Manuel Millán de las Heras
El concierto de Lunes Santo nos devolvió a la iglesia de San Miguel, cuya acústica tengo que meditar. Es evidente que no es la misma tras la última restauración y quisiera comprobarlo como músico, con mis diferentes instrumentos de cuerda pulsada. Como oyente, me sigue fascinando. Es más, tengo la sensación de que ha mejorado.
El concierto y la sala evolucionaron en simbiosis con un repertorio alrededor de la figura de Pierre de la Rue, compositor flamenco que desarrolló casi toda su carrera en la segunda mitad del siglo XV. Se dividió en dos partes: la primera giró alrededor del Requiem de de la Rue, con añadidos de otras obras de Richafort y Févin. La segunda, avanzó un poco en el tiempo y presentó una Misa de batalla con obras de Phalese, Bournonville, Janequin, Palestrina, Pedro Bermúdez, Obrecht e incluso una página instrumental del prebarroco español Correa de Arauxo. El motivo conductor del recital fue la famosa melodía renacentista “L’homme armé”, un auténtico hit-parade de origen anónimo y que fue base de multitud de composiciones renacentistas, casi siempre como “cantus firmus” o melodía escondida en una de las voces de la obra.
El concierto fue puesto en escena por el Ensemble Janequin y Les Sacqueboutiers de Toulouse. Dos agrupaciones nacidas en 1978 y 1976 respectivamente que buscan desde sus orígenes la recuperación desde criterios historicistas de la ingente cantidad de partituras renacentistas. Una de las grandezas de esta doble agrupación es el juego tímbrico de ambos. Hay momentos en que la profunda voz de bajo de Renaud Delaigue se fundía con la doulciane (o bajón en español) o la penetrante voz de contratenor de Dominique Visse con la corneta. El juego tímbrico daba variedad y profundidad en un repertorio no especialmente conocido que cruzó un siglo de música desde Flandes hasta España y desde Francia hasta Italia.
El público llenó la nave central de la iglesia de San Miguel y se comportó con esa espiritualidad tan característica de las SMR. Un silencio místico y respetuoso que ojalá mantengamos todas las generaciones. Esos silencios también son patrimonio inmaterial de la humanidad y, además, hacen los aplausos más bellos.