Fran Martínez es el cuarto clasificado de la novena edición de MasterChef. Un título que, según ha confesado, pondrá en su currículum vitae «con letra bien grande y en negrita». Fue uno de los 16 elegidos entre los 70.000 candidatos que se presentaron al casting del talent show de Televisión Española y, a base de tesón y bonhomía, consiguió ir superando las cribas semanales y pasar el último programa, el emitido este lunes, en el que los nervios y la precipitación lastraron sus opciones. El concursante conquense se quedó a las puertas de uno de los grandes premios (el curso de especialización del Basque Culinary Center reservado al tercer clasificado) y fuera del duelo final en el que se dirimía al ganador.
Como premio de consolación un juego de cuchillos que, tal como celebró con su proverbial austeridad castellana, «valen una pasta, no son unos cuchillos de los que yo compro, de filo bueno y mango de plástico». Un detalle material que palidece al lado de los valiosos galardones intangibles logrados en el programa televisivo: la proyección, el aprendizaje y la sobredosis de autoestima. «14 años padeciendo para disfrutar lo que se disfruta aquí», resumió el camarero visiblemente emocionado. También sollozando mostró su agradecimiento a jueces y organización: «Vamos a ver, que vengo de la Sierra de Cuenca, de eslomarme todos los días y esto que me hacéis a mí no tengo palabras de lo bueno que es, joder, de lo bien que lo habéis hecho conmigo».
«Es que son buenos, es que valen una pasta» JAJAJAJAJA @FranMChef9 https://t.co/5KB3O2GWnE #MasterChef pic.twitter.com/paFEabMdUi
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En su balance de despedida emergió el Martínez padre y marido, el cabal treintañero preocupado por el porvenir. «Hay muchos momentos que no le puedo dar a mi familia un presente y futuro mejor y gracias a MasterChef lo puedo hacer».
Postre
La noche comenzó con una explícita declaración de intenciones del serrano, que llegaba dispuesto a reconciliarse con los jueces tras los encontronazos del último programa y a demostrar que era «un tío de Cuenca, un tío trabajador». Tuvo ocasión de hacerlo en la elaboración de un postre con técnicas de vanguardias siguiendo las instrucciones y la propuesta de Ricard Martínez, jefe de creatividad de EsapiSucre de Barcelona.
La prueba dejó momentos hilarantes, como cuando Fran advirtió al chef profesional de que «se le había quedado atascada la muestra» y, ante la poco amigable respuesta negativa, se disculpaba con un «yo es que me expreso así». Hubo asimismo admonición de los jueces por, al igual que su contrincante María, por recibir prestada de Arnau una de las elaboraciones. Ritmo frenético y algunos pasos en falso que el de Cuenca, entusiasta hincha del Atlético de Madrid, equiparó «a un partido de Champions con dos prórrogas»
Cuando llegó el turno de la valoración del postre, que bautizó con ánimo penitencial con un «Te pido perdón», hubo un poco de cal y otro tanto de arena. Samantha elogió su estética a pesar de las diferencias respecto al modelo original. Pepe, Jordi y Ricard le afearon el excesivo sabor a vinagre y la falta de picante. «Has estado perdido y asustado y eso se ha reflejado en el plato», concluyeron cuando le revelaron que era el tercer clasificado de la prueba. María quedó cuarta, Meri segunda y Arnau, que lo bordó, en primera posición consiguiendo la chaquetilla que daba pase al duelo final.
A pesar de perder la primera oportunidad de la velada, Fran recibió el juicio con asentimiento y se mostró contento por el resultado. «Cómo no voy a estarlo si he hecho un platazo en la final».
Menú en el Chillida Leku
El plan B para lograr la ansiada prenda («que vale más dinero que el delantal porque tiene mangas, esto ya es otra cosa», Martínez, dixit) pasaba por el Chillida Leku, un museo al aire libre ubicado en Guipúzcoa. Allí los tres finalistas restantes debían ejecutar un menú propuesto por Eneko Atxa. Al conquense le correspondían ostras y olivas, por un lado, y cocochas, por el otro.
Con un cántico de la afición atlética comenzaba su cocinado, en el que otra vez le sobró entrega y entusiasmo pero, como él mismo reconocería después, le falto templanza y organización. «Tenía que haber tenido la cabeza una miaja más serena», admitió recurriendo al habla de su tierra.
También usó esa unidad conquense alternativa al Sistema Métrico Internacional para plantear arreglar un engrudo «con una miaja de agua y prau». Tuvo problemas limpiando bien las ostras -«con más mierda que el palo de un gallinero». Y, ante los consejos y correcciones de Atxa, le espetó un «háblame en castellano», exigiendo claridad para tratar de remediar los problemas.
«Esto tiene más mierda que el palo de un gallinero» @FranMChef9 https://t.co/5KB3O2GWnE #MasterChef pic.twitter.com/o6gRZA14WK
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No fue tampoco un paseo el trabajo con las cocochas. Una tremenda responsabilidad en latitudes norteñas tal como le advirtió Pepe, quien señaló que ese plato es, para la gastronomía del País Vasco, lo que los zarajos a los conquenses.
Tras recibir una valoración misericordiosa -no entusiasta pero tampoco destructiva- de los cocineros con Soles Repsol que hicieron las veces de comensales, llegó el momento de la verdad. La última valoración de los jueces. En un tono casi paternal señalaron la sucesión de fallos, que atribuyeron a la falta de concentración, y comunicaron lo que Fran ya temía. Que ahí acababa su trayectoria en el programa, en una nada desdeñable cuarta posición, pero sin opciones a luchar por el título.
¡El cuarto puesto es para @FranMChef9! Felicidades por llegar hasta aquí aspirante, has estado impecable. Te mereces todo lo mejor Fran https://t.co/5KB3O2GWnE #MasterChef pic.twitter.com/neemrH5KJT
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Hubo, como durante los episodios anteriores, mucha humildad del de Cuenca. También humor y una emoción desbordada y desbordante que exorcizó los nervios acumulados. María quedó también fuera -tercera clasificada de la edición- y Meri recibió el salvoconducto al duelo final. Los catalanes se habían impuesto a los castellano-manchegos, como resignado destacó Pepe ante Jordi.
Arnau, ganador
Cuando Fran volvió al plató para contemplar el último enfrentamiento, los traicioneros nervios se habían disipado. Ya empezaba a rumiar, a degustar con perspectiva todo lo logrado. Con calma contaba que todavía no había analizado con su mujer las diferentes ofertas. Desde la balconada vio la victoria de Arnau. Para él los 100.000 euros, la publicación de un libro de recetas y un máster de Cocina, Técnico y Producto.
Su nombre irá ligado ya a una edición que convocó como nunca a los conquenses delante de los televisores para seguir la evolución de su paisano.