De la carne y el hueso a la madera bendecida

Hombres y mujeres -caras, manos y cuerpos- que ganaron la batalla a la caducidad por la vía de convertirse en personajes de obras artísticas. En dioses mitológicos, anónimos guerreros, ángeles o, incluso, en Jesucristo o la Virgen María.

Voces de Cuenca recupera este reportaje publicado originalmente en la edición de 2022 de Gólgota, su revista de Semana Santa, tras el revuelo causado por el revuelo causado ante el cartel oficial de la Semana Santa de Sevilla. Una controversia motivada entre otras razones porque el autor, Salustiano García, ha usado a su hijo Horacio como modelo para la figura de Cristo Resucitado que protagoniza la obra. En este texto se repasan algunas de las personas -o animales- reales que sirvieron como referencia para tallas de Semana Santa.

Es 22 de septiembre de 1994, un día después de la festividad de San Mateo. Un hombre accede a la iglesia de El Salvador y pide hablar con el párroco. En ese momento no está don Santos Saiz y es atendido por el vicario, José Martínez Arcas, y por Manuel Calzada, por aquel entonces secretario de la Junta de Cofradías. El visitante pide permiso para fotografiar un paso de Semana Santa, «La Virgen y San Juan al pie de la Cruz». Sin apenas aclaraciones, sus interlocutores lo identifican pronto con el Cristo de la Agonía. Su pretensión no extraña; es relativamente frecuente que pasen por el templo interesados en capturar con sus cámaras las esculturas sacras. Más llamativa es la explicación con la que justifica su interés: «Es que yo fui el modelo de San Juan«.

La anécdota la relata José Miguel Carretero, estudioso de la Pasión conquense y de la imaginería española del siglo XX, quien pudo conversar después con el visitante, Carlos Molpeceres, y conocer más detalles de su historia. Este madrileño contaba con 22 años cuando Federico Coullaut-Valera -el autor de las imágenes de este paso del Viernes Santo y al que le unían vínculos familiares- le pidió que posará para él. Su rostro y su figura fueron la materia prima de carne y hueso que el escultor transformaría luego en bendecida madera. «Recuerdo que lo que más le preocupaba era cómo tendría San Juan el cogote y el cuello, así que me hizo posar de espaldas durante alguna sesión», contó vía epistolar.

De aquella experiencia, que no tuvo continuidad para otras obras, evocaba pormenores curiosos como la tolerancia demostrada por el imaginero, permitiéndole fumar en el trance. Las fotografías de entonces, 1954, constatan un notorio parecido del jovencísimo modelo y la escultura del apóstol evangelista, resalta Carretero.

El de Molpeceres es un ejemplo más de los numerosos que abundan en la historia de la pintura y la escultura universal. Hombres y mujeres -caras, manos y cuerpos- que ganaron la batalla a la caducidad por la vía de convertirse en personajes de obras artísticas. En dioses mitológicos, anónimos guerreros, ángeles o, incluso, en Jesucristo o la Virgen María. Reconocer quiénes fueron esos modelos supone transitar un camino que bordea el precipicio de la fabulación, pero los testimonios directos e indirectos y algunas fuentes documentales ayudan a desbrozarlo de leyendas.

Carretero vivió en otra capilla de El Salvador, esta vez sin intermediarios, otro episodio de identificación que se podría calificar de súbita. Acompañaba en una visita a Beatriz Coullaut-Valera Terroba, hija del escultor, quien al contemplar la imagen de la Soledad de San Agustín «se quedó muy impresionada» y musitó un «Mamá». Al ver la cara de la Madre del Viernes Santo le había venido a la mente su madre, Concepción Terroba.  «La arquitectura de la cabeza de la Virgen puede tener ciertos rasgos de la cabeza de Conchita, como el mentón, pero a la vista de las fotografías no se puede decir que sea una reproducción o un retrato tal cual de la mujer de Federico», apunta el también pregonero de la Semana Santa conquense de 1987. Sostiene que es lógico que el artista tuviera presente a su mujer «en su ideal femenino y en su búsqueda de la belleza».

El mismo escultor plasmó el rostro de su amigo Carlos Albendea, presidente de la Junta de Cofradías de Cuenca en la posguerra, en el del San Pedro que concibió para el conjunto de El Prendimiento de la ciudad alicantina de Orihuela. Figura casi idéntica a la del paso que realizó sobre la misma escena evangélica para Hellín (Albacete).

Otro de los modelos de Coullaut que no han sucumbido al olvido es Diego ‘El Gitano’. No se sabe demasiado sobre su biografía, salvo que era un hombre de complexión atlética, elevada profesionalidad y proverbial capacidad de sacrificio. Tantas como para aguantar las largas sesiones en las que, colgado para reproducir los efectos sobre los músculos de una crucifixión, posaba en el estudio que el imaginero tenía en la madrileña calle Ayala. 

‘EL SAPO’ Y EL PESCADOR

También de etnia gitana era Luis ‘El Sapo’, apodo de anfibio con el que era conocido un varón al que Luis Marco Pérez pidió que posara para él tras cruzárselo por la calle. Accedió a cambio de que el escultor conquense le diera el gabán que vestía. Fruto de ese trueque se conserva un retrato a dibujo. «Varios familiares del artista contaban que don Luis también lo tomó como referencia para algunas figuras masculinas, como cristos y santos», relata José Benedicto Sebastián, primer biógrafo del imaginero de Fuentelespino de Moya, además de pariente, paisano y vindicador infatigable de su figura. Es quien ha cedido el dibujo para esta pieza informativa. Para apuntalar esa tesis compara la efigie con las del San Juan Bautista de Cuenca o el San José de una parroquia valenciana. «¿Te dice algo esta expresión?», deja en el aire.

A otro San Juan, al Evangelista de Camino de Calvario, lo «vio» el escritor Carlos de la Rica en un viaje por Tierra Santa. La particularidad es que el encuentro se produjo 33 años después de la hechura de la talla que desfila el Viernes Santo, lo que encuadra el asunto en los negociados de la lírica y la paranormalidad. «En Galilea, en el Keneret (lago o mar de Tiberiades), vi a un muchacho pescador idéntico al San Juan de Marco. Hubiera dicho que fue el modelo que utilizó el escultor. (…) Y este comentario fue el último que sostuve con Federico (Muelas) a primeros de noviembre, días más tarde fallecía», dejó escrito el poeta y sacerdote. 

Más mundana es la historia que sitúa a una borrica en el patio que Marco Pérez tenía en su estudio de la calle Serrano de Madrid.  La anatomía del animal sirvió de ayuda para la creación de La Borriquilla de Cuenca, tal como acreditan varias fotografías.

Borrica en el estudio de Marco Pérez. Foto: Colección Hermandad Jesús Entrando en Jerusalén por cesión en depósito de José Benedicto.

RUFETE

José Antonio Hernández Navarro, autor del paso de El Auxilio de Cuenca, subraya que “hay que diferenciar entre un retrato y un estudio del natural”. Explica que “el escultor necesita ver gestos y maneras” y para ello recurre a diferentes modelos. En el caso del niño de su conjunto conquense, el bautizado popularmente como Rufete, “probablemente tomaría apuntes de mis hijos para la anatomía y composición e incorporaría elementos, pero no hay una intención de reflejar a una persona en concreto”.

“Se trataba de poner un niño que estuviera realmente angustiado ante una escena tan patética. Ese reflejo el escultor debe inventárselo, porque no sale bien que un pequeño te finja algo así”, ilustra. Distinto es el caso de su paso de La Asunción de Murcia, en el que una de las tallas reproduce la estampa de un menor que había muerto unos años antes en accidente y que era el hijo de uno de los responsables de la cofradía. También es “un verdadero retrato”, en niño que aparece en otra de sus creaciones para la capital murciana, Jesús Entrando en Jerusalén: “ahí sí que reflejé a mi hijo”, comparte.

MANOS NIÑAS

Concepción Alonso contaba con “unos diez u once años” cuando su tía, María Alonso, trabajaba transformando “un gran trozo de madera” en una imagen sacra, la de Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz. Recuerda aquello porque sus manos sirvieron como modelo para las de la Virgen del Santo Entierro conquense.

“No posaba durante mucho tiempo, era como a ratitos, una especie de juego, y fue la única vez que hice algo así”, relata para Gólgota en conversación telefónica desde Camarena (Toledo). “Creo recordar que hubo otra chica del pueblo que también participó”.

Muchos años después estaba viendo la televisión cuando en la pantalla apareció una procesión de Cuenca y vio una talla que le resultó familiar. “Juraría que es esa”, exclamó sorprendida, ya que ella la ubicaba por Valencia. Unas cuantas búsquedas en Internet por parte de su hija confirmaron que estaba en lo cierto.

Así que, cuando hace tres años visitó la capital conquense en una excursión, pidió a uno de los monitores que la llevase hasta la iglesia de El Salvador. “Me hizo mucha ilusión ver la imagen”, confiesa y resalta que le llamó la atención que las manos estuvieran más separadas que en los primeros trabajos. Aquella experiencia en el templo le retrotrajo a su infancia y confía en poder ver algún día desfilar el paso.