Este viernes arrancó la segunda edición de las jornadas sobre la prevención del suicidio. Se prolongará hasta este sábado 6 de mayo y es en la sede su organizador, el Centro de Orientación San Julián de la Diócesis de Cuenca, donde se contará con la presencia de profesionales de diferentes ámbitos que divulgarán acerca de de esta realidad.
Uno de sus participantes es el escritor Javier Díaz Vega, autor de «Entre el puente y el río: una mirada de misericordia ante el suicidio», quien además de participar este sábado en un coloquio sobre este ámbito, realizará una firma de ejemplares. Díaz ha experimentado las consecuencias del suicidio en primera persona después de que su madre decidiera quitarse la vida a finales del año 2009. Desde entonces, asegura, es más consciente de la necesidad de hablar sobre este tema y de «no pasar por encima», en el objetivo de destruir el estigma que envuelve a esta conducta.
¿Qué le hace ser al suicidio un tema tabú y estigmatizado?
Yo creo que a nivel general, la sociedad revela que hay una tendencia a huir del sufrimiento y a no saber demasiado sobre algunos temas espinosos que no tienen una fácil explicación. Cada muerte por suicido es diferente, es una realidad multicausal y en ese sentido, también es muy fácil buscar culpables. Ante esto hay dos opciones o la gente se tira las culpas a la cabeza unos a otros, lo que dificulta mucho el duelo, o bien, se decide no hablar de ello. Lo que ha contribuido a que cuanto menos se hable del suicidio, mejor. Porque así no se induce al suicidio. Sin embargo, lo que se demuestra es que se silencia un problema que es muy grave y que, si no se habla del problema de forma adecuada y hacia la prevención, no se va a hacer nada para evitarlo. Cada año se suicidan unas 4.000 personas al año. Hay que cambiar esa tendencia y evitar que el silencio mate.
Mencionabas anteriormente que, en estos casos, el proceso del duelo se va dificultando porque, de algún modo, no se ha contado con la oportunidad de despedirte de esa persona. Usted lo vivió con su madre, ¿Cómo se sobrellevan estos casos, suelen alargarse mucho en el tiempo?
En mi caso fueron unos años, aunque no sabría definir en qué momento superé el suicidio de mi madre. Vives reconociendo las dificultades y las heridas, sanando e iluminando cualquier sospecha de culpa. Que es el sentimiento más recurrente en estos procesos. Hay gente que habla de entre cuatro a seis años. Aunque es preferible no hablar de plazos porque las circunstancias propias del suicidio, la relación que tenía cada persona con la que ha cometido el suicidio pueden hacerlos muy diferentes. Evidentemente, una de las cosas que me ayudó fue tener presente no estar viviéndolo solo. Tenía a mucha gente acompañándonos que nos permitían tener una vida más o menos normal de relaciones de amistado de pareja fuerte. Me ayudó estudiar Psicología y acercarme a la realidad del suicidio y me ayudó mi fe, que también es una herencia y un regalo que dejó mi madre. Vivirlo en un ambiente donde había una escucha y una capacidad de acoger cualquier dificultad asociada a perder a una madre, te ayuda a iluminar esa culpa que puede nacer para aferrarse a la idea de que no todo está escrito.
Las víctimas del suicidio no solo se resumen a la persona que decide quitarse la vida. También padecen las consecuencias de esta decisión las personas del entorno: familia, amigos, compañeros de trabajo…
Según los expertos, el suicidio deja como mínimo unas diez personas afectadas. Hablamos también de círculos y realidades sociales que al final quedan impregnadas por ese silencio y con esa dificultad para expresar lo que uno puede estar viviendo interiormente. Como la culpa, la rabia o la propia vergüenza de decir lo que ha pasado. Como si fuese algo raro. Cuando precisamente, una de las cosas que he aprendido en estos años es que son muchísimas las personas que han vivido esa realidad. Es algo que hace pensar, con datos en la mano, que hay un problema real. Puede haber gente que esté más o menos afectada psicológica y personalmente que sí sabe de esta realidad. Una realidad que comienza a estar ahora en el punto de mira. Al menos, se habla de ello. Otra cosa es que se hagan cosas, porque todavía queda mucho por hacer.
Hablar sobre el suicido alumbra una realidad que ha permanecido en un plano oculto, ocurre algo parecido con la salud mental. No solemos decir que vamos al psicólogo.
Nadie tiene ningún problema en decir que va al dentista a sacarse una muela o al fisioterapeuta porque tiene el cuello contracturado. Pero al psicólogo sí. No sólo hay que ir al psicólogo cuando se tiene un problema diagnosticable fácilmente. Cuando vemos algo que no va bien en nuestras vidas y que necesitas algún tipo de escucha, asesoramiento o acompañamiento puede dar lugar a que, efectivamente, hay indicios y síntomas de que se tiene un trastorno. O quizá no y se trata de un bache o es la necesidad de reordenar la vida. Ante esto hay cierto reparo o cierto miedo porque cuando alguien dice abiertamente que va al psicólogo, se piensa que pasa algo grave. Que es algo a lo que contribuye el tabú, se piensa en extremos sobre la cuestión de la salud mental que no lo abordamos de forma correcta. Es posible que tanto la literatura como el cine han mostrado a las personas con trastorno mental como una persona peligrosa, herida por su vida. Y debería normalizarse, entendiendo esto como que nos puede pasar a cualquiera. Tampoco ayuda responsabilizar de una forma demasiado vehemente a una persona sobre sus propias dificultades psicológica, porque estigmatiza más. Nadie tiene la culpa de que sus niveles de dopamina estén bajos porque se haya vivido una circunstancia. No controlamos toda nuestra realidad.
¿Ante qué indicios debemos recurrir a los profesionales?
Necesitamos tener herramientas para reconocerlo por nuestra cuenta y necesitamos amigos, a nivel social, necesitamos contar con personas que se permitan el lujo de que te digan: «Oye, estás yendo por este camino que no te está yendo muy bien» y que te ayuden a ver esa realidad. Esto es una herramienta porque confiamos en los amigos. Pero aquello tan profundo que te remueve interiormente y que va más allá de los circunstancial porque te afecta en tu día a día, se debería hablar con un profesional. Y darnos esa posibilidad de apertura, que es algo que, con otra de las consecuencias de la pandemia, es que nos hemos aislado más socialmente y hay mucha gente afectada. Además, la inversión pública en salud mental es irrisoria tanto a nivel nacional como regional para toda la gran demanda que ahora mismo hay a nivel privado y público. Una solución muy sencilla para los Estados es narcotizar a través de pastillas, tomamos demasiadas pastillas y habría que cambiar esa tendencia.
Publicó su libro en octubre de 2022, en plena pandemia, qué respuesta ha tenido por parte de los lectores teniendo en cuenta el contexto pandémico en el que hemos pasado mucho tiempo solos y en casa.
Mi libro, que al final es el testimonio de una realidad silenciada de un sufrimiento y también de una forma, como puede haber otras tantas, de abrazar y de acoger ese sufrimiento para poder sobrellevarlo, en mi caso desde la fe, pues lógicamente, entiendo que no es el libro más agradable de leer porque no es el típico libro de autoayuda que te propone un título maravilloso, con concepto positivo y una receta para que tus hijos te hagan casos, quieras a todo el mundo y detectes relaciones tóxicas. No es ese libro pero quienes se han acercado me han hecho saber que han conocido una realidad que desconocían y se han acercado de una forma que es a través de la experiencia de la gente. Y esto es muy importante para acercarla. Por eso no quería hacer un manual, para eso hay muchos y muy buenos. Yo tengo mi experiencia, desgraciada, y que gracias a haberlo contado hay personas que han podido poner palabras a los sentimientos.