Cantajuego, así con S aunque se haya popularizado la denominación en plural, entusiasmó a la gente menuda conquense en su regreso a Cuenca. Dos años después de su actuación en la Plaza de Toros, la banda-franquicia especializada en canciones infantiles ofreció en La Fuensanta el último de los conciertos de estas atípicas Fiestas y Feria de San Julián.
Ante un aforo casi completo en la zona de butacas -hubo algunas sillas libres en el precario césped del estado- rostros habituales de la formación como Eugenia Cabrera, Ainhoa Abaunz y Paulino Díaz y nuevas incorporaciones desplegaron ante los más pequeños una representación de los grandes éxitos de su extenso y heterogéneo repertorio, que recicla y actualiza canciones tradicionales, hits veraniegos, composiciones de fuego de campamento o de programas televisivos y algunas piezas propias.
Durante algo más de una hora y media, los niños (y padres, tíos y otros acompañantes) escucharon desde sus butacas ‘El baile del gorila’, ‘Te extiendo mi mano’, ‘Para dormir a un elefante’, ‘La mané’, ‘Soy una taza’ y una versión más contenida y sobria de ‘Chuchuwa’, cuya coreografía se siguió en los asientos, sin levantarse, salvo alguna excepción.
No faltaron los personajes habituales como ‘Coco’, uno de los favoritos del público; la gallina Turuleca; Buby la Ardilla, Don Pepito, Don José, el ratón de Susanita y el burrito Pepe. También se dejaron caer, con sus chascarrilllos de doble sentido y alusiones a la vacuna, Noé, su barba y la nube que siempre los acompaña. La Pulga Aventurera asomó al principio para recordar algunas normas pero no reapareció para interpretar el tema al que da nombre.
Y el que no estuvo fue el payaso Tallarín, que por videollamada en diferido justificó su ausencia porque esta de gira con su circo, un espectáculo ‘spin-off’ de Cantajuego. Sí que dejó a sus payasas a modo de emisarias en uno de los momentos más inspirados del show en lo que se refiere al apartado teatral. Más forzados estuvieron algunos sketches a modo de emplazamiento publicitario o con guiños a los padres pero sin abandonar el permanente humor blanco.
No fue una propuesta sorprendente, especialmente para los que ya habían visto otros conciertos de la formación, pero tampoco decepcionante. Los pequeños aplaudieron, gesticularon, bailaron lo que pudieron y observaron a los intérpretes y muñecos sin la barrera habitual de las pantallas. Fue lo que se prometía y lo que se esperaba, acorde con el objetivo y el planteamiento de este proyecto «pedagógico-musical».
Con salidas y entradas bastante ordenadas y respeto generalizado a las medidas preventivas, Cantajuego fue una tarde diferente y memorable para los niños de Cuenca. Una despedida adelantada del verano ante el inminente comienzo del curso escolar.
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