hay de ordenaciones y clero disponible habrá que fusionar parroquias en la capital o en los pueblos? ¿Y en caso contrario habrá que reducir los cultos para que un mismo sacerdote pueda atender a más parroquias o localidades?

El deber del Obispo es procurar los medios para que las parroquias, comunidades y movimientos sean debidamente atendidas pastoralmente. Gracias a Dios mantenemos una cierta regularidad en el número de sacerdotes que se ordenan cada año. Todos hemos de colaborar para que se mantenga. Pero sabemos, de una parte, que muchos pueblos cuentan con un muy escaso número de fieles que no permite que dispongan de sacerdote. Por otra, si disminuye el número de sacerdotes en activo y aumenta la edad media de los mismos, es evidente que ello no puede menos que repercutir en la atención a los fieles. Desde hace años, es un hecho habitual, tanto en la Alcarria como en la Sierra, que un sacerdote tenga que atender cuatro parroquias o más.

¿Cómo se pueden aumentar las vocaciones? ¿De qué manera la Iglesia puede resultar atractiva para que más jóvenes dediquen su vida al sacerdocio?

No existen recetas mágicas para resolver el problema. Las vocaciones surgen, por lo general, en el seno de familias cristianas, abiertas con gozo a la posibilidad de que Dios llame a uno de sus hijos al sacerdocio; se dan en los grupos de jóvenes que llevan una vida cristiana exigente, reciben regularmente formación cristiana y cultivan la vida sacramental; son fruto del trabajo serio y continuado con adolescentes y jóvenes y, a menudo, son el resultado del ejemplo de un párroco celoso y trabajador cuyo género de vida, generosa, entregada y alegre, atrae a los jóvenes y los mueve a seguir su mismo camino. Y como cada vocación es un don de Dios, las vocaciones surgen cuando la comunidad cristiana las pide al Señor con una oración insistente y confiada.

Vivimos momentos de creciente secularización. ¿En qué estado se encuentra la evangelización en nuestra provincia? ¿Somos los conquenses más o menos practicantes del catolicismo que en otras diócesis?

No se puede negar que se da una creciente secularización en nuestra sociedad, pero también es verdad que se mantienen sólidamente costumbres y tradiciones cristianas, a la vez que van arraigando nuevas realidades eclesiales dotadas de mucha vitalidad, especialmente en los campos de la pastoral juvenil y matrimonial.

La práctica religiosa en la diócesis de Cuenca está por encima de la media nacional, si bien no se puede olvidar que, a pesar de su estrecha relación, no sería acertado identificar, sin más, práctica religiosa y vida cristiana. La evangelización es una tarea siempre inacabada, ya que se ha que predicar el Evangelio a las nuevas generaciones y tratar de que penetre más hondamente en el corazón de los fieles e ilumine todas las situaciones y circunstancias de sus vidas.

“No se puede negar que se da una creciente secularización en nuestra sociedad, pero también es verdad que se mantienen sólidamente costumbres y tradiciones cristianas”

Esta, como otras tantas de España, es una provincia en la que la religiosidad popular organizada a través de hermandades y cofradías está muy extendida. ¿Cómo ha convivido usted durante su tiempo como obispo con estas asociaciones de fieles?

He tratado de entender cada vez mejor y de valorar en su exacto alcance el fenómeno de la religiosidad popular en la diócesis, del que sin duda forman parte importante las Hermandades y Cofradías. No me cabe duda de que constituyen una rica base sobre la que construir. Su importancia se pone quizás mayormente de manifiesto cuando se fija la atención en las diócesis en las que la presencia de hermandades y cofradías no es tan relevante. Como en todo fenómeno religioso popular o de masas hay que discernir cuidadosamente para impulsar los elementos más positivos y corregir las posibles desviaciones. Siempre habrá que insistir en la formación cristiana de hermanos y cofrades y reiterar la necesaria coherencia entre religiosidad y vida de fe, que nace de una auténtica conversión del corazón.

Especialmente significativa por su arraigo popular es la Semana Santa de Cuenca. ¿Qué opinión le merece esta celebración y cómo ha sido la relación con las hermandades de la capital de la provincia durante su episcopado?

Creo haber respondido ya a su pregunta. Por lo que se refiere a mi relación con las Hermandades de la capital ha sido de cercanía y apoyo. Siempre que han solicitado mi presencia para distintas celebraciones he procurado responder positivamente; he asistido a las reuniones anuales de la Junta General de la Junta de Cofradías previa a la Semana Santa; he intentado ayudar a buscar soluciones a las dificultades surgidas en algunos momentos; me he reunido con todas y cada una de las juntas de diputación de las varias hermandades surgidas en la diócesis en estos años y dialogar con ellas sobre los estatutos aprobados. Todo ello es expresión de la fluida y amistosa relación que he mantenido con ellas y con la Junta de Cofradías de Cuenca a lo largo de estos años.

En un mundo globalizado como en el que vivimos la convivencia entre confesiones, tanto cristianas como de otros credos, cada vez es mayor. ¿En el caso de Cuenca qué nos puede decir sobre esta convivencia? ¿Tiene usted relación con personas o clérigos de otras confesiones?

La relación es muy distinta según de qué confesiones o credos se trate. Destacaría muy especialmente la cordial relación mantenida en estos años con los ortodoxos rumanos y con su jerarquía: son habituales las mutuas felicitaciones con motivo de la Pascua y de la Navidad; la diócesis accedió en su momento al uso de la ermita de San Antonio el Largo por parte de los ortodoxos rumanos para que puedan celebrar en ella la Divina Liturgia; en los últimos años y hasta la llegada del “covid”, se había convertido en una amable tradición la visita de una representación de la comunidad ortodoxa rumana al Obispo diocesano, en la que se intercambiaban dulces y se cantaban “villancicos” de Rumanía.

¿Cuándo abandone la sede conquense qué va a hacer? ¿De alguna manera va a mantener cierta vinculación con Cuenca?

Si Dios quiere volveré a mi diócesis de origen, donde seguiré desempeñando el ministerio sacerdotal de acuerdo con el Obispo del lugar. Me cuesta, y de muy buena gana me quedaría en Cuenca, pero juzgo que es mejor dejar vía libre a mi sucesor en la diócesis, para facilitar así que pueda desarrollar su ministerio lo más libremente posible. Mientras el Señor me dé fuerzas me dedicaré a algunas de las actividades pastorales que venía desarrollando antes de mi venida a Cuenca, sobre todo el ministerio de la Confesión y el acompañamiento espiritual que tanto bien hace a las almas.

Monseñor, ¿cómo le gustaría ser recordado en nuestra diócesis?

Como alguien que, sencillamente ha procurado cumplir con su deber, sirviendo como mejor ha sabido a los fieles que en su día se le encomendaron.