Cuarteto Mandelring. Poesía sonora

El resultado de la gélida y nevada tarde-noche del Martes Santo fue el de un nuevo concierto que va más allá de lo esperado

Manuel Millán de las Heras

La música del concierto del Martes Santo nos llevó a otro de los templos fundamentales de la historia de las SMR: el convento de San Pablo, desde hace años reconvertido en el Espacio Torner, un lugar mágico, de acústica impactante, belleza hipnótica y otra genialidad conquense de combinación de lo antiguo con el arte contemporáneo.

La arquitectura envolvió a una agrupación alemana en una metáfora entre lo clásico y lo relativamente actual en un concierto de los que no se olvidan fácilmente. De alguna manera, supo conjugar la esencia que hace tan único este festival: la belleza y la espiritualidad, y ese riesgo que se puede asumir ante un público que suele exigir riesgos artísticos y programas en la que no sólo se deba disfrutar pasivamente.
Yendo al grano, las tres obras eran dispares entre sí, pero de una dificultad técnica y musical no apta para todos. En las excelentes notas al programa (las cuales se agradecen tras las de los dos últimos conciertos, prácticamente inexistentes) del Catedrático de Música de la Universidad de Castilla La Mancha, Juan José Pastor, se explican todas las circunstancias de creación de las partituras, así como un profundo análisis formal y armónico de las mismas. El Cuarteto en Sol menor de Schubert es una pieza juvenil, arrebatadora y de una fuerza melódica y armónica apabullante. Por el contrario, el cuarteto nº1 de Ligeti “metamorfosis nocturnas” es una pieza de su primer periodo, en el que la atonalidad juega con todos los registros espirituales, desde los más arrollador hasta el más puro sentido del humor. Por último, la segunda parte del concierto se centró en uno de los últimos cuartetos de Beethoven –el nº 15 Op. 132—, en los que el maestro de Bonn especula con los límites de la forma y desarrolla, a partir de la superación de una enfermedad, un “canto sagrado de acción de gracias”. Los últimos cuartetos y sonatas de Beethoven son uno de los fenómenos musicales más fascinantes de la historia de la música, una revolución dentro de la revolución.

Siempre existe cierta polémica sobre si se deben incluir obras profanas en este festival. Yo creo que sí, siempre que tenga un pequeño vínculo religioso (como puede ser el cuarteto beethoveniano) y se cree cierta expectativa que vaya más allá de la sencillez. El resultado de la gélida y nevada tarde-noche del Martes Santo fue el de un nuevo concierto que va más allá de lo esperado. El cuarteto Mandelring se fusionó con el tardogótico del edificio y llegó a un detallismo, expresividad y profundidad de los que jamás se olvidan. Han pasado al olimpo de los conciertos inolvidables, esos que dan sentido a una vida de esfuerzo, esos que posicionan nuestro festival un paso más allá de lo esperable. Porque su Schubert hipnotizó, su Ligeti sonsacó todo lo que pudo extraer de nuestras entrañas y su Beethoven consiguió perturbar nuestra capacidad de asimilación formal. Cada sonido, en las tres obras, era diferente; cada sentimiento posible era sonsacado y tanta perfección llega a emocionar porque, a veces, hace creer en el ser humano.