Manuel Millán de las Heras
Franz Joseph Haydn (1732-1809) fue el compositor más influyente de la segunda mitad del siglo XVIII. Es conocido el hecho de que cuando Mozart le dedicó los seis cuartetos de cuerda, las partituras originales estaban inusualmente corregidas y tachadas para la forma de componer del salzburgués. Era uno de los pocos compositores contemporáneos a los que admiraba con sinceridad.
Franz Joseph Haydn fue un hombre que supo aprovechar su talento musical y humano para tener una vida acomodada, exitosa y con pleno reconocimiento en vida. Era una persona sumamente inteligente, administrador de bienes del Príncipe Esterhazy y con total control de los amplios recursos musicales que disponía. Eso sí, su orden, acierto y brillantez no dan para desviados biopic.
Sinfonía nº 49 “La Passione” y Stabat Mater
El periodo clásico tuvo un impresionante desarrollo de las estructuras de la música instrumental y una cierta incomodidad con la música religiosa. Me atrevería a decir que tanto Haydn como su hermano Michael o Mozart encontraron en esta última una forma de sumergirse en estructuras compositivas del pasado reciente. Ayer pudimos disfrutar de ambos campos, en dos partituras escritas en el periodo central de la vida del maestro. El talento de Haydn es desbordante y siempre consigue que sus obras posean un anhelo creciente, parte de lo sencillo a lo complicado en un camino elaborado y artesanal.
La Real Filharmonia de Galicia, dirigida por Marc Leroy-Calatayud, sonó compacta, con gran preponderancia de las cuerdas y el coro no profesional Easo estuvo a la altura de la obra. También cumplieron los cuatro solistas vocales en una partitura con momentos de una exigencia importante. El público respondió con prolongados aplausos.