Raúl Ortiz de Lejarazu (The Conversation). Consejero Cientifico del Centro Nacional de Gripe de Valladolid. Profesor de Microbiología, Universidad de Valladolid.
Ni el confinamiento, ni el verano, ni la obligatoriedad de las mascarillas han conseguido librarnos del SARS-CoV-2. Es difícil que lo consigamos, es un virus con voluntad de quedarse. Sin embargo, podemos convivir con él y lograr que no mande en nuestras vidas, o al menos no tanto como lo hace ahora.
Ciertos países, algunos de distintos regímenes políticos, han conseguido en un tiempo récord disminuir, minimizar o reducir al máximo la circulación del virus entre sus compatriotas, demostrando que este SARS-CoV-2 no solo no distingue entre personas sino tampoco entre credos políticos o religiosos. Solo entiende de comportamientos y oportunidades.
Los virus de transmisión respiratoria, como los “sapiens”, adoran la socialización llevada hasta sus límites, solo reconocen oportunidades de contagio. Por ello, estas Navidades no debemos ser cómplices de ese juego.
¿Cuál es el secreto entonces para domesticarlo hasta que la vacuna haga nuestra vida más llevadera? La respuesta es: modular nuestras relaciones y combinarlas con otras medidas. Una medida sencilla de decir e incómoda de cumplir.
La estrategia del queso suizo
El virólogo australiano Ian M. Mackay ha popularizado una teoría llamada “estrategia del queso suizo”. Según la misma, la única forma de contención posible de futuras ondas pandémicas sería aplicar diferentes medidas, admitiendo que ninguna es perfecta.
Entonces, sucedería lo mismo que al juntar varias lonchas de queso suizo emental (el de las burbujas interiores): Estas medidas, al igual que el queso, tendrían “ciertos agujeros” por los que podría pasar el virus. Pero al aplicar varias al mismo tiempo, sería más difícil que estos agujeros coincidieran y el virus se mantendría a raya evitando los contagios.
Hoy sabemos que el duro confinamiento que pasó España, del que se jactaron algunos dirigentes, consiguió resultados parecidos a los que lograron otros países que tuvieron confinamientos menos crueles que el nuestro, al combinarlos con otras medidas que permitieron hacerlos más llevaderos y menos lesivos para los ciudadanos.
Tras un año de pandemia, los ciudadanos conocemos de sobra qué hacer y no hacer para evitar el virus. A esas medidas que dependen de nosotros, la estrategia del queso las denomina “responsabilidades personales”. Entre ellas están el uso de mascarilla, la reducción del tiempo de estancia en lugares excesivamente concurridos o la distancia física de seguridad entre nosotros. Todos ellos son buenos ejemplos de dichas responsabilidades.
Pero por sí solas no bastan para disminuir los contagios. Es necesario, además, combinarlas con otras que se denominan “responsabilidades compartidas”. Aquí entran las restricciones de movimientos, los toques de queda, los test en la población y las restricciones de espacios públicos.
Es así porque es un virus nuevo que se suma a los anteriores y puede tener distintos escenarios, unos mejores que otros. Ya tenemos más de 120 virus respiratorios, algunos de ellos bastante graves. No necesitamos otro más en el concierto de la infección respiratoria comunitaria.
En este contexto llega la Navidad tras una segunda onda pandémica. Está costando reducirla pero España, hay que decirlo así, ha encontrado mejor el camino que otros países.
Empatía con el personal sanitario
Sin embargo, todavía tenemos cifras altas de contagios. El porcentaje de camas de UCI bloqueadas por pacientes de covid-19 condiciona otros protocolos hospitalarios quirúrgicos y médicos. El número de camas ocupadas en los hospitales puede hacer que en los sanitarios se agudice el síndrome del burning out o burnout, que significa literalmente “quemarse”.
Médicos, enfermería y personal sanitario podrían interpretar esto como un intento de vaciar el mar con un cubo de plástico y convertir en inútiles los aplausos de la primavera, con las imprudencias navideñas.
Imaginemos la próxima Nochebuena a todos los sanitarios de las UCIs y salas de los hospitales lejos de los suyos. Acompañando en las horas difíciles a los enfermos de covid-19. Nuestro comportamiento y las cifras de contagio a la baja serán su mejor regalo navideño.
La distancia es la clave de todas las medidas de prevención. Por sí sola sería suficiente para detener bruscamente la pandemia. Sin embargo, las sociedades evolucionadas, por tecnología, trabajo y costumbres, no pueden permitirse el lujo de guardar una distancia física permanente. O al menos no durante el tiempo necesario para interrumpir la transmisión del virus.
“Nada sucede hasta que algo se mueve” dijo Albert Einstein. Estas Navidades pondrán a prueba todo lo expuesto y además conociéndolo de antemano. Si solamente cumplimos ad pedem literam (al pie de la letra) las disposiciones o normas, digamos “compartidas”, no bastará y tendremos otro repunte a finales de enero.
Evitar que el virus también celebre estas fiestas
Por ello, estas Navidades de 2020 tienen que ser diferentes, desde una responsabilidad personal que debe sumarse a la normativa oficial para conseguir ese plus necesario de seguridad. Hay que procurar no dar más oportunidades al virus y conseguir mantener a la baja la cifra de contagios y muertes durante las próximas fiestas y los próximos meses.
La Navidad es una de las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura,. Sobrepasa sus raíces cristianas y transforma por unos días el mundo occidental en una ocasión de convivencia estrecha, de reuniones masivas y de desinhibición familiar y efusiva.
Todo ella genera oportunidades que originarán nuevos contagios. A los mayores les pediría que no sacrifiquen su salud por las caricias de sus nietos e hijos. A los jóvenes, que no arriesguen la salud de sus padres por ocultar un comportamiento impropio anterior a las reuniones familiares. Nadie puede saber los primeros días que está infectado, pero sí puede recordar comportamientos de riesgo. Cuida de ti mismo para cuidar a los demás.
Se pueden construir burbujas sociales de seguridad ante las fiestas próximas, limitando el número de contactos sociales la semana previa a la Nochebuena y la Navidad, extremando las medidas de protección y comportamiento personal y limitando nuestros “aforos” familiares a los mínimos de seguridad.
En último caso, se puede recurrir a realizarse test de diagnóstico igual que cuando se viaja a otros países. En definitiva, no tenemos que invitar a nuestros hogares en esta Navidad a la covid-19.