«Lo sublime en el teclado es un viaje a la belleza eterna y un encuentro con nosotros mismos»

Entrevista con Judith Jáuregui, pianista que ofrecerá el recital 'Lo sublime en el teclado' el próximo 5 de diciembre en la iglesia de San Andrés dentro del Ciclo de Adviento de la SMR

Judith Jáuregui ofrecerá el próximo 5 de diciembre a las 18:00 horas el recital ‘Lo sublime en el teclado’ en la iglesia de San Andrés, dentro del nuevo Ciclo de Adviento que propone la Semana de Música Religiosa de Cuenca en su regreso a los escenarios. En esta entrevista, Jáuregui explica la elaboración del programa que ofrecerá en la capital conquense, entre otros asuntos.

En el programa de su concierto ha incluido obras de Brahms, Chopin, Mompou y Grieg. ¿Por qué las ha elegido para este recital de ‘Lo sublime en el teclado’ y cuál es la relación con el periodo de Adviento en el que se enmarca este nuevo ciclo de la Semana de Música Religiosa?

Cuando Daniel Broncano me llamó contándome la idea de participar en el Ciclo de Adviento él me hablaba de llegar a la espiritualidad a través de lo sublime. Si definimos sublime es esa belleza que emociona por su pureza, para mi esa es la definición de sublime, lo que no tiene artificio y capta la esencia y la traslada y es eterno. 

Había muchísima música posible, y entre las obras que estoy tocando confeccioné este programa empezando por Brahms, cuyo ‘6 Klavierstücke op. 118’ tiene una belleza sobrecogedora porque es una de las últimas que compuso, de madurez, y tiene poco material, una intimidad musical con la que llega muy profundo en el alma. De hecho además es la última del Klavierstücke y está inspirada en el Dies Irae, que es el tema del fin de la vida, y nos llevaba directos a la espiritualidad y a lo sublime. 

De ahí vamos a un Chopin muy explosivo, que es la primera balada, su obra más temperamental, pero que como todo Chopin tiene una poesía muy concreta y muy especial. 

Este es uno de los compositores que parecen imprescindibles en un recital de piano. 

No sé si es mi favorito pero sí uno de los que más me gustan. Chopin consagró su vida al piano, compuso también para otros instrumentos pero prácticamente solo compuso para piano. No siempre se toca Chopin pero sí es cierto que es una parte fundamental del instrumento. 

Mompou y Grieg completan el programa del concierto. 

Sí, de ahí nos vamos a Mompou. Es la pureza, la importancia del silencio igual que la música. Para mi tocar y escuchar Mompou es una especie de meditación. En este concepto de lo sublime y el encuentro con uno mismo, porque además el Adviento es un tiempo de reflexión, quería que estuviera presente Mompou. Y entre todos los autores hay una línea muy natural. Por ejemplo Chopin fue una gran referencia para Mompou. 

Terminamos con Grieg, con una sonata muy poco tocada y poco conocida. Es de un joven Grieg, tenía 22 años cuando la escribió, muy virtuoso, muy vigorosa, muy vital. Pero también tiene esa magia lírica, como es conocido en el mundo del piano. Dentro de esa sonata tenemos el mundo de la naturaleza que nos lleva al norte de Europa, a Noruega de donde era él, se inspiraba en su tierra para componer y esa naturaleza mágica que él sigue en su música tenía mucho de sublime, y además de tierra, que es lo que nos conecta al ser humano en este mundo. 

Creo que quedó un programa bellísimo pero además muy unido y natural entre todos los autores. Es un viaje a la belleza eterna, a lo sublime, y es un encuentro con nosotros mismos y celebrando el encuentro común en un momento de introspección. 

¿Qué pasajes del programa destaca o cree que pueden conectar más con el público?

Hay muchos momentos. Por supuesto la primera balada de Chopin es una obra muy reconocida que la gente disfruta. De Brahms por ejemplo no puedo destacar ningún Intermezzo, porque es muy variado y si destaco el primero dejaría de nombrar el segundo, que para mi son cinco de los minutos que hay más bellos de la música escrita, porque condensa la alegría, el sufrimiento, la tristeza, la esperanza, la esencia humana. El número tres es la balada que le sigue con el temperamento, la fuerza, la frustración que existe a veces. Cada momento tiene su inspiración y nos lleva a algo diferente, es muy variado en colores, en tipos de expresión y por tanto muy variado en emociones. 

La sonata de Grieg o de Mompou no puedo decidir cuáles son mis partes favoritas. Por ejemplo la última de las Escenas de Niños de Mompou es una obra que llevo tocando desde los doce años. Cuando la toco me siento en casa, me ha acompañado siempre, en todos los momentos malos de mi vida he vuelto a esa música porque necesitaba sentir un hilo con lo que puede ser mi casa emocional, y es Mompou. 

Lo bonito del concierto es que la emoción es libre, que la gente cuando viene y dice que tiene que entender, o que no se atreven porque tienen miedo. Pero sí pueden sentirlo, no hay guion de esto.

Ese es un tema recurrente que tiende a alejar al público de los conciertos de música clásica. No hace falta ser un experto para poder ir a un concierto suyo y disfrutarlo. 

La música va de la humanidad y de la emoción. No va de entender o de ser erudito, va de experimentar, sentir, de atreverse. El concierto lo forma también el público, no lo doy sólo yo, el público es parte activa del concierto, porque ahí se crea una energía, y de hecho en la pandemia hemos podido vivirlo, porque no ha existido esa comunión. Por tanto no es que los auditorios no estuvieran abiertos, se podía tocar a través de plataformas, pero esa unión que existe en la sala donde se toque, esta vez va a ser en la iglesia de San Andrés, pero esa energía concentrada, eso es lo que es el concierto. Esa energía es la música, soy yo interpretándola y es el público sintiéndola. 

La iglesia de San Andrés es un espacio pequeño que si bien para mi gusto no tiene grandes cualidades acústicas, sí va a permitir un concierto muy cercano e íntimo, que también tienen mucho encanto. No sé si lo comparte. 

Lo comparto absolutamente. Normalmente, y quitando excepciones, la acústica perfecta se da en los auditorios. Pero después hay otros espacios, como puede ser la iglesia de San Andrés o como puede ser un concierto al aire libre, o en un patio de un edificio histórico, que se convierten en momentos únicos y que a veces la emoción del lugar, esa cercanía que se crea, esa energía que se crea en lugares mágicos traspasa la barrera acústica y se convierte a veces en conciertos más recordados que los de un auditorio. No siempre, porque generalizar sería muy superficial, pero cada espacio tiene lo suyo, una posibilidad de crear algo en el momento y además espontáneo. Porque la iglesia no sonará igual si se llena que si no se llena, porque el público absorbe sonido, es decir, cada concierto en cada lugar es único. 

¿Conocía la Semana de Música Religiosa? ¿Ha estado tocando en Cuenca con anterioridad?

No he estado nunca en la Semana pero claro que la conocía, es la 59ª edición y es de los festivales más reconocidos, importantes y con más historia de este país. Sí que toqué en Cuenca hace unos años, pero tengo muchísimas ganas de repetir. 

Además tocando en un ciclo que precisamente inicia su andadura este año. 

La idea del ciclo de Adviento es preciosa, es un momento de reflexión, donde tengas las creencias que tengas estamos llamados a pensar dónde vamos y qué queremos. Son unas semanas muy especiales y para muchos de nosotros que sí somos creyentes es un momento de espera muy bonito. Me parece precioso que exista este ciclo y creo que tiene toda la cabida dentro de la SMR y un momento de encuentro espiritual.

¿Qué pianistas son los que más le han influenciado o los que más le inspiran?

En mi formación han sido importantísimos mis profesores. Todos, porque he tenido la suerte de tener grandes profesores desde mi primer profesor de niña, que me enseñó a disfrutar del escenario, porque enseguida captó mis ganas de querer compartir la música con la gente y a los ocho años ya me animó a tocar para gente, pero siempre de una manera muy inocente, nada forzada. Muy adecuada para la edad, yo me acerqué siempre al piano como un juego y ha sido contar las historias que me creaba con la música cuando era niña, y así sigo de mayor. 

Laurentino Gómez; Cristina Navajas, con la que terminé el Superior, venía de la escuela francesa y me inculcó ese punto de sonido, de la exquisitez, la limpieza. Después Claudio Martínez Mehner, que fue muy importante, ya cuando era un poquito más mayor, aunque creo que es ahora cuando empiezo a entender lo que Claudio me quería decir. Los maestros con los que después de años sigues pensando lo que te querían decir son bastante excepcionales. Yo llegaba muy emocional, muy volcán, y me enseñó a pensar y a analizar la música. Y después Sujánov, con el que estuve tres años en Múnich teniendo tres horas de clase al día, eso es único, no existe. Lo más importante, me enseñó a estudiar, a hacer mi día a día. Porque al final el día a día de un músico es el estudio, luego el concierto se comparte. Pero donde existes, donde está tu trabajo y tu autocrecimiento, es en el estudio. Todos ellos fueron fundamentales para mi. 

Después tengo muchos pianistas que me sirven como referencia, puedo decir unos pocos pero siempre se me quedarán. Por ejemplo, me fascina María João Pires, Martha Argerich, Mitsuko Uchida, Radu Lupu, Grigory Sokolov, de los históricos Vladimir Horowitz, Arturo Benedetti Michelangeli, Claudio Arrau y su Liszt, que es impresionante… hay tantísimos. 

También depende de épocas y etapas, a veces te enamoras de uno, descubres otro y el anterior no te deja de gustar. Pienso que en la vida no hay que elegir cuando hay tanto, sino aprender de todos. 

¿Qué ha cambiado en sus conciertos desde que se ha convertido en una de las pianistas españolas de más proyección internacional? ¿Hay más responsabilidad?

Eso va intrínseco a crecer. Esa inocencia de una niña que a los ocho años se sube a un escenario, cuando eres más consciente sientes más responsabilidad, no sólo por el público sino por la música, por ser leal al autor. Los músicos somos intérpretes, la música la escribieron los autores y nosotros tenemos que ser honestos, haber podido traducir lo mejor que has podido o has sabido al autor que estás tocando y pasarlo por tu filtro y hacerlo tuyo. 

Esa es la responsabilidad, todo lo demás no depende de mi. Mi responsabilidad está en trabajar y ser honesta, tanto con el autor como conmigo misma. Y después lo que vaya surgiendo por el camino no depende de mi, va funcionando lo que va funcionando en la vida. Y además, soltar ese lastre, que por supuesto en algún momento he tenido cuando estás comenzando. Tuve que soltar el lastre y saber que esto es lo que soy. A veces me dicen: tocas mucho. Pues toco donde me dejan. 

Ahora muchos estudiantes de piano se fijan en usted. ¿Qué consejo les daría para que amaran el instrumento, con el que muchas veces los músicos sienten una relación de amor-odio?

Pues justo ese consejo. Además es algo que hemos hablado recientemente en el concurso en el que he sido jurado de 35 pianistas. Lo que llega al público es el amor. Por supuesto hay trabajo detrás, pero cuando hay un perfeccionismo extremo que coarta, que te violenta y que te hace cuestionarte, corta la música, la vida, el arte. Yo diría que hagan la música con amor, que se olviden de intentar impresionar. Que se traten de tocar con amor y tratarse a ellos mismos con amor y tratar a la música con amor. Y por supuesto, mucha paciencia, porque esto es un camino de la vida y aquí no llegas a nada. Yo tengo 36 años, y si dijera que he llegado a algo sería muy poco inteligente por mi parte, porque me queda toda la vida por desarrollarme y evolucionar, y eso es lo precioso de nuestra profesión, que no hay un fin, sino que es evolutivo y también cíclico. 

Porque la evolución conoce altos y bajos y forma parte de la vida. Que esa visión de que esto implica un crecimiento constante lo lleven consigo y que sean ellos mismos, porque estamos también en un mundo muy competitivo en general, y como muy de impactos, muy rápido. No me gusta desearles suerte, porque eso parece que tienen que encontrar el momento. Influye el trabajo, la constancia. Lo que les deseo en el camino es alegría y que se atrevan a ser ellos mismos. 

Judith Jáuregui. Foto: Michal Novak